AYLA SE ENCONTRABA EN EL INTERIOR DE LA CUEVA, sus mejillas estaban húmedas por las lágrimas y aún no podía ver mucho, pero había una luz que destacaba entre la oscuridad, como un faro, y era Christina.
Christina se encontraba allí, de pie, como en un trance, y Ayla se preguntó si así habría estado ella también mientras estuvo en su pesadilla. De las manos de Christina salía un tenue brillo dorado, que apenas era suficiente para que Ayla pudiera ver el rostro de la bruja, pero le ayudó a acercarse sin tropezar.
Cuando su mano rozó el brazo de Christina, se encontró de repente afuera de una estrafalaria tienda, la calle estaba opaca y distorsionada, como si la magia no hubiera sido suficiente para modelarla de forma realista y se hubiera centrado solo en el pequeño local, cuyos intensos colores le lastimaba la vista.
Lentamente, empujó la puerta para entrar e ingresó a la tienda, el suave tintineo de una campana hizo eco tras su paso, avisando al propietario, fuese quien fuese, que tenía un cliente nuevo.
Desde atrás de unas cortinas de tul, salió primero la mano de Christina y después el resto de su cuerpo. Ayla apenas pudo reconocerla, llevaba un ceñido vestido estilo griego que parecía fundirse con las cortinas de las que emergió, sus rizos habían desaparecido y tenía el cabello largo y lacio, pero sus ojos… Sus ojos hicieron que Ayla temiera, pues los brillantes ojos dorados que antes había tenido, habían sido reemplazados por ojos aún dorados pero opacos y apenas llamativos.
Christina apenas se molestó en darle una rápida mirada y se refugió en su asiento tras una antigua, que era otra palabra para decir destartalada, mesa.
—La vida te ha sonreído —dijo Christina, en sus manos había aparecido una baraja de cartas que extendió por la mesa—. A pesar de tener un atroz destino, has tenido la fortuna de llegar a mi tienda, la tienda de la única persona que puede alterar tu futuro.
Ayla tuvo que darle crédito al acto, pues se sentía terriblemente real, tanto que por un instante estuvo a punto de decirle que tomara todo su dinero y arreglara su vida, ojalá semejante cosa fuera posible.
—No te recomiendo intentar ver mi futuro, haberlo hecho involuntariamente te arrebató demasiado, no lo hagas de forma intencional —dijo Ayla, cuando Christina estuvo a punto de voltear la primera carta.
Christina alzó la vista y sus ojos destellaron de furia al ver a Ayla. Con un movimiento de manos, las cartas se esfumaron.
—Vete —murmuró.
—Necesito hablar contigo.
—No tenemos nada de lo que hablar. Vete.
—Esto no es real. Christina… —comenzó a decir Ayla, pero Christina la interrumpió.
— ¡Callate! —rugió, cubriéndose los oídos.
Al son de su grito, las ventanas del local estallaron uno tras otro en apenas un instante. Ayla se cubrió con sus brazos justo a tiempo, pues un pequeño fragmento se clavó en su muñeca, eso estuvo cerca de ser su ojo y no le apetecía descubrir si el daño sufrido allí iba a permanecer cuando volvieran a la cueva.
—Necesitas escucharme —insistió Ayla, observando con preocupación su herida sangrante.
Christina siguió la mirada de Ayla y notó el pequeño fragmento de vidrio clavado en su piel, después dio un paso atrás.
—Lo siento. Yo… No quería.
La mirada de desconsuelo de Christina hizo a Ayla estremecer, ¿cuánto podía cambiar una persona si le quitabas el dolor? ¿Qué tanto los definían sus pérdidas? Suficiente como para que sin la muerte de su madre y su secuestro, Christina fuera una persona completamente distinta.
Christina era fuerte y especial, un poder al que tomar en cuenta, un enemigo a quien odiarías enfrentar, y una persona que lucharía por lo que le importaba. Pero quien estaba frente a ella era distinta, una persona que se haría a un lado para protegerse a sí misma, alguien que apreciaba la simplicidad de la vida, alguien llena de luz y sin una pizca de oscuridad en su alma. Ayla ya se sentía apenada de tener que arrebatarle su felicidad, pero la necesitaba, y nada allí era verdad, y, al final, una bonita mentira no puede ser mejor que la cruel realidad.
—Esto no es real —dijo Ayla, con firmeza.
Christina soltó una risa, una larga risa enloquecida.
—Sé que esto no es real, veo la magia que forma este mundo de mentiras, pero no quiero irme. Lo único que he amado en mi vida ha sido a mí misma y a la idea de vengarme, aquí soy feliz, aquí ya no duele, porque aquí, nunca fui poderosa. En este mundo, en este sueño, yo nunca fui poderosa, no tuve la visión que me condenó a mí y condenó a mí madre.
—Entonces…
—Entonces estoy viva —dijo la voz de una mujer, saliendo del mismo sitio de donde su hija había salido.
Christina era un calco perfecto de su madre, la única diferencia entre ambas eran las canas que poblaban el cabello de la mujer mayor, las arrugas que adornaban su piel y el tono de dorado que destellaba en sus ojos.
La mujer se deslizó por la habitación con ligereza, como si no tocara el suelo, y pasó su brazo por sobre los hombros de su hija, envolviéndola.
—Puede que aquí nunca sucediera —dijo Ayla, tragando saliva—, pero tú lo recuerdas, aunque ya no duela, las marcas siguen en ti. Los años de cautiverio bajo el yugo de Katherine. Los recuerdos de la muerte de tu madre. La Christina que yo conozco jamás permitiría que ese horrible monstruo saliera impune.
Ayla pudo ver con claridad la duda que atormentó a Christina, y que enfureció a su madre.
—Puedes salir de aquí —dijo la madre de Christina a su hija, su voz era escalofriante, la verdad suele sonar de ese modo—, puedes luchar, dar todo de tu parte, hacer terribles sacrificios y correr el riesgo de fracasar, o puedes quedarte aquí, pagar un único precio y gozar de la victoria.
Ayla temió, temió perder a Christina porque eso era horriblemente cierto.