En el último piso de la Academia Seiran, donde el silencio era tan absoluto que parecía impuesto por decreto, se encontraba la Sala del Consejo Estudiantil. Era un lugar de poder, más parecido a la oficina de una corporación que a un espacio estudiantil: ventanales altos, luz tenue, madera oscura y sillas tapizadas en cuero negro.
De pie frente al ventanal, con los brazos cruzados tras la espalda, estaba Ayaka Kamizaki, la presidenta del consejo. Su cabello largo azul marino caía recto y ordenado como si el viento nunca se atreviera a tocarlo. La frialdad en sus ojos grises podía congelar hasta a los profesores más veteranos.
A su lado, sentada con una pierna cruzada y un pequeño dispositivo digital en las manos, Reika Tsukishiro hojeaba documentos con una tranquilidad matemática. Su cabello corto, dorado, enmarcaba su rostro de facciones finas. Sus ojos, también dorados, parecían reflejar todo lo que veían, como si fueran más sensores que pupilas. Y los lentes delgados, que nunca se quitaba, le daban una apariencia de precisión quirúrgica.
—Acaba de llegar esto —dijo Reika, deslizando el documento al escritorio de Ayaka.
Ayaka lo leyó en silencio. La expresión de su rostro no cambió, pero sus dedos presionaron el papel con más fuerza de la necesaria.
“Presencia disruptiva persistente en el ambiente escolar. Se solicita al Consejo evaluar posibles medidas disciplinarias para Yuuto Kurosawa. Su historial, comportamiento y percepción estudiantil comprometen el prestigio institucional.”
– Director Aoyama.
—Una orden directa —comentó Reika con voz suave, casi perezosa—. Ya ni siquiera piden informe. Quieren resolución.
—No me gusta que nos usen como su fuerza de limpieza —respondió Ayaka sin levantar la mirada—. Pero en este caso… entiendo la preocupación.
—Yo también. —Reika ajustó sus lentes—. Este chico es como un punto ciego. En una escuela donde todo está catalogado, evaluado y predecible… él es una incógnita.
—Un año completo sin mostrar el rostro, sin hablar, sin cometer una falta. Y aun así, es temido por todos.
Reika tomó uno de los expedientes. Lo abrió y mostró la única foto que tenían de Yuuto Kurosawa: borrosa, tomada desde una cámara de seguridad en su antigua escuela. Capucha. Cubrebocas. Gafas. Nada.
—No hay antecedentes graves. No hay pruebas de los rumores. Pero eso no ha detenido a nadie —murmuró Reika—. La paranoia se alimenta sola.
—Y si lo dejamos estar… la percepción pública podría contaminar a otros estudiantes —añadió Ayaka con frialdad—. Eso es lo que el director teme. No al chico. Sino a lo que representa.
Reika sonrió, bajando los ojos.
—¿Y tú? ¿Lo temes?
Ayaka levantó la mirada con lentitud.
—No. Pero no confío en él.
—Eres tan directa como siempre.
—Y tú, tan analítica. ¿Qué opinas?
—Opino que es una anomalía. No encaja en el sistema. Y todo lo que no encaja… eventualmente genera fracturas.
Ayaka cerró el expediente con un golpe seco.
—Entonces será citado. Quiero verlo cara a cara. Aunque sea tras su máscara.
—¿Y si se niega?
—Entonces tendremos un motivo para actuar.
Reika se levantó. A pesar de su tono relajado, su cuerpo se movía con gracia contenida, como una hoja afilada aún en su funda.
—Tienes esa mirada —comentó—. La que tenías cuando destruiste al club de ética por corrupción. ¿Vas a desmantelar a Yuuto también?
—No lo sé aún —dijo Ayaka, caminando hacia la puerta—. Primero… quiero saber si hay algo bajo toda esa sombra. O si de verdad, como dicen… no queda nada humano.
Ambas sabían que esta no sería una simple reunión disciplinaria.
Era el inicio de un ajedrez silencioso.
Y la ficha más oscura del tablero acababa de ser marcada.