La Maldicion De Ser Visto

Capitulo 3: Silencio bajo presión

La puerta se cerró con un leve chasquido tras de sí. En la amplia y silenciosa Sala del Consejo Estudiantil, solo tres personas estaban presentes.

Yuuto Kurosawa, de pie en el centro de la habitación.

Ayaka Kamizaki, la presidenta.

Reika Tsukishiro, la vicepresidenta.

No había escoltas, ni testigos, ni grabadoras. Solo la tensión palpable entre ellos.

Yuuto permanecía inmóvil. Su eterna capucha cubría completamente su cabello. El cubrebocas ocultaba la mitad inferior de su rostro. Lentes oscuros, guantes negros, ropa holgada que le borraba la forma. En sus manos, su inseparable libreta negra.

Ayaka se mantenía sentada, su postura erguida como si el mismo aire la sostuviera. Reika, de pie a su lado, observaba al chico con una mezcla de cálculo e irritación contenida.

—Yuuto Kurosawa —comenzó Ayaka, con voz fría y autoritaria—. Te citamos porque tu presencia se ha convertido en una fuente constante de inquietud. Rumores, incidentes, aislamiento extremo. No podemos seguir ignorando el efecto que causas.

Yuuto abrió su libreta sin apuro. Escribió con una letra recta, meticulosa:

“No he roto ninguna norma. No tengo sanciones. Los rumores no son mi responsabilidad.”

Reika frunció el ceño mientras leía. Se cruzó de brazos.

—Técnicamente, sí. Pero en esta academia, la imagen también es parte del reglamento. ¿No lo sabías?

Yuuto escribió de nuevo:

“Revisé el reglamento. No hay infracción por usar cubrebocas ni ropa suelta. No se especifica código facial.”

Reika entrecerró los ojos.

—Siempre tan literal...

Ayaka no se movió. Solo observaba. Aparentemente impasible. Pero sus ojos grises no lo perdían de vista ni por un segundo.

—¿Por qué viniste aquí, Yuuto? —preguntó ella sin alterar el tono—. Esta academia no es un refugio. Es un entorno de excelencia, estructura, control. Tú... eres todo lo contrario.

Yuuto bajó la mirada y escribió con más lentitud esta vez:

“Porque aquí nadie me necesitaba. Pensé que sería suficiente.”

El silencio se alargó tras leer esa frase. Incluso Reika titubeó un instante.

Pero luego chasqueó la lengua con frustración.

—¿De verdad vas a quedarte callado detrás de esa máscara toda tu vida? —soltó, dando un paso hacia él—. ¿Esa es tu respuesta para todo?

Yuuto no contestó.

—¿Y si alguien aquí tuviera derecho a verte? ¿A saber si los rumores son ciertos? ¿Si eres un monstruo? ¿Un maldito experimento? ¿O simplemente un cobarde?

Siguió sin responder. Reika apretó los dientes.

—¿Y si ya nos hartamos de esperar?

Y antes de que Ayaka pudiera detenerla, Reika dio un paso más, rápida como un latido, y de un tirón, le arrancó la capucha. En un segundo, el cubrebocas y los lentes también cayeron al suelo.

El cuaderno negro resbaló de las manos de Yuuto y golpeó el piso con un sonido hueco.

Y entonces, lo vieron.

Solo ellas.

Solo Ayaka y Reika.

A un metro de distancia.

El rostro que se ocultaba tras todas esas barreras.

Y el mundo se detuvo.

Reika no dijo una palabra. Sus ojos dorados, normalmente afilados, se abrieron con un parpadeo casi tembloroso. Su respiración se cortó. Dio un paso atrás como si hubiera visto algo que la sacó de toda lógica.

Ayaka, la inmutable, la reina de hielo, permaneció inmóvil, pero sus pupilas se dilataron.

Por primera vez en años.

Algo se rompió en su armadura.

Ninguna de las dos sabía cómo describir lo que veían.

Y Yuuto… simplemente las miraba.

Sin moverse. Sin atacar. Sin explicar.




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