La Maldicion De Ser Visto

Capítulo 4: el rostro que no debía ser visto

La sala quedó en un silencio absoluto.

El eco del acto de Reika —el tirón impulsivo que arrancó capucha, cubrebocas y lentes— aún flotaba en el aire como una herida reciente. Todo cayó al suelo sin ceremonia. Yuuto no opuso resistencia. Solo se quedó de pie, frente a ellas, como si aquel momento fuera inevitable.

Y entonces levantó el rostro.

Primero lentamente. Como si le pesara. Como si ya supiera lo que vendría.

Y Ayaka y Reika lo vieron por primera vez.

No era el rostro que esperaban.

No era la cara de un joven cualquiera.

No era monstruoso.

No estaba marcado por cicatrices, ni era amenazante.

Era, simplemente... bello.

Dolorosamente bello.

Una belleza tan nítida que parecía irreal.

Una obra de arte antigua, no de este tiempo. Como esculpida por manos divinas y luego abandonada a la intemperie.

Su piel era pálida, casi traslúcida, como si la luz misma evitara dañarlo.

El contorno de su rostro tenía una suavidad melancólica, con rasgos afilados pero armónicos.

Sus cejas eran finas, ligeramente caídas.

Sus labios, delgados y sin color, estaban tensos, como si jamás hubieran sonreído del todo.

Y su cabello largo como una cascada plateada, sedoso como la mas fina seda le llegaba hasta la cintura.

Pero sus ojos…

Ah, esos ojos.

Un gris cenizo profundo, opaco, como si hubieran olvidado cómo reflejar la luz.

No eran solo tristes.

Eran abismos.

Hondos, vacíos, callados.

Como ojos de alguien que ya ha llorado más de lo que un corazón debería soportar.

Su rostro era completamente femenino, pero a la vez tan tranquilizador como un ángel.

No había ira.

No había desafío.

Ni siquiera había vergüenza.

Solo una resignación tan silenciosa… que dolía.

Era la belleza que no debía ser mirada.

La que, al verla, no provoca admiración… sino un peso en el pecho.

Ayaka, que jamás había bajado la guardia, parpadeó.

Una sola vez. Pero en sus pupilas algo se quebró. Una grieta imperceptible se deslizó en su temple helado.

Sentía el pecho apretado. Como si, sin explicación, estuviera contemplando la ruina de algo sagrado.

Reika, la lógica, la calculadora, dio un paso atrás sin darse cuenta.

Su respiración se cortó.

Nunca en su vida había visto un rostro así.

Y mucho menos una tristeza tan pura.

Quiso hablar. No pudo.

Quiso apartar la vista. No se atrevió.

Yuuto las observó solo por unos segundos.

Luego bajó la mirada.

No dijo nada.

Se agachó en silencio, recogió los lentes, el cubrebocas, y la capucha.

Volvió a esconderse con la paciencia ritual de quien ya lo ha hecho mil veces.

Como si volver a desaparecer fuera lo correcto.

Y antes de marcharse, sacó su cuaderno.

Escribió, lentamente.

“Lo siento.”

Dos palabras.

Negras. Firmes.

Una disculpa que no debió dar.

Pero que ofrecía como si fuera culpable de algo tan simple como existir.

Y entonces, sin una palabra más, salió por la puerta.

No miró atrás.

Ayaka y Reika se quedaron ahí.

Paralizadas.

Viviendo el eco de ese instante como una marca indeleble.

No por el rostro que vieron.

Sino por la tristeza que aún sentían mirándolas a través de esa puerta cerrada.

Y por primera vez…

ninguna de las dos tenía respuesta alguna.




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