La casa volvió al silencio cuando las chicas se fueron.
El mismo silencio que la había envuelto tantos días.
Pero esta vez… era distinto.
Aoi cerró la puerta con suavidad.
Y entonces lo vio: el pequeño papel doblado que las chicas habían dejado sobre la mesita del pasillo.
Se agachó. Lo leyó.
"Nos vamos… pero volveremos. Gracias por dejar que estuviéramos aquí."
"Él dijo que le gustan los onigiris… mañana traeremos los mejores."
Aoi respiró hondo. No sonrió. No lloró.
Solo asintió, como si confirmara algo que su corazón ya sabía.
Subió lentamente las escaleras.
Y esta vez, no se detuvo frente a la puerta.
Entró.
La habitación estaba oscura, apenas iluminada por los últimos rayos del atardecer filtrándose entre las cortinas.
No había música, ni libros abiertos.
Solo una silueta temblorosa bajo las sábanas.
Cabello plateado, suave como hilos de luna, escapaba por un borde.
Y ella se acercó en silencio, como tantas veces antes.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó con voz baja, sin reproche.
No hubo respuesta. Solo un leve temblor.
Pero Aoi no necesitaba más.
Se sentó al borde de la cama, sin intentar destaparlo.
—No te voy a pedir que confíes en ellas… ni siquiera que las perdones.
—Hablaba sin esperar respuestas, como quien riega una flor aún cerrada—.
Pero sí quiero que sepas que te vi… que te escuché cada noche.
Y aunque no te lo dije entonces, me dolía no poder protegerte de todo.
Sus dedos se cerraron en su regazo. Contenía la emoción. No quería que su hijo cargara también con su dolor.
—Tú vales, Yuuto. Aunque este mundo se niegue a verlo. Aunque tu reflejo te parezca una maldición.
Para mí, desde el día en que llegaste a este mundo, has sido lo más bello que he tenido.
Y no hay sombra, ni palabra, ni herida… que pueda cambiar eso.
El silencio siguió. Pero esta vez… era más suave.
Menos pesado.
Casi como si alguien respirara un poco más aliviado.
Aoi se levantó, como si ya supiera que había dicho lo justo.
Avanzó hacia la puerta, dispuesta a dejarlo descansar.
Y entonces, escuchó el leve roce de papel contra madera.
Se giró.
Una pequeña nota había sido empujada fuera de las sábanas.
Sus manos temblaron al recogerla.
La abrió.
Solo decía:
"Quiero comer onigiris."
Aoi apretó el papel contra su pecho.
No dijo nada.
Pero mientras apagaba la luz del pasillo al salir, una sonrisa temblorosa cruzó su rostro por primera vez en mucho tiempo.