El recreo aún no había comenzado, pero los pasillos del Instituto Seiryuu ya vibraban con un tipo de tensión que ningún examen o conflicto escolar podía provocar.
Era un silencio vivo, cargado, como si el aire se hubiese detenido justo antes de una tormenta.
Nadie quería hablar demasiado alto. Nadie quería ser el primero en decirlo.
Pero todos lo habían visto.
El rumor no necesitó palabras para nacer; bastó una imagen.
Ayaka Kamizaki, la presidenta del consejo estudiantil, la chica más respetada —y temida— del Instituto, había estado esperando en la entrada.
Y junto a ella, Reika Tsukishiro, la vicepresidenta, conocida por su frialdad y su rectitud impecable.
Ambas. De pie. Con el sol de la mañana iluminando sus uniformes inmaculados.
Esperando… al monstruo.
A Yuuto Kurosawa.
El silencio se quebró cuando las puertas se abrieron y los primeros estudiantes lo vieron llegar:
la figura cubierta por capas de ropa, el cubrebocas, la capucha, los guantes… esa presencia que siempre generaba murmullos y pasos alejándose.
Pero esa mañana, Yuuto no caminó solo.
Ayaka sonreía con una naturalidad que nadie recordaba haber visto jamás.
Reika, que normalmente no mostraba emoción alguna, sostenía una pequeña bolsa de almuerzo en sus manos con algo parecido a ternura.
Y él… simplemente los siguió, sin apuro, sin prisa, y aun que se veía nervioso, con ambas a su lado era como ver un cuadro irreal.
Las cámaras de los teléfonos comenzaron a vibrar en los bolsillos.
Los susurros se multiplicaron, girando, chocando entre sí como olas sin dirección.
—¿Lo viste?
—¿Qué demonios fue eso?
—¿Por qué estaban esperándolo?
—¡La Presidenta Kamizaki le dio comida! ¡Comida hecha por ella!
—Y Tsukishiro se estaba riendo…
—¿Reika Tsukishiro riendo?
—No puede ser real.
—Ese tipo… ¿los chantajeó?
—¡No digas estupideces!
—Entonces explícalo tú.
Las voces crecían, se dispersaban, cambiaban de tono y dirección, pero ninguna encontraba sentido.
Porque lo que todos vieron esa mañana no encajaba en el orden natural del Instituto.
Era como ver una grieta formarse en una pared perfecta.
El monstruo y las intocables.
El equilibrio del Seiryuu se había roto.
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📚 En la clase 1-C
Yuuto entró como siempre: con pasos silenciosos, la cabeza gacha, el cuaderno apretado entre sus brazos.
Pero esta vez, el aire era diferente.
Nadie le puso el pie para hacerlo tropezar.
Nadie soltó una risa disimulada.
Nadie lo llamó raro, enfermo o acosador.
Las miradas seguían ahí, clavadas, confundidas, temerosas.
Pero por primera vez, no había odio en ellas.
Solo… duda.
Él se sentó, como lo hacía cada día, junto a la ventana.
Abrió su cuaderno.
Comenzó a escribir, aunque sabía que no podía concentrarse.
“Si sonrío otra vez… harán ruido otra vez.”
Las palabras quedaron ahí, temblando sobre el papel.
Pero en el fondo, aunque no quisiera admitirlo, había una sensación cálida.
Una que ni el miedo ni los rumores habían podido borrar.
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🍱 En el comedor
La hora del almuerzo llegó con una expectación irreal.
Todos fingían normalidad, pero los ojos se movían como brújulas sin norte.
Esperaban.
Y entonces, como si el tiempo se doblara otra vez, ocurrió.
Primero entró Ayaka Kamizaki, con una caja de onigiris perfectamente envuelta.
Luego Reika Tsukishiro, caminando a su lado con esa elegancia distante que imponía silencio en cada paso.
Y detrás de ambas… Yuuto Kurosawa, cubierto como siempre, pero con un andar menos rígido, casi humano.
El comedor, que solía ser un mar de ruido, quedó en completo silencio.
Cientos de ojos siguieron sus pasos hasta el fondo del salón.
El trío se sentó sin pronunciar palabra.
Ayaka abrió la caja, Reika le ofreció un té frío, y Yuuto inclinó la cabeza en agradecimiento.
Un monstruo.
Una presidenta.
Una vicepresidenta.
Comiendo juntos.
Las miradas parpadearon, los dedos temblaron sobre las pantallas de los teléfonos.
Nadie sabía si debía grabar o mirar.
Nadie sabía si creérselo.
Y mientras los rumores volvían a encenderse, la escena más simple del mundo —tres personas compartiendo comida— se volvió un acto revolucionario.
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🕊️
Esa tarde, el Instituto Seiryuu entero se sintió distinto.
El aire era más ligero, los pasillos menos hostiles.
Como si una grieta se hubiese abierto… y por ella comenzara a filtrarse la luz.
Los rumores aún no habían muerto, pero por primera vez, vacilaron.
Porque nada es más amenazante para la mentira que la verdad…
…caminando tranquila entre la multitud.