La Maldicion De Ser Visto

?️ Capítulo 13 — “El peso del escudo

La azotea de la escuela estaba vacía.

Siempre lo estaba.

El viento silbaba entre las barandas metálicas, trayendo consigo el eco lejano de los estudiantes que aún seguían en las canchas o los pasillos.

Desde arriba, el mundo parecía pequeño, casi ajeno.

Ese rincón había sido durante años territorio del Consejo Estudiantil.

Un lugar donde se tomaban decisiones, se resolvían conflictos y se mantenía la imagen de autoridad.

Pero esa tarde, Ayaka y Reika no estaban allí como presidenta y vicepresidenta.

Estaban allí como dos chicas que acababan de desafiar a un adulto… por alguien que, hasta hace poco, no significaba nada.

Ayaka exhaló con fuerza, dejando caer la espalda contra la reja.

Su largo cabello castaño, usualmente perfecto, se agitaba con el viento y se pegaba un poco a su mejilla.

—Tsk… aún me molesta ese tono —gruñó, frunciendo los labios—.

El director Aoyama hablaba como si Yuuto fuera una bomba a punto de explotar.

Reika permanecía de pie, apoyada contra el muro de concreto que delimitaba la azotea.

Su expresión era tranquila, pero sus ojos no.

Había algo en ellos… una mezcla de cansancio y reflexión.

—¿Y si lo es? —respondió sin sarcasmo.

Ayaka alzó la vista, sorprendida.

—¿Eh?

—Una bomba no estalla por sí sola —dijo Reika, sin apartar la mirada del horizonte.

El sol comenzaba a bajar, tiñendo de naranja los tejados—.

Alguien la enciende.

Alguien la deja sola, olvidada… con la mecha encendida y nadie cerca para detenerla.

Ayaka la observó un momento.

El viento jugaba con las puntas del cabello de Reika, dándole un aire casi melancólico.

Era raro verla así.

Siempre firme, siempre medida, como si nada pudiera afectarla.

Pero ahora, había grietas.

—Reika… —dijo al fin, cruzando los brazos—.

¿Por qué sigues con esto?

Reika bajó un poco el mentón, sin responder enseguida.

Su sombra se alargaba sobre el suelo áspero de la azotea.

—¿Con qué?

—Con Yuuto —replicó Ayaka, con voz más suave—.

Sé por qué empecé yo.

Pero tú… siempre fuiste práctica.

No te mueves si no hay una razón.

Y esto solo nos trae miradas, rumores… problemas.

Reika sonrió apenas, sin humor.

—Al principio, fue curiosidad —admitió—.

¿Quién era ese chico que todos odiaban sin pruebas?

¿El que nunca hablaba, nunca se defendía?

Era… incómodo verlo así.

Una presencia que el mundo parecía querer borrar.

Ayaka inclinó la cabeza.

Por primera vez, Reika hablaba sin esa capa de control que siempre la envolvía.

Su voz sonaba humana. Vulnerable.

—¿Y ahora? —preguntó.

Reika miró sus manos, que había entrelazado sobre el pecho.

Tenía los nudillos blancos de la tensión.

—Ahora… —susurró— me siento estúpida.

Por no haber hecho algo antes.

Por haberlo mirado tanto tiempo sin realmente verlo.

Ayaka la miró en silencio.

El sol se reflejaba en los ojos de Reika, volviéndolos ámbar.

Era una escena que no habría esperado ver nunca: su compañera, la vicepresidenta impecable, mostrando una tristeza que rozaba la culpa.

—Cuando le quité la capucha —continuó Reika, apenas audiblemente—, pensé que iba a ver algo monstruoso.

Algo que justificara todo lo que la gente decía.

Una excusa para seguir creyendo que tenían razón.

Ayaka respiró hondo.

—¿Y qué viste?

Reika alzó la vista.

Una brisa movió un mechón de su flequillo, y en sus labios se dibujó una sonrisa tenue, casi triste.

—Dolor.

Silencio.

Y una belleza… rota.

Una que nadie tuvo el valor de mirar de frente.

No porque diera miedo, sino porque reflejaba lo que todos preferían ignorar.

El corazón de Ayaka se encogió.

Esa frase se le clavó como un alfiler.

—¿Y eso te hizo cambiar?

Reika negó lentamente.

—No.

Lo que me hizo cambiar fue su nota.

Sacó del bolsillo de su chaqueta un pequeño papel arrugado.

Ayaka lo reconoció enseguida.

La nota que Yuuto había dejado en su escritorio el día anterior.

“Lo siento.”

Dos palabras.

Frágiles.

Llenas de más peso que cualquier excusa o explicación.

—¿Cómo alguien tan puro puede pensar que mostrarse… es un pecado? —murmuró Reika, cerrando los ojos un instante.

Ayaka sintió un nudo en la garganta.

No era común en ella.

Pero ese chico, con su mirada baja y sus disculpas vacías, había desordenado algo dentro de las dos.

El viento sopló con más fuerza, levantando hojas secas que se colaron por las rejas.

El cielo se había tornado dorado, y por un instante, la azotea se sintió suspendida entre dos mundos: el pasado y lo que venía después.

—Por eso —dijo Ayaka de pronto, enderezándose—,

si él es una bomba…

yo seré su detonador controlado.

Reika giró hacia ella, sorprendida.

Sus miradas se cruzaron.

Por primera vez, no había jerarquía entre ellas. Solo convicción.

—Y yo —añadió Reika, con una sonrisa ligera— seré su escudo.

Ambas callaron.

El viento siguió soplando, pero ya no parecía frío.

Era un viento de promesa, de cambio.

Allá abajo, el bullicio del colegio seguía como siempre.

Pero en esa azotea, dos chicas que alguna vez representaron la autoridad del orden escolar, ahora representaban algo mucho más fuerte:

la decisión silenciosa de proteger un corazón fracturado, aunque el mundo entero se les viniera encima.

Ya no se trataba de deber.

Ni de reputación.

Ni de culpa.

Era elección.

Y ambas sabían, sin decirlo, que no habría vuelta atrás




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