La Mansión. Serie Ranchos Nº 1

Capítulo 2

 

Lucelie llegó a la gran Mansión. Era una casa grande de dos pisos en medio de un paisaje hermoso. Rodeado de potreros y de grandes sembradíos. Era un placer mirar los alrededores por los diferentes colores de verdes y amarillo que predominaban en aquel lugar. Era una hermosa casa.

Cerca de la gran casa se encontraban varias caballerizas donde se reunían a los caballos de pura sangre y los aparejos de las diarias faenas.

Un camino con grandes pedregones bordeaban el borde camino que llevaba hasta el frente de la casa, en el centro del camino se abría en dos brazos dejando en el centro una gran fuente donde en el centro había un gran toro cebú en bronce, con un enorme morrillo como símbolo del ganado que se producía y exportaban en ese rancho.

Más allá se encontraba el lugar donde se parqueaban los vehículos de los clientes que venía a comprar algunos de los animales. Allí se encontraban varios vehículos. La joven al verlos frunció el ceño. No quería ver a nadie en esos momentos.

Una mujer mayor de pelo canoso y rostro curtido por los años la esperaba a en la puerta mirándola descender del jeep descapotado a la viuda joven.

— ¡Niña! — la voz quebradiza de la vieja Teodora sobresaltó a Lucelie—  ¿Dónde has estado?—  La mujer la miraba con curiosidad y preocupación.

La joven miro a su alrededor y miro fijamente el auto que estaba aparcado en un lado de la casa.

— ¿Qué pasa?—  el ceño fruncido de Lucy que mostraba cuando algo no le gustaba.

—Estaba preocupada por usted hace más de dos horas la están esperando— la mujer la miraba con cierto nerviosismo.

— ¿Quién? ¿El abogado?— preguntó molesta, aunque ella ya sabía que era él por el auto —ahora no quiero ver a nadie, estoy muy cansada — Dijo malhumorada.

Comenzó a caminar para dirigirse al segundo piso donde se encontraba las habitaciones principales de la casa.

—Pero… señora, él dice que es necesario que hable con usted antes de la reunión, para ponerla sobre aviso sobre….— le tomaba del brazo para detenerla.

Lucelie se detuvo y la fulminó con la mirada y le respondió con brusquedad sin ser grosera.

—Ya dije que no quiero ver a nadie—  suspiro muy triste. Se soltó del agarre cariñoso y se dispuso subir las escaleras.

Llego a su habitación la que había ocupado por diez años, era la habitación matrimonial, la cual tenía en el centro una cama con dosel y estaba cubierta por hermosas cortinas que armonizaban con las de las ventanas, era fresca y muy grande, era la habitación más grande de la mansión.

Un juego de muebles y en uno de ellos uno con un diván en el cual ella se acomodó de medio lado y lloró con tristeza su perdida.

Oscar Martelo, siempre la había consentido y la aconsejaba cuando a ella se le presentaba alguna dificultad y ahora él no estaba. Sus padres ahora se encontraban muy lejos y su hermana menor Andrea, ella misma la había mandado a estudiar al extranjero, para alejarla de un amor imposible, por lo cual se sentía muy sola y desamparada.

Decidió salir. No se iba a dejar derrotar. Salir adelante, eso era lo que tenía que hacer. Se levantó y se bañó. Cambio sus ropas negras y busco su ropa favorita unos vaqueros azules, camisa y la anudo al frente donde se podía observar el nacimientos de sus senos que estaban erguidos y llenos. Calzó sus botas con espuelas y sus cabellos negros los recogió con un moño mal improvisado y lo acomodo debajo del sombrero. Y salió a cabalgar.

Montar siempre la relajaba y era lo que más necesitaba en esos momentos para despejarse un poco. Se le venían muchos problemas y necesitaba fuerzas y sobre todo serenidad para tomar las decisiones acertadas.

Salió y tomando su caballo Tornado se marchó a todo galope, cabalgo por más de dos horas y cuando ya regresaba a la casa, se encontró en la carretera que llevaba a la Mansión a una pareja que discutían de manera acalorada. Lentamente se les acerco montada en su bello caballo.

— ¡Te dije que estuvieras pendiente de las necesidades del auto! —  decía el hombre furioso.

— ¡Lo siento, cariño! —  dijo ella con voz melosa y estridente — te prometo que la próxima estaré pendiente.

— ¡Que pendiente, ni que nada! —  pateaba la llanta del auto para descargar la furia que estaba experimentando en ese momento.

Ella sonrió al ver aquel patético cuadro. Sus ojos brillaron al ver el rostro del hombre que era bien parecido. Decidida se acercó a ellos y los miro con fijeza.

— ¿Les puedo ayudar? —  La firmeza de las palabras de Lucelie, hicieron girar a la pareja, él la miró con odio y ella la miró como su ángel salvador —  ¿En qué les puedo ayudar?

Él trago con disgusto su orgullo. No era un hombre que se la pasara pidiendo favores y menos a desconocidas tan atractivas. Y mucho menos a ella. Su enemiga.

— Nos quedamos sin gasolina — dijo él bruscamente, mirando a la mujer con los ojos entrecerrados—  ¿Cómo nos podrías ayudar?

Ella lo miro y se percató instintivamente de su rechazo y autosuficiencia y sonrió con sarcasmo. El hombre vestía traje gris oscuro y corbata azul oscuro, zapatos de cuero muy finos, sus ojos grises, cabello negro lo llevaba bien cortado, su piel era bastante morena y lucía una maravillosa barba estilo candado bien arreglada, al hombre se le notaba la ciudad encima, fue algo que ella percibió. Solo era un citadino que no sabía nada de campo.

—Bueno, puedo mandar a uno de mis trabajadores al pueblo y que de allá le manden un galón de gasolina —  Les respondió sin ninguna pasión. Mientras hablaba inclinó su torso sobre el cabezal de la silla de montar, mientras acariciaba el cuello de su caballo distraídamente, dejando ver sus senos al hombre que le dio un buen vistazo.

Él bajo la mirada furioso. Esos ojos azules, no le gustó como lo escaneó como buscando algo más que él pudiera dejar ver, haciendo que su cuerpo respondiera de manera inmediata, causado una excitación inesperada en él. ¡Dios que senos! Pensó el hombre aún más excitado por lo que había visto




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