La melodía de un nuevo amor.

Capitulo 5

Después de varias semanas de una convivencia tensa y un enfrentamiento directo, la madre de David finalmente anunció su regreso a Valencia. La excusa oficial era dejar que los chicos tuvieran su espacio, aunque Nuria sospechaba que la verdadera razón era la creciente incomodidad que su firmeza le generaba. La mañana de su partida, el ambiente en el apartamento de Álvaro y Noelia era extrañamente ligero, como si una pesada nube se hubiera disipado

David acompañó a su madre al aeropuerto con un alivio apenas disimulado. Nuria se quedó en casa, ayudando a Noelia con las tareas y disfrutando de una tranquilidad que hacía mucho tiempo no experimentaba. Sin embargo, esa paz duró poco. Apenas unas horas después de que el avión de su suegra despegara, el teléfono de David sonó. Era ella.

A partir de ese día, las llamadas telefónicas de la madre de David se convirtieron en una rutina casi diaria. David hablaba con ella durante largos ratos, a menudo en voz baja y con un tono que Nuria no alcanzaba a distinguir. Pero luego venían sus comentarios, las preguntas indirectas y las sugerencias 'bienintencionadas' que revelaban la persistente influencia materna.

La soledad se convirtió en la sombra constante de Nuria en Mallorca. David estaba completamente absorto en su trabajo en el hotel, donde parecía encontrar una satisfacción que no compartía con ella. Nuria, al no haber logrado hacer amigas en la isla, pasaba sus días vagando sin rumbo. A menudo iba sola a la playa, contemplando el mar infinito con una sensación de vacío similar en su interior. El sonido de las olas no lograba acallar el silencio de su propia existencia allí.

Una tarde, mientras ayudaba a Noelia a recoger la ropa tendida, Nuria escuchó a Noelia hablar por teléfono en la terraza. Aunque hablaba en voz baja, Nuria pudo distinguir algunos fragmentos de la conversación.

—Sí, Rosa, están bien... David está trabajando mucho... Nuria sigue buscando; aún no ha encontrado nada... Sí, ya le digo que no se desanime... Claro, yo le digo...

Nuria sintió una punzada de incomodidad al darse cuenta de que Noelia estaba informando a su suegra sobre su situación laboral. La sensación de estar constantemente bajo la lupa se intensificó.

Una tarde, Nuria preparó con esmero la cena favorita de David: paella. Mientras comían, el teléfono de David sonó. Era su madre. Para sorpresa de Nuria, David comenzó a describirle detalladamente la cena.

—Sí, mamá, Nuria ha hecho paella hoy. Está muy rica, la verdad... Sí, con pollo y marisco, como te gusta a ti... Nuria observaba la escena con una mezcla de incredulidad y resignación. Era como si necesitara la aprobación materna incluso para algo tan cotidiano como la comida.

—Mamá dice que deberíamos mirar apartamentos más cerca de la playa, que así estaré más contento para ir a trabajar —comentaba David una noche mientras cenaban en silencio.

Nuria frunció el ceño, dejando el tenedor a un lado. David parecía cada vez más absorto en su nuevo trabajo en el hotel, llegando a casa agotado y hablando poco. Sus prioridades parecían haber cambiado, y Nuria sentía cómo se desdibujaba la promesa de construir una vida juntos. No habían hablado de mudarse y la idea de alejarse de la relativa independencia que sentía en casa de Álvaro y Noelia no le agradaba.

—¿Y tú qué piensas? —preguntó Nuria, intentando mantener un tono neutral. David encogió los hombros sin mirarla realmente. —Bueno, ella cree que sería mejor. Dice que así tendré más energía.

Otro día, mientras Nuria hablaba por teléfono con su propia madre, intentando contener las lágrimas al escuchar la voz de su hermana pequeña, David interrumpió la conversación con un gesto impaciente.

—Espera, mamá quiere hablar contigo. Nuria tomó el teléfono con una sonrisa tensa, sintiendo el peso de la intromisión constante.

. —¿Sí, señora? —Nuria, cariño, ¿ya has encontrado trabajo? David me ha dicho que sigues buscando online. Ya sabes lo que pienso: tienes que moverte más. David está preocupado.

La soledad comenzaba a hacer mella en Nuria. Los días se sentían largos y vacíos. Echaba terriblemente de menos las conversaciones con su madre, las risas con sus amigas en Valencia, incluso las pequeñas discusiones con su hermana. La belleza de Mallorca, que al principio la había deslumbrado, ahora le parecía un telón de fondo exótico para su creciente aislamiento. El deseo de volver a casa, de sentir la familiaridad de su entorno, se intensificaba con cada llamada telefónica de su suegra y con la creciente distancia emocional de David.

Una tarde, mientras observaba el atardecer desde la terraza, sintió una punzada aguda de nostalgia. Marcó el número de su madre, con la esperanza de escuchar una voz reconfortante al otro lado de la línea

—Mamá, estoy pensando en volver a Valencia... —dijo en un susurro, sintiendo las lágrimas asomar a sus ojos. La respuesta de su madre, aunque cariñosa, también estaba teñida de preocupación. —Cariño, ¿estás segura? ¿Qué pasa con David? Nuria no supo qué responder. La verdad era que ya no se sentía segura de nada.

Aunque la presencia física de su suegra ya no era una constante, Nuria sentía su influencia como un hilo invisible que seguía tensando la cuerda entre ella y David. Las llamadas telefónicas eran un recordatorio constante de que, a pesar de la distancia, la opinión y los deseos de su madre seguían teniendo un peso significativo en la vida de su marido y, por extensión, en la suya. Y David, absorto en su trabajo y aparentemente cómodo con la opinión materna, parecía cada vez más ajeno a la creciente infelicidad de Nuria.




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