Las semanas se convirtieron en meses en Mallorca, y para Nuria la ilusión inicial se había desvanecido por completo, dejando tras de sí una sensación de estancamiento y frustración creciente. Cada mañana se despertaba con la misma sensación de vacío, sabiendo que el día se extendería ante ella con la misma búsqueda infructuosa de empleo y la misma soledad silenciosa en un apartamento ajeno. A pesar de enviar innumerables currículums y recorrer tiendas y restaurantes con una tenacidad cada vez menor, el trabajo seguía siendo esquivo. La economía local, aunque vibrante por el turismo, parecía tener sus propios códigos y Nuria se sentía como una extranjera intentando descifrarlos
La vida de David, en contraste, parecía florecer con una despreocupación casi irritante para Nuria. Su trabajo en el hotel lo mantenía ocupado y con un flujo constante de ingresos que él disfrutaba sin parecer preocuparse por la situación de Nuria. A menudo salía por las noches con Álvaro y Noelia, contándole anécdotas divertidas al regresar, sin percatarse de la sombra de tristeza que se cernía sobre Nuria mientras lo esperaba en el silencio del apartamento. Ella se dedicaba a mantener limpio el espacio que compartían, una tarea que se sentía cada vez más como la única contribución tangible que hacía a una vida que no terminaba de sentirse suya.
Un día, mientras hablaba por teléfono con su madre, intentando disimular su propia desesperación, escuchó una noticia que la tomó por sorpresa y, paradójicamente, le ofreció un rayo de esperanza.
—Hija, he tomado una decisión importante... tu padre y yo nos vamos a divorciar. La voz de su madre, aunque firme, temblaba ligeramente al pronunciar esas palabras. —Él se ha ido a vivir a Madrid. Necesitaba un cambio, empezar de nuevo.
Para Nuria, las palabras de su madre resonaron como una inesperada puerta entreabierta en el muro de su frustración. Madrid. Su padre. Una oportunidad para un nuevo comienzo, aunque lejos de su hogar.
La idea comenzó a tomar forma en su mente casi de inmediato, alimentando una pequeña llama de esperanza en la oscuridad. Madrid no era Valencia, su hogar, con sus recuerdos y sus afectos, pero era tierra firme, una conexión tangible con su familia en un momento en que se sentía cada vez más desarraigada. Se lo planteó a David esa misma noche, con una mezcla de esperanza y nerviosismo, observando su reacción con atención.
—He estado pensando... mi padre se ha ido a vivir a Madrid. ¿Qué te parecería si fuéramos a vivir allí una temporada? Quizás allí encuentre trabajo más fácil, y así estaría más cerca de mi padre... y de mi madre, aunque no sea lo mismo.
Para sorpresa de Nuria, David aceptó la propuesta con un entusiasmo que ella no esperaba, sus ojos brillando con una excitación repentina.
—Claro, ¿por qué no? Mallorca ya empieza a aburrirme un poco, la verdad. Madrid es una gran ciudad; seguro que encontramos algo interesante.
Nuria sintió un atisbo de esperanza, una pequeña ilusión de que quizás David también anhelaba un cambio, aunque sus motivaciones fueran diferentes a las suyas. Poco después de que Nuria le planteara la idea, David cogió su teléfono con una sonrisa radiante y se alejó a la terraza para llamar a su madre.
Nuria escuchó fragmentos de la conversación, el tono de voz de David lleno de una excitación infantil. —¡Mamá, tengo una noticia! ¡Nos vamos a Madrid! Sí, Nuria lo ha propuesto y me parece una idea genial...
—No, no vamos a volver a Valencia, vamos a probar suerte en Madrid... Sí, con su padre... No sé cuánto tiempo, pero será divertido, un cambio de aires...
La alegría de David al comunicar la noticia a su madre contrastaba con la propia incertidumbre de Nuria. Para David, Madrid parecía ser una nueva aventura, una forma de escapar de la rutina de Mallorca sin tener que volver a la órbita materna en Valencia. La cercanía de Nuria a su madre, aunque no fuera su intención principal, era una consecuencia secundaria que él parecía dispuesto a aceptar con tal de cambiar de escenario.