El viaje hacia Alcalá de Henares, que en los mapas parecía sencillo, se complicó cuando David, confiado en las indicaciones de su instinto, tomó una salida equivocada de la autovía. Pronto se encontraron recorriendo carreteras secundarias, con señales confusas y la sensación de alejarse cada vez más de su destino. Nuria, aunque intentaba mantener la calma, sentía crecer la impaciencia ante el desvío inesperado. Pablo, en el asiento trasero, suspiraba con resignación, viendo aquello como otra muestra de la ineptitud de David para orientarse, mientras permanecía absorto mirando por la ventanilla
Tras varios intentos fallidos de reconectar con la ruta correcta, y con el sol ya alto en el cielo, David por fin logró retomar el camino hacia Alcalá. La demora hizo que llegaran a la ciudad con una sensación de frustración acumulada y la preocupación de haber perdido un tiempo valioso en lo que debía ser su nuevo comienzo.
Una vez en Alcalá, encontraron sin problemas la dirección del apartamento del padre de Nuria. Sin embargo, al llamar a la puerta, no obtuvieron respuesta. Nuria intentó comunicarse por teléfono varias veces, pero solo escuchó el tono de llamada.
—Seguro que ya está trabajando —dijo, intentando disimular su decepción. Su padre tenía un horario laboral temprano en una fábrica a las afueras de la ciudad.
La realidad de no tener llaves y la perspectiva de esperar varias horas en la calle no eran alentadoras. Entonces, Nuria recordó que su prima Carmen vivía en Alcalá. No se veían con frecuencia —tal vez en alguna reunión familiar esporádica en Valencia—, pero mantenían contacto por redes sociales. Con algo de apuro, le escribió un mensaje explicando brevemente la situación.
Afortunadamente, Carmen respondió enseguida:
“¡Nuria! Qué sorpresa que estés por aquí. Claro, venid a casa sin problema. Estoy cerca del centro. Así aprovechamos para ponernos al día”.
La respuesta fue un alivio para Nuria, que agradeció la hospitalidad en un momento de incertidumbre. David y Pablo también se mostraron agradecidos de tener un techo donde descansar tras el viaje agitado.
Así, su llegada a Alcalá, marcada por un desvío confuso y la ausencia del padre, los condujo inesperadamente a la puerta de Carmen. La encontraron en un pequeño apartamento cerca del centro, lleno de plantas colgantes y dibujos infantiles en la nevera, que creaban un ambiente cálido y familiar. Carmen los recibió con una sonrisa radiante y un abrazo, ofreciéndoles un desayuno improvisado mientras se ponían al día. Nuria explicó brevemente su decisión de mudarse en busca de nuevas oportunidades.
Mientras desayunaban en la cocina, bañada por la luz matinal y el aroma a café y tostadas, dos niñas pequeñas entraron corriendo.
—¡Mamá, mira quién ha venido! —exclamó la mayor, una niña de unos ocho años con coletas rubias.
—Hola, soy Sofía. —¿Y tú eres...? —preguntó mirando a Nuria con curiosidad.
—Hola, Sofía. —Soy Nuria, tu prima —respondió con una sonrisa.
La niña la observó un momento antes de dirigir la mirada hacia Pablo, que intentaba pasar desapercibido tras su taza de café. La más pequeña, Lucía, de unos cinco años y con un lazo rosa en el pelo, se escondió tímidamente tras las piernas de su madre.
Carmen las presentó con orgullo:
—Chicas, ella es Nuria, mi prima, y ellos son David y Pablo. Se van a quedar un ratito con nosotros hasta que puedan ir a su casa.
Sofía, más atrevida, se acercó de nuevo a Nuria.
—¿Vienes de muy lejos? ¿En Mallorca hay piratas?
Nuria rió ante su imaginación.
—Vengo de una isla muy bonita, pero no he visto ningún pirata, ¡lo siento!
Lucía, animada por su hermana, se asomó y le ofreció un dibujo arrugado.
—Para ti.
Nuria lo tomó con ternura.
—¡Qué bonito, Lucía! Muchísimas gracias.
Ese pequeño gesto de bienvenida, en medio de la incertidumbre, tocó el corazón de Nuria. A pesar del desvío y la ausencia de su padre, la calidez inesperada de Carmen y sus hijas le ofrecía un respiro y una primera conexión humana en su nuevo hogar temporal.