La mentira

Starless: Cicatriz en forma de cruz IV

Capítulo 7

Starless: Cicatriz en forma de cruz IV

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Cuando Mihael volvió a entrar a su habitación y vio la cara de la dueña de la voz que había provocado que Viktoria se marchara como alma que lleva al diablo, nunca antes había tenido tantos deseos de estrangular a alguien.

Era verdad que Viktoria llevaba allí menos de un día, pero no era menos cierto que llevaba cinco años pensándola, recordándola y en menos de un día, se había enterado de más secretos de lo que podría alguien descubrir en más tiempo. Compartían recuerdos, culpas y un hijo.

Tenían mucho de qué hablar y tantas cosas pendientes que aclarar, olvidando de un plumazo mucho de su orgullo herido y de esa sensación de traición, y más cuando la veía por allí, desvalida y desprotegida, sabiendo que su hijo había sido secuestrado y sintiéndose doblemente culpable por los hechos que pudieron haber motivado la captura del niño. Parecía poco tiempo, pero solo él y algunos agentes del ASS podían saber, cuanto había indagado por su paradero.

Algo que ella había hecho desaparecer para jamás ser encontrada por él. Y vaya que tenía motivos para ello. Y este acercamiento tan natural, sencillo se vió frustrado por la presencia de esta mujer en su habitación.

No había sido fortuito. Él tampoco había podido dormir.

Skaargard se volvió adentro del cuarto y en verdad se contuvo de ir a tomar del cuello, a la mujer que estaba parada en forma sugerente cerca del respaldo de su cama.

—Demonios, Anne, ¿qué rayos te sucede? — increpó el sueco con una mirada feroz a la joven, quien retrocedió atemorizada.

— ¿Arruiné algo? — siseó la jovencita 

—No debiste haber venido. Ya sabias la respuesta a tus inquietudes. Esto fue un error y ya me he disculpado por ello. Vete ahora mismo y nunca más vuelvas a entrar a mi habitación sin mi permiso, si sabes lo que te conviene — amenazó Skaargard con sus ojos chispeantes.

No se necesitaron más palabras porque Anne salió corriendo del sitio.

Cuando ella hubo salido, Mihael cerró violentamente la puerta. Estaba furioso. Más cuando en verdad era inocente de lo que parecía que había pasado allí.

Porque él antes de que ella irrumpiera, estaba en vela, no pudiendo dormir, muy concentrado en planes futuros, cuando se percató que la puerta de su habitación se abría lentamente, porque no acostumbraba a llavearla y, notó las pisadas gráciles de Anne que ingresaba, enfundada en un camisón muy liviano para la temperatura, muy notable bajo el sobretodo.

Skaargard se levantó de la silla que ocupaba, al verla entrar para cerrar la puerta tras de ella.

— ¿Qué haces aquí, Anne? — increpó Skaargard un poco aturdido por verla, ya que no la esperaba. No en momentos como estos.

Ella alzó sus hermosos ojos negros y se limitó a quitarse el sobre todo que llevaba encima del camisón.

—He venido…aquí…porque deseo hacerte compañía.

Skaargard lo intuía. Esta era la consecuencia del error que había cometido con ella hace meses, y del cual no dejaba de arrepentirse un solo día.

Aquella noche de luna llena, que él había bebido un poco más de la cuenta recordando quien sabe qué y ella se metió a su habitación.

Y para que ir más lejos, Anne era hermosa, muy hermosa, y él no era de piedra. Y eso que cuando él había empezado a percibir que su protegida guardaba una atracción hacia él, fue que Skaargard se prometió a si mismo que trazaría un límite con esa jovencita, a quien había jurado cuidar en una promesa hecha al padre, pero ¿quién podría haber sabido en ese momento que esa muchacha iba a enamorarse de él y no descuidar el rato para seducirlo una noche de mala borrachera?

Luego de haber pasado esa noche juntos, Skaargard le pidió perdón y le advirtió que todo había sido un error.

De alguna manera, tampoco podía decirle a Anne, que esa noche cuando estaba recostado en aquella cama, murmurando recuerdos inentendibles, al sentir que un suave cuerpo se le subía encima, había tenido el resquicio de un deseo oculto de que se trataba de otra mujer, que en ese momento se le perfilaba como alguien que quería odiar y olvidar, pero en el fondo, su recuerdo, le estrujaba el corazón.

—Viktoria...— había llegado a murmurar para si aquella noche, al sentir unos cálidos labios en los propios, al confundirlos con una remembranza del pasado muerto.

Y pese a todo, de que Skaargard y ella, habían llegado a un acuerdo de que jamás volverían a hablar de esa noche prohibida, ella había desafiado aquel pacto y venido esa noche.

Y cuando oyó los ruidos en la puerta y la voz de Viktoria, le hizo una seña a Anne de que se mantuviera callada. Y la mujer no le obedeció. Justo cuando tenía un instante de compasiva intimidad con Viktoria que había venido a buscarlo en medio de la madrugada.

—Rayos — masculló Skaargard sentándose sobre la cama, y tocándose la cabeza.

Era muy tarde para ir a hablarlo con Viktoria y aclararlo.

Aunque si lo pensaba, no existían razones, ella llevaba pocas horas de haberse vuelto a encontrar con él y, además, pese a estar cerca del cuarto que le había asignado a ella, no podían estar más lejos uno del otro.




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