La mentira

Reencuentro bajo lluvia de sangre

Capítulo 10.

Reencuentro bajo lluvia de sangre

• ✾ •

 

Era como si flotara en una inmensa oscuridad soportada bajo algún abismo en la que no terminaba de caer jamás. Muy parecida a algunas pesadillas que tuvo cuando era adolescente y había quedado recién huérfana.

Solo que la sensación ahora era tan real, como si se colase por todo el cuerpo, como si a la tortura moral, también se le sumase un inexplicable dolor físico. Viktoria creía estar muerta.

Lo último lógico que recordaba era el grito de dolor agónico de Laarson Refilsson metiéndose en lo profundo de su sentido auditivo como deseando marcar por siempre en sus recuerdos de más allá de la muerte.

Con esa sensación clavándola por los poros y esa pizca de irrealidad que lo enturbiaba y no la dejaba pensar que quizá se estaba adentrando a la oscuridad, sintió como algo letalmente frio que la hizo convulsionar.

Viktoria abrió sus ojos ante la humedad que sentía por su frente, como si la estuvieran frotando con algo frio. Cuando ella reaccionó lo primero que vió fue unos grandes ojos celestes mirándola fijamente.

Ella los conocía muy bien. Y al principio, quiso creer que en efecto estaba muerta y maldecía a los que decían que una vez muerto, acababa todo, incluso los recuerdos.

Sin embargo, allí estaba, tan vivo y fulgurante, que con su brillo amenazaba con quemarla allí mismo y hacerla trizas.

Eso no ocurrió, sino que, movida por una fuerza sobrehumana para su lamentable estado por su cuerpo magullado, se incorporó, pero a duras tientas.

—No hagas eso — lo oyó decir

Viktoria se paralizó cuando oyó esa voz. Aún tenía la esperanza de que se tratase de algún espejismo, pero no lo era.

El miedo y el terror se apoderaron de ella, superando incluso el dolor de los golpes recientes de Refilsson. Era él.

Mihael Skaargard estaba frente a sus ojos y le había colocado un trozo de tela húmedo en la cabeza. De repente Viktoria razonó con sentido. Ella estaba segura de que la muerte la iba a tocar, cuando enervó con furia el fuego que hizo surgir con intención de sacarse a Refilsson de encima, porque prefería morir calcinada antes que ser muerta por aquel demonio, que cosa del maldito destino, resultó ser el verdadero gato perdido, aunque eso ya no importaba ya.

¿Entonces porque seguía aquí?

Si no era el infierno ¿Qué era?

Observó el lugar y no tardó en reconocerlo. Eran las orillas del Potomac, en la parte septentrional de Washington, a pocos kilómetros de la base, aunque bastante desierto por la inexistencia de puertos en ese sitio.

— ¿Tú me sacaste? — se aventuró a preguntar

— No tragaste tanto humo. Si, estas viva, porque te saqué. Aunque no alcancé a sacar a Refilsson — respondió él con voz fría

— ¿Cómo sabias que estábamos allí?

—El rastro de las alimañas se siente desde lejos. Lamento no haber podido salvar a Refilsson.

La agria y grosera respuesta de Mihael la hizo volver a la realidad. Él no era un tierno salvador ni nada parecido. Era el monstruo que ella pocas horas antes había comprobado.

— ¿Por qué Viktoria? — mencionó finalmente—. Confié en ti y me traicionaste como las serpientes. Si tú me hubieras preguntado si era un criminal loco, como él que estabas buscando, yo te lo hubiese dicho. Pero no lo hiciste. Preferiste mentirme, para sacar lo que pudieras de mí y ¿sabes?, lo lograste. Fuiste la segunda mujer que en verdad me llegaba a importar y no sabes cómo estoy arrepentido. Tú no te mereces nada.

Viktoria parpadeó sorprendida. Él creía sentirse con más derecho a reclamarle, siendo que fue él quien la había sometido a un acto de desprecio y posesión, por el simple hecho de dominarla y someterla, como para que nunca olvidara quien mandaba. Y vaya que lo había logrado.

—Ahora, vete, Viktoria. Desaparece. Di que estas muerta o lo que sea, porque para mí ya lo estás. Y te juro que, si vuelvo a verte, te mataré, no tendré la menor compasión contigo — agregó, parado frente a la mujer que aún seguía en el suelo.

Viktoria quiso reír cuando mencionó lo de la compasión. Ella ya lo había comprobado en carne propia, cuando sintió "esa compasión" en su propio cuerpo. Él hizo ademan de voltearse, pero ella habló, lo cual lo hizo detenerse.

—Nunca pude responderte lo que me habías dicho el otro día — con un hilo de voz

— ¿Ah sí? — bufó él

—Yo también te amaba — con un hilo de voz.

Él levantó una ceja sorprendido.

—Ya no mientas. Tu misión ya ha terminado. No hace falta montar numeritos.

—No es ningún número. Ojalá pudieras creerme. Aunque tampoco me interesa tener tratos con un monstruo como tú.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.