Al siguiente fin de semana era el baile mensual al cuál íbamos siempre. Nos preparamos como siempre con mi hermana, su novio y yo. Íbamos en el ómnibus del baile como todos los meses. Con Daniel nos encontrábamos allá, pues él vivía a unos pocos kilómetros del lugar.
Cuando se hizo la hora de salir a la calle a tomar el ómnibus, mi padre nos llevó hasta la ruta en su auto para que no pasáramos frío.
Fueron pasando los minutos, la media hora y la hora hasta que entendimos que el ómnibus no pasaría. El motivo no lo sabíamos: podía haberse roto, haberse llenado desde el punto de partida y no hacer el resto del recorrido. Lo cierto es que nos quedamos sin baile.
Volvimos a casa y nos acostamos. Por supuesto, que la bronca se había apoderado de mi porque Daniel me estaba esperando y podía pensar que lo había dejado plantado. Después razoné que si mi hermana y mi cuñado tampoco habían ido, era porque algo había sucedido.
Pero luego de esa aparente tranquilidad, me llegó otra duda:¿Qué haría Daniel sólo en el baile?¿Bailaría con otra, con. quién? Eso sí me quitó el sueño. Y hasta el lunes no lo sabría por algún comentario mal intencionado de mis compañeras de clase.
En fin, luego de algunas horas el sueño me venció. Luego de haber llorado y de especular varias situaciones, el sueño me venció. ¡Qué difícil se hace confiar en personas cuando no las tienes cerca!