La segunda miseria que azotó a Trevor fue en el ámbito del amor. El amor es un tema delicado en la vida de un hombre. Yo mismo lo viví con Esmeralda, y tengo que admitir que no le deseo un mal romance a nadie.
Esto ocurrió mucho antes de descubrir que Thomas Watson estaba vivo. Fue el día que cumplimos 17 años. Mi padre logró convencer a mi madre de llevarnos a un bar donde había alcohol, buena música y atractivas damas que se paseaban entre las mesas. Por supuesto que era un lugar refinado de Microcentro, un lugar en el que mi padre podía mostrarse públicamente. Fue en ese lugar donde probé el cigarrillo por primera vez, vicio que me acompaña hasta el día de hoy.
Trevor, mis amigos y yo estuvimos hasta medianoche dentro de ese bar. Y cuando mi padre dijo que debíamos regresar, le insistimos para quedarnos un rato más.
—De acuerdo, pero deben regresar antes del amanecer, antes de que tu madre despierte.
Prometimos lo que sea con tal de que nos dejara quedarnos y nos regocijamos por lograr que mi padre nos dejara solos. Años después me enteré de que él no regresó a casa esa noche, sino que visitó a una señorita del puerto de Buenos Aires con la que solía tener un amorío extramatrimonial.
Por supuesto que nosotros no nos quedamos en ese bar; decidimos caminar hacia San Telmo en busca de algo con más adrenalina. Encontramos un lugar bajo tierra; para llegar, tuvimos que bajar unas escaleras de madera que nos guiaron a la oscuridad total. El aire se condensó. El olor a humo nos guió a unas gruesas cortinas rojas que escondían una hilera de mesas alrededor de una pista de baile. La música era clara: tango. En ese momento, no era un estilo musical popular; se solía bailar en bares de clase baja o media, con mujeres promiscuas que no tenían otra manera de llevar la cena a su hogar. Y una de esas mujeres era Rosa.
La primera vez que vimos a Rosa fue esa noche. Era conocida en el barrio por ser una de las mujeres más hermosas que visitaba aquella taberna. Y cuando alzamos la mirada hacia el tumulto de personas, supimos quién era Rosa sin siquiera tener que preguntar.
Rosa tenía grandes ojos marrones con una mirada seductora. Sus labios eran carnosos y siempre estaban pintados de un rojo intenso. Su piel era morena, brillosa y suave. Me atrevería a decir que tanto Trevor como yo, como el resto de nuestros amigos, se preguntaron qué se sentiría acariciar sus largos brazos descubiertos. Su cuerpo curvo y voluptuoso era de lo que todos los hombres hablaban.
Una mujer que doblaba nuestra edad nos invitó a sentarnos alrededor de alguna pequeña mesa y nos sirvió algo para beber. Uno de mis amigos sacó una pequeña caja de madera que tenía varios cigarrillos robados de su padre y distribuyó uno para cada uno.
Claro que nuestros ojos estaban puestos en Rosa. Ver cómo ella se deslizaba por la pista en los brazos de un hombre de mediana edad nos mantuvo entretenidos por largos minutos. Varios comentarios sobre la manera en la que bailaba, sobre la manera en la que sus piernas se dejaban ver a través de la ranura de la falda, despertaron cuando pasó cerca de nuestra mesa. Pero el único que no emitió una palabra fue Trevor. Él estaba hipnotizado. Sus ojos perseguían aquel cuerpo sin creer que eso fuera real. Estoy seguro de que para él se sintió como un sueño.
Cuando la noche llegó a su fin y el lugar cerró sus puertas, decidimos volver a Belgrano caminando. Sí, lo sé, fue un largo camino. Pero pueden imaginar que a un grupo de adolescentes alcoholizados y después de ver a una de las mujeres más seductoras de la ciudad, poco nos importó tener que caminar dos horas y media. El tema de conversación durante todo ese trayecto fue uno solo: Rosa. Curiosamente, el único que se mantuvo en silencio fue Trevor. En ese momento me pareció extraño. Pero ahora entiendo que, mientras nosotros veíamos a Rosa como la mujer de una de nuestras fantasías, él la veía diferente. Trevor realmente se había enamorado de Rosa, incluso sin siquiera haber hablado con ella. Seguro debió haber sido duro oír como sus amigos hablaban sobre las piernas, los labios o los pechos de Rosa; yo me hubiera enojado mucho si oía algo así sobre Esmeralda. Pero en ese momento ninguno de nosotros sabía lo que él estaba sintiendo; de lo contrario, estoy seguro de que ninguno habría abierto la boca.
Lastimosamente, la visita a San Telmo generó un quiebre entre nosotros. Cumplir 17 años me hizo darme cuenta de que tenía que enfocar todas mis energías en conquistar a Esmeralda, y Trevor… bueno, supongo que sintió lo mismo hacia Rosa. Pronto, nuestra relación se convirtió en una lucha silenciosa por ver quién conquistaba a la chica primero y, para desgracia de Trevor, yo tenía el viento a mi favor.
Para entender un poco cómo nuestra relación se deterioró, primero les contaré, brevemente, mi historia de amor con Esmeralda. Como ya saben, los padres de Esmeralda Torres eran buenos amigos con mis padres y creo que en el fondo siempre esperaron que yo tomara de esposa a su hija. El único problema es que, cuando éramos niños, ella no estaba muy interesada en mí y sospecho que era porque yo solía molestarla a ella y a sus amigas. Pero en mi defensa, lo hacía para llamar su atención.
Cuando comenzamos nuestra adolescencia y yo cambié mis pantalones cortos por mis varoniles pantalones largos, sentí que era mi momento. Yo ya era considerado un hombre en aquella sociedad conservadora y planificar un futuro digno para mi apellido era mi objetivo. Trevor todavía no había llegado a Buenos Aires, por lo que todos los esfuerzos de mi padre estaban enfocados únicamente en mí. En esa época yo sentía mucha curiosidad sobre el sexo opuesto y realicé varias preguntas a mi padre (también preguntas más subidas de tono a mis compañeros de colegio) con el objetivo de conquistar a Esmeralda. Recuerdo que mis padres se sentaron conmigo una tarde de primavera y comenzaron a tirarme consejos y directivas sobre cómo debía comportarme, qué debía hacer, qué no debía decir. Todo bajo la consigna de ser un buen candidato para Esmeralda Torres. En ese tiempo el estatus era muy importante y garantizar una buena alianza familiar a mi apellido era el principal objetivo de mi futuro matrimonio. Claro que a mí no me molestaba; después de todo, yo realmente estaba enamorado de Esmeralda, y aceptaba cualquier consejo que pudiera acercarme a ella. Pero sí noté que algunas cosas que decían mis padres eran un poco anticuadas, por lo que prefería evitarlas a toda costa.
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Editado: 12.06.2025