El siguiente tema fue uno muy doloroso tanto para mí como para Trevor, y por favor no juzguen mis palabras. Deben entender que para un hombre, padre de familia, de esa época tener un trabajo estable y digno era sinónimo de estatus social. Y tanto Trevor como yo teníamos la presión de pertenecer a una clase social donde ese status lo es todo.
Lo más sencillo y a lo que recurren todas las personas pertenecientes a esta clase es aferrarse a su familia y a los contactos que ellas tienen. Pero en nuestro caso, tuvimos un pequeño inconveniente, y es que la relación con nuestro padre (o mejor dicho, padrastro en el caso de Trevor) no era la mejor.
Como ya les comenté antes, a medida que fui creciendo, mi padre comenzó a beber. Recuerdo mis últimos años en la casa de mis padres con repugnancia. Él volvía entrada la noche luego de dar vueltas por diferentes bares de Belgrano, y si mi madre estaba despierta, comenzaba una discusión campal. Mi madre lo acusaba de estar en los brazos de otras mujeres; él lo negaba rotundamente y yo le creí. Las primeras noches, me interpuse entre ambos. Intenté ser el mediador de la familia. Le decía a mi padre que no debería volver tan tarde, que no debería beber tanto. Él casi siempre me insultaba y se iba a su habitación tambaleando. A mí madre, le decía que no lo acusen de adulterio sin pruebas. Ella insistía que el perfume que se olía de las ropas de mi padre era de otra mujer.
Fui mediador por varios meses hasta que mi paciencia llegó a su fin. Comencé a escuchar las discusiones y a tapar mi cara con la almohada. Estaba harto de tener que lidiar con esa situación solo; Trevor había viajado a Cuyo para intentar concretar ciertos negocios, y yo lo único que deseaba era que él estuviera de regreso para poder hablar con alguien. No quería tocar el tema con Esmeralda porque tenía miedo de que se arrepintiera de aceptar mi propuesta de matrimonio. Pero una noche mi padre cometió el peor error que un hombre jamás debe perpetrar: golpear a una mujer. Esa noche, me despertó el ruido de un jarrón haciéndose añicos contra el piso, pero lo que llamó mi atención fue el llanto desconsolado de mi madre. Ella jamás había llorado delante de mi padre; solía esperar a que él se fuera a dormir y bajaba a la cocina para lloriquear en silencio mientras le preparaba el almuerzo. Cuando escuché el segundo golpe, salté de la cama. Salí corriendo por el pasillo mientras los gritos de mis padres me aturdían. Cuando llegué al salón, me encontré a mi madre sentada en el suelo, cual cordero mojado, y a mi padre de pie con la mano levantada, cual lobo a punto de atacar a su presa. Me interpuse entre ambos y logré atajar el golpe. Pero a mi padre no le gustó mucho que alguien detuviera sus impulsos inhumanos.
Me gritó con violencia. Pero a estas alturas yo era adulto y él comenzaba a tener los primeros indicios de vejez. Estoy seguro de que sabía que no le convenía meterse conmigo y prefirió irse a su habitación a tomar una siesta resacosa. No voltee a ver a mi madre hasta que me aseguré de que mi padre no era una amenaza. Y luego de ayudarla a ponerse de pie, le dije que nada bueno podía salir de todo esto y que debía irse de la casa. Recuerdo que me miró espantada. Para las mujeres de esa época, fallar en el matrimonio era inconcebible.
—¿Qué me estás diciendo?—me preguntó con la voz acongojada.
Decidió quedarse en esa casa y yo, que apenas había cumplido la mayoría de edad, no supe cómo manejar la situación. Por muchos años, mi padre la maltrató y yo solo logré convencerla de dejar esa casa cuando Esmeralda quedó embarazada de Teresa. Mi madre decidió mudarse a la casa de mi tía Telma, que vivía en Mercedes, a pesar de que eso significaba estar lejos de su único hijo y su única nieta. Pero yo le prometí que iríamos a visitarla periódicamente. Promesa que no pude cumplir…
Mi padre jamás me perdonó. No le gustaba que yo hubiese defendido a mi madre y que la hubiese convencido de irse. Fue por eso que no me dejó trabajar con él y convenció a todos sus conocidos para que nadie me contratara. Tuve que salir a buscar trabajo como un cualquiera, incluso teniendo la ventaja de tener una familia con contactos. Y fue unas semanas antes de que Teresa nazca que encontré un empleo como trabajador de una fábrica.
La vida de Trevor no era tan diferente en ese sentido. George le había enviado algo de dinero para poder proceder con la compra de un viñedo en Mendoza, pero los negocios no habían ido bien y una mejor oferta llegó a oídos de los dueños. Trevor tuvo que volver a Buenos Aires con las manos vacías, y como era mi amigo, logré conseguirle un trabajo en la misma fábrica. Pero ninguno de los dos estaba motivado. El sueldo apenas me alcanzaba para brindar los lujos que Esmeralda esperaba, y Trevor estaba intentando tomar las riendas de su vida luego de descubrir que la muerte de su padre había sido un fraude.
Y desafortunadamente Trevor no duró mucho…
En esa época, el ultranacionalismo se volvió popular. Empezaron a haber muchas personas que justificaban su xenofobia con argumentos estúpidos. Muchos estaban fascinados con las corrientes europeas que estaban a punto de causar una de las guerras más salvajes en la historia de la humanidad. Hasta el día de hoy, no estoy seguro de quién lo hizo. Pero una acusación surgió en los altos mandos de la empresa sobre un supuesto robo que Trevor había efectuado. Nadie sabía quién lo había acusado y cuáles eran las pruebas. Sin embargo, Trevor fue despedido y tuve que darle hospedaje en mi casa.
Fue en esa época que comenzó a llevarse bien con Teresa. Nunca expresó interés en ser padre. Pero cuando volví de trabajar una tarde y lo vi jugando con mi hija, imaginé que sería un buen padre. La vida me demostró que yo no siempre tenía la razón.
Trevor pasaba largas horas caminando por las calles de Buenos Aires buscando un trabajo que le diera la estabilidad financiera que necesitaba. No podía usar el dinero de George porque era exclusivamente para el proyecto del viñedo y, además, el hecho de no tener un empleo hacía su vida miserable. Un hombre de nuestra clase social sin trabajo era un fracaso. Eso nos habían metido en la cabeza por años y a mí me tomó mucho tiempo darme cuenta de que no es así. Pero creo que Trevor jamás encontró esa paz.
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Editado: 12.06.2025