La Miserable Vida de Trevor Watson

Capítulo 6

Los problemas económicos de Trevor y su situación familiar comenzaron a afectar su salud, no solo la física sino también la mental. Trevor no solía hablar mucho de estos temas. Yo sabía que tenía un historial de internaciones hospitalarias en Inglaterra. Me lo había contado Meredith, su hermana, en uno de sus intentos por conquistarme.

Al parecer Trevor siempre había sido de salud frágil. A los pocos años de nacer y luego de que su padre partiera a Francia para luchar contra las potencias centrales, Trevor tuvo su primera internación. Claro que en aquella época la medicina no era la que es hoy. Hanna se había dado cuenta de que su pequeño hijo estaba afiebrado y le había puesto varios paños húmedos para intentar bajar el estado febril. Al cabo de tres días, Hanna se desesperó. Tomó a su pequeño hijo en brazos y salió corriendo por las frías calles de Londres en dirección al hospital más cercano. En un principio, los médicos no quisieron atenderla; estaban muy ocupados tratando a los heridos de uno de los bombardeos efectuados por un zepelín alemán. Pero luego de que ella insistiera, logró que un viejo doctor atendiera a Trevor y lograron hacer que la fiebre bajara.

Desde ese momento, su madre lo había protegido para evitar que una situación similar se repitiera. Hanna no lo había dejado salir a jugar bajo la lluvia, tampoco lo había dejado vagar por las nevadas calles en invierno. Ella estaba muy asustada de que Trevor volviera a enfermar, así que lo protegió por años. Yo creo que tenía mucho miedo de que muriera antes de que su padre regresara de Francia. Sin embargo, cuando la carta con la supuesta muerte de Thomas llegó, Hanna cayó en la cuenta de que no todo se podía controlar en esta vida.

Supongo que jamás imaginó que el siguiente problema que Trevor tendría sería consecuencia de su nuevo matrimonio. Yo tenía mis sospechas, pero Meredith me lo confirmó. Trevor no había vivido contento por mucho tiempo. Desde que su madre se casó con George, Trevor pasó a un segundo plano. La llegada de sus dos medios hermanos terminó causando que él perdiera todo interés en la vida. Su padre había sido asesinado por las tropas alemanas en una guerra que había generado muchos traumas a la sociedad de la época. Todos tenían un padre, un tío, un abuelo, un hermano, un sobrino o un hijo que había fallecido en la gran guerra. Pero en el caso de Trevor, había tenido que soportar cómo su padrastro hablaba miserias de su padre fallecido en el frente de batalla. Y eso lo volvía loco.

Su madre había dejado de lado los cuidados psicológicos de su hijo para preservar los cuidados económicos. Debo insistir que no creo que Hanna lo haya hecho con una mala intención, ella simplemente quería darle lo mejor a su hijo. Pero lo que Hanna no sabía era que lo que Trevor más necesitaba era afecto.

En sus primeros años de educación primaria, Trevor solía volver todo golpeado del colegio. Meredith me contó como si de un simple chisme se tratara que su madre había ido a hablar con los profesores pensando que había algún alumno que se pasaba de listo con su hijo. Para la sorpresa de Hanna, quien se estaba efectuando esos golpes era el mismísimo Trevor. Según Meredith, su hermano tenía una cicatriz de esos años en la rodilla derecha. Me costó mucho comprobarlo; en esa época, los hombres pasados la pubertad debían usar pantalones largos. Sin embargo, años más tarde logré ver esta cicatriz gracias a que los pantalones de Trevor se mancharan con barro luego de una fuerte tormenta y yo le tuviera que prestar una muda de ropa.

Seguramente, a estas alturas estarán todos sorprendidos. Y voy a ser sincero, cuando Meredith me comentó eso, yo quedé mudo. Trevor me había contado poco sobre su paso por la escuela secundaria, que en ese momento era común únicamente en jóvenes de clases altas, y él siempre me había dicho que los maltratos eran reales.

—Cuando era niño, él se lastimaba a sí mismo para llamar la atención de nuestra madre—me comentó Meredith—Pero cuando entró en la adolescencia ya no necesitó de sí mismo puesto que se encontró con una jauría de púberes necesitados de demostrar su superioridad, su hombría.

¿Y quién mejor que un joven recién llegado, cuya familia estaba marcada por la desgracia de su padre biológico y el nuevo matrimonio de su madre?

Tengo que admitir que esta fue una de las cosas que más me dolió saber. En todos los colegios del mundo hay pendejos que necesitan compensar sus propios complejos a costa de la salud mental de los demás. Pero que un niño de siete, ocho o nueve años decida auto infligirse lesiones para llamar la atención de su madre sonaba completamente fuera de lugar. Durante los días que estuve en Inglaterra, Hanna me mostró algunas viejas fotografías de Trevor. Obviamente eran todas en blanco y negro, pero aun así se podía ver el rostro de mi pequeño amigo. Estaba triste, pero no como esa tristeza que dura por unas horas y es producto de una estupidez. Trevor estaba mal, muy mal. Y al parecer su madre no lo veía y jamás lo había visto. Fue esta la razón por la que me preocupé mucho cuando viajamos a Francia y descubrimos que su padre estaba vivo y había rehecho su vida.

Nunca me atreví a preguntarle cómo se sentía. Si hubiese sabido que terminaría saltando desde un octavo piso, hubiese intervenido de alguna manera. Pero si los seres humanos tuviésemos la capacidad de ver el futuro, seríamos como Dios, y Dios solamente hay uno.

El trasfondo de todo esto tuvo relevancia más tarde, cuando Trevor y yo ya estábamos casados y ambos teníamos hijos. Fue un poco después de que él perdiera sus inversiones y tuviera que volver a trabajar en una aburrida fábrica. La vida es como un laberinto de casualidades. A veces los pasillos están uno junto al otro, separados por una gran pared y nosotros no sabemos qué está pasando del otro lado. Pero otras veces, los pasillos se conectan y uno tiene la oportunidad de pispear que hay a ambos lados.




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