La Miserable Vida de Trevor Watson

Capítulo 7

Trevor se quedó completamente solo. No tenía a sus hijos, no tenía a su esposa. Sus medio hermanos nunca habían sido parte activa de su vida. Yo, su mejor amigo, me había distanciado con el paso de los años. Su estabilidad económica y social iba en declive. Su salud no retomaba vuelo. Y para empeorar las cosas, recibió una carta de parte de Meredith donde le avisaba que Hanna había muerto por una tuberculosis.

Pero además de todas estas situaciones, Trevor se encontraba atravesando una crisis espiritual. Yo había notado que, desde que María del Valle había desaparecido, Trevor estaba más enfocado en la palabra de Dios. Lo había visto caminar con una biblia bajo el brazo en varias ocasiones y más de una vez lo había encontrado rezando dentro de una iglesia. Debido a su lugar de nacimiento, él había sido criado bajo las normas de la Iglesia Anglosajona. Sin embargo, luego de vivir tantos años en un país católico, Trevor había comenzado a mutar sus creencias. Yo mismo lo había visto con una estampilla del papa Pío XII en su billetera, cosa que llamó mi atención porque Trevor jamás había sido cristiano y mucho menos, devoto.

A medida que las semanas pasaban, Trevor se estaba volviendo más ermitaño. La última vez que asistió a un evento social, las cosas habían acabado terriblemente mal con Miguel echándolo de su casa. Desde entonces, ya no quería salir conmigo y tampoco aceptaba mis invitaciones para cenar en casa. Interrogué a los vecinos sobre su rutina y todos me decían lo mismo, que solamente salía para ir a trabajar o para ir a la iglesia.

Las cartas se acumulaban junto a la puerta de su casa. Cada vez que yo iba a intentar hablar con él, revisaba en busca de algo que me diera esperanzas: una carta de su familia, de María del Valle o de algún emprendimiento que él estaba desarrollando. Pero lo único que encontré fueron folletos políticos y cartas de abogados sanjuaninos o porteños, posiblemente notificaciones de deudas.

Aproveché el domingo en el que mi hija tomó su comunión para hablar con el cura de la iglesia de nuestro barrio. Le pregunté de manera discreta si había visto a Trevor últimamente e intenté sacarle información que pudiera ayudarme. Pero lo único que me dijo fue que Trevor estaba intentando recuperar la fé perdida y estaba lidiando con sus demonios internos. Nada útil. Esa simple frase podía tener muchos significados complejos, y la única persona que me podía ayudar había desaparecido del hospital hacía varios meses. Creo que el problema con Analía fue que yo jamás le aclaré que estaba casado y que tenía una hija. Desconozco si ella lo sospechaba. Supongo que Trevor le había contado la historia de vida de su amigo, y cuando me presenté en su casa para confesar que yo era el amigo de Trevor, ella solo tuvo que hilar cabos.

La noche después del festejo de la comunión de mi hija, Esmeralda y yo discutimos como últimamente lo hacíamos siempre. Ella tomó a Teresa y se fue de casa; decidió pasar la noche en la casa de sus padres.

Me senté en el sillón con un vaso de vino tinto. Necesitaba pensar, necesitaba entender qué estaba pasando en la vida de Trevor. Un hombre que jamás fue devoto recurre a la fe únicamente porque no sabe cómo extirpar algo de dentro suyo. Quizás estaba pensando que todas las cosas malas habían sucedido como castigo de Dios por haberlo olvidado todos estos años. Yo pensaba esto mismo sobre mi propia vida. O quizás, había algo más oscuro. Me negaba a pensar que Trevor le había hecho algo a María del Valle, ¿pero y si algo había pasado en esa casa? La cabeza me daba vueltas por causa del vino, así que decidí salir a caminar por las frescas calles otoñales de Belgrano.

Unas pobres luces iluminaban las calles, pero yo conocía ese barrio de memoria. No tenía un punto fijo, pero curiosamente terminé en casa de Trevor. Tenía una luz encendida. Estaba despierto porque podía ver su sombra moverse de un lado a otro. Me comenzaba a preguntar qué estaba haciendo cuando la luz se apagó. Fue en ese momento que decidí acercarme a la casa y tocar la puerta. Realmente pensé que no iba a atenderme, pero la puerta se abrió con una extraña suavidad. Vi a Trevor por primera vez en semanas. Estaba pálido y ojeroso, pero parecía sorprendido de verme allí.

Le dije que estaba preocupado por él y me respondió que no había nada de qué preocuparse. Yo insistí. ¿Cómo que no había nada de qué preocuparse? Después de todo lo que había pasado y de cómo él se estaba comportando, había muchas razones por las que preocuparse. Pero él también me insistió en que todo estaba bien y que solamente estaba intentando recobrar la fé que había perdido en todos estos años.

Me convenció lo suficiente como para que vuelva a mí casa. Pero yo tenía la extraña sensación de que había algo más. Había sentido una tercera persona en esa casa, como si él no estuviese solo. El alcohol en mi cabeza me llevó a pensar muchas cosas raras. Tirado en mi duro sillón, comencé a pensar que quizás María del Valle había vuelto. ¿Pero por qué se mantendría a escondidas? ¿O sería Trevor quien la estaba manteniendo raptada en aquella casa? ¿Y si la presencia que había sentido se trataba de un fantasma? ¿Del espíritu de María del Valle?

Me quedé dormido con una copa en mi mano, la cual cayó al suelo y se hizo añicos. En otro momento de mi vida estaría preocupado por lo que Esmeralda diría, pero en ese entonces tenía tantas cosas en mi cabeza que ni siquiera lo pensé.

Al otro día, se supone que yo debía ir a trabajar. Pero en su lugar, me dirigí a la casa de Trevor. Era una obsesión que no podía quitar de mi cabeza desde hacía varias semanas, desde que María del Valle había desaparecido y Analía se había esfumado junto con los secretos de Trevor. Y en lo único que yo podía pensar era en todo eso, en cómo habíamos llegado hasta ese punto de ser dos extraños, de no saber qué es lo que estaba pensando el otro.

Llegué a la casa de Trevor en cuestión de minutos. Al igual que la noche anterior, todo parecía muy tranquilo. Yo sabía que él no estaba en casa porque había hablado con los vecinos y sabía perfectamente su rutina. Pero también sabía cómo ingresar a su casa sin llave. Resulta que Trevor siempre dejaba la ventana de su habitación abierta. Estaba en un primer piso, por lo que yo tendría que buscar la manera de subir hasta la ventana e ingresar sin llamar la atención de ningún vecino que estuviese cortando el pasto o paseando el perro en ese momento. Por supuesto que no había ninguna escalera en las cercanías del patio de Trevor; tampoco sería tan tonto como para dejar el plato servido a cualquier delincuente que viera la oportunidad de atacar. Así que me las tuve que ingeniar con una maceta y un cajón de frutas destartalado que había sobre la vereda. Tuve que revivir mis años juveniles donde me escabullía a la habitación de Esmeralda sin ser visto por sus padres. Obviamente, ya no era tan joven y ágil. Sin embargo, me las apañé para trepar por la pared y logré ingresar a la habitación principal de Trevor. Allí donde él y María del Valle habían compartido cama hasta su desaparición.




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