La Misteriosa Chica Del Piso 14 - Finalizado (corrección)

CAPITULO UNO – UNA HISTORIA SIN SENTIDO (Capitulo reescrito)

Principio de todo esto.

Llevaba meses atrapado en aquel videojuego, condenado a repetir el mismo nivel una y otra vez. El jefe final se alzaba como un muro imposible de derribar, y cada derrota dejaba un eco frustrante en mi cabeza. ¿De verdad era tan difícil ganarle? Al final lo dejé… como tantas otras cosas en mi vida. Quizá ese juego era un espejo: comenzaba con entusiasmo, pero terminaba abandonando antes de llegar a la meta.

En toda familia, dicen, siempre hay un cliché que se repite: la oveja negra, el hijo rebelde, el callado que nunca encaja del todo. Yo, en un arranque casi caprichoso, decidí ser lo contrario. Quise convertirme en el hijo responsable, respetuoso, que no daba problemas. Aun así, guardaba cierta distancia con los demás, como si una muralla invisible me protegiera de los comentarios malintencionados y de la envidia disfrazada de amistad.

Hace ocho días cumplí diecinueve años. Al repasar mi adolescencia, veo una serie de proyectos abandonados a medio camino, algunos por falta de tiempo, otros porque simplemente me faltaba la voluntad de terminarlos. También viajé: hubo campamentos con amigos durante el otoño, noches en que el viento azotaba las carpas y los bosques susurraban demasiado fuerte. Esos sustos nunca pasaron de anécdotas, pero dejaron en mí una sensación de estar probando los límites de la vida.

Mis padres me llamaron Joel Castillo. Decían que en mi carácter había algo que atraía los problemas, como si buscara enredarme solo para luego hallar la salida. Y quizá tenían razón, porque en segundo curso apareció la persona que cambiaría ese destino: Aneth, la muchacha más bonita del colegio.

Recuerdo su cabello, largo y liso, brillando como un río oscuro bajo el sol. Sus pecas eran diminutas constelaciones sobre unas mejillas que enrojecían con facilidad. Sus ojos color miel parecían guardar secretos, y aquella nariz pequeña le daba un aire travieso. Tardé medio año en lograr que aceptara una cita, pero cuando lo hizo, los rumores en el colegio no tardaron en florecer como malas hierbas. Entre murmullos y miradas, entendí que amar a alguien también significa cargar con el peso de la opinión ajena, y que crecer es, en parte, aprender a soltar.

Nuestra historia no tuvo un final de cuento de hadas. La rutina se instaló entre nosotros como un huésped silencioso, y aunque yo intentaba sorprenderla cada día, la magia se escapaba poco a poco, como arena entre los dedos. Al final del curso, Aneth cambió de colegio y con ella se fue ese primer amor, dejándome la sensación de haber despertado de un sueño demasiado breve.

Los años siguieron su curso, entre tropiezos y pequeñas victorias, hasta que por fin terminé la preparatoria. Frente a mí se abría un nuevo escenario, más incierto y desafiante: la Universidad.

Mi vida cambió en un día cualquiera. Tomé el metro como de costumbre y, de pronto, una chica se quedó dormida en mi hombro. Suena a cliché de Hollywood, pero así sucedió. El metro frenó bruscamente y ella despertó de golpe; al verme, se limpió apresurada la pequeña baba que brillaba en su labio y, con un murmullo avergonzado, lanzó una maldición entre dientes. Tomó su mochila y se bajó de inmediato en la siguiente estación.

Traté de detenerla, porque había olvidado un libro. Jamás supe su nombre ni su dirección. Solo me quedó aquel ejemplar con una frase escrita a mano en la primera página:

"Cada minuto se transforma en mi pensar; cuando estoy junto a ti, mi vida tiene un significado. Pero si no estás, ¿qué sentido ha de tenerlo?"

De eso han pasado dos años, y aún conservo el libro como si guardara un secreto que nunca me pertenece del todo.

Desde entonces, mis noches suelen repetirse con el mismo sueño. Al principio creí que se debía a aquella chica, a la intriga de devolverle su libro y verla de nuevo. La busqué, pero nunca la encontré. Sin embargo, últimamente el sueño cambió: en él, la muchacha camina por el borde de una acera, mientras una luz intensa la persigue desde atrás. No sé si interpretarlo como un mal presagio o como la presencia de un ángel.

Desperté inquieto. Quizá las historias fantásticas de mi primo habían hecho mella en mi cabeza, o tal vez ella no era más que un recuerdo inventado por mi propia soledad.

Ese mismo día permanecí hasta el mediodía en mi habitación. Estaba a punto de mudarme a un edificio cercano a la universidad, a tres horas de la casa de mis padres. Lo hacía por varias razones: la renta era baja, el lugar me gustaba y, sobre todo, quería empezar a independizarme. Mi madre, como era de esperar, no estaba del todo de acuerdo. Pero logré convencerla; es una mujer maravillosa, aunque yo sentía que este era un paso que debía dar por mi cuenta.

Claro que también había otra razón: Verónica. Era mi novia desde hacía casi cuatro años, y deseaba dedicarle más tiempo. Ella siempre se quejaba de que no la llevaba a buenos lugares, de que mis planes eran simples. Por eso, con un nuevo empleo que había conseguido, planeaba sorprenderla con cenas más bonitas y momentos diferentes.

Esa noche esperaba que nada se interpusiera. Quería verla feliz antes de mudarme, aunque supiera que después nos veríamos menos, solo los fines de semana, siempre que el trabajo no me lo impidiera.

La tarde avanzaba y Verónica, como siempre, tardaba más de lo previsto en arreglarse. Íbamos a celebrar su cumpleaños: primero al cine, luego a cenar.

—¡Vero! ¿Ya estás lista? Vamos a llegar tarde a la función. —le grité desde la sala.
—¡Espera, amor! Solo me pongo los pendientes —respondió desde su cuarto.
—Apúrate, que ya casi es la hora.
—Ya, ya... —salió apresurada, sonriéndome mientras me daba un beso—. Amor, ¿trajiste mi abrigo?
—Aquí está. ¿Nos vamos?
—Sí, lo siento.

El cine estaba abarrotado de gente, pero había comprado las entradas con anticipación. Ella quería ver la película ¿Solo amigos?, adaptación de una novela de la que era fanática. Pasamos dos horas entre risas y comentarios, y al salir no tardó en darme su crítica, enumerando lo que le había gustado y lo que no. Yo simplemente la escuchaba, pensando que hay cosas que nunca voy a entender del todo en las mujeres.




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