La mujer del dragón

Capítulo 1

Esmeralda podía señalar con precisión el exacto momento en el que supo que Draco Mondragón era el hombre de su vida. Es más, si alguien preguntaba, podía decir hasta la hora, puesto que en ese momento iba regresando con su hermana Jade de sus clases de tiro de arco y eso siempre ocurría a las cuatro menos diez.

Jade y ella venían andando por el pasillo quejándose amargamente del mal aliento del instructor de tiro cuando tres figuras masculinas les cortaron el paso. Su primer impulso fue reaccionar con molestia, ¿acaso no veían que tenían enfrente a dos damas? Lo cordial era hacerse a un lado y dejarlas pasar, pero los hombres estaban firmes en su sitio, como si esperaran que fueran ellas las que se quitaran. Y, aunque las hermanas lo ignoraran, eso era exactamente lo que ellos esperaban, puesto que antes de las consideraciones caballerosas ante el sexo femenino estaban los títulos reales y a las que les correspondía hacerse a un lado era a ellas.

Ignorante de la verdadera situación, Esmeralda alzó la barbilla con orgullo para encarar a tan maleducados granujas, dispuesta a hacerles sentir todo el peso de su desprecio. Su corazón se detuvo en cuanto sus ojos color violeta la contemplaron. Está de vuelta, pensó para sus adentros. Llevaba tres años sin ver al príncipe Draco y, aunque había embarnecido gracias a varios kilos más de musculatura y se había despojado por completo de cualquier rastro adolescente que antes había en su rostro, ella lo reconoció al instante. El muchacho de su infancia había sido apuesto, pero el hombre que era ahora robaba el aliento. Tres años lejos se sentían tres décadas en la corta vida de Esmeralda y el cambio en Draco afianzaba su sentir, se había despedido de un chico y le habían devuelto a un hombre. Y todo a causa de ese recorrido que el rey Dimas lo obligó a hacer por el reino para que conociera a profundidad los territorios que un día serían suyos para reinar.

La inesperada decisión del rey de mandar a su hijo de viaje por tanto tiempo provocó que los corazones de cientos de jóvenes se rompieran al ver partir al heredero al trono, incluido el de las hermanas mayores de Esmeralda. Aunque para ella no tuvo gran impacto a sus escasos doce años edad, en su inocencia no entendía qué inconveniente podía representar para todas esas jóvenes que el príncipe se fuera. Para ella, Draco no era más que un chico mayor que nunca le prestaba atención, echaría de menos su sentido del humor durante las cenas que compartían sus familias, pero tampoco se sentiría desconsolada por su ausencia. Ahora todo era diferente, ya con quince años recién cumplidos, Esmeralda lograba entender el encanto que Draco ejercía en el sexo femenino. Ese burbujeo en el estómago que provocaba que él posara sus ojos sobre ella era inesperado, pero igualmente delicioso. Ya sus hermanas le habían advertido que algún día entendería porque todas estaban tan encandiladas con Draco y le bastaron unos segundos para que sus predicciones se cumplieran. Lo que ni Esmeralda, ni sus hermanas pudieron prever, era el efecto que ella tendría sobre el príncipe.

—¿Te conozco? —preguntó Draco ladeando la cabeza, sin dejar de mirarla fijamente.

Esmeralda hizo una rápida reverencia al mismo tiempo que su hermana, mientras sentía que sus mejillas se tornaban color carmesí a causa de la insistencia de los ojos del príncipe.

—De toda la vida —respondió sin poder ocultar su molestia por el hecho de que él no la hubiera reconocido.

Draco arrugó la frente, sorprendido por el tono golpeado de la chica. Normalmente la gente se cuidaba mucho de cómo se dirigían a él, en especial las jóvenes, ya que todas sin excepción deseaban que las convirtiera en la futura reina.

—Alteza, ¿acaso no nos recuerda? —le preguntó Jade haciendo su mejor esfuerzo por ser sensual en un intento por captar la atención de Draco como había hecho tantas veces antes de que él partiera. Labios abultados y el pecho hacia afuera, como su madre le había indicado cuando iniciaron sus pretensiones hacia Draco.

Para desgracia de Jade, el príncipe ya conocía de pies a cabeza todas las artimañas femeninas imaginables de seducción, puesto que ya había sido probado con todas varias veces. No es que le molestara tener a un ejército de mujeres tras de él, cualquier joven cuerdo de 23 años estaría encantado de verse en su posición; solo que a veces le irritaba no poder siquiera caminar de las caballerizas al patio de armas sin que alguna se le lanzara encima. Además, Draco sabía bien que la intensión de las chicas era ponerle una sortija matrimonial en la mano y que, si en un momento de debilidad llegaba a dejarse seducir por alguna, esta de inmediato alegaría estar encinta para atraparlo de forma irremediable. Lo cual hacía imprescindible que se resistiera con todas sus fuerzas a cualquier avance femenino. Iba a casarse, eso lo tenía por seguro, pero aún deseaba tomarse algunos años antes de establecerse, si tan solo todas esas jóvenes impacientes le dieran un respiro.

—A ti sí te conozco, tú eres Jade Terranova —contestó Draco en tono seco y luego devolvió su atención a la chica que había despertado de forma inusitada su interés. Al mirarla con más detenimiento obtuvo su respuesta. ¿Era posible? La última vez que se vieron ella no era más que una niña sin ninguna gracia, pero debía ser ella… Era inaudita la gran diferencia que tres años podían hacer en una joven. Habían crecido prácticamente juntos, pero Draco jamás sospechó la belleza que se escondía tras los rasgos infantiles de la hija menor del asesor de su padre—. ¿Esmeralda? —preguntó con incredulidad.

—Ah, entonces sí me recuerda —contestó la chica con una mueca que casi rayaba en la insolencia. Misma que cambió en el segundo en el que su hermana mayor le propinó un codazo correctivo.




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