La mujer del dragón

Capítulo 3

Los carruajes de ambas familias llegaron al lugar acordado casi al mismo tiempo. A pesar de que sentía deseos de bajar de un brinco y buscar a Draco, Esmeralda aguardó a que todos sus hermanos descendieran primero como correspondía antes de hacerlo ella por ser la menor. Para su gran alegría, lo primero que notó al bajar fue que el príncipe Draco se dirigía hacia ellos con su hermana Sofía del brazo.

—Buenas tardes, me alegra que hayan aceptado la invitación —los saludó con buen ánimo.

—A nosotros nos honra que nos haya tomado en cuenta, Alteza —agradeció Caleb en nombre de él y sus hermanas, en tanto que los cuatro hacían la reverencia correspondiente.

—Teníamos mucho de no convivir sin que nuestros padres estuvieran presentes, ¿cierto? No dejemos que se vuelva a perder la costumbre —dijo la princesa Sofía en tono amable, fingiendo que desconocía el motivo del alejamiento, a pesar de que lo sabía perfectamente, pues Draco se lo había confiado hacía bastante tiempo.

—Por supuesto, sobre todo porque siempre nos hemos llevado muy bien —dijo Ámbar pestañeando repetidamente. A su lado, Jade esbozaba un puchero sensual que hacía que sus labios se vieran más carnosos. Caleb sintió ganas de poner los ojos en blanco, no habían pasado ni cinco minutos y sus hermanas ya volvían a las andadas; el príncipe no estaba interesado en ellas y su obstinación le parecía rayar en lo denigrante.

Draco ni siquiera reparó en ellas, sus ojos fueron directo a la joven que había hecho que valiera la pena improvisar una tarde al aire libre en compañía de gente que no quería ver con tal de pasar unos momentos su lado.

—Hola, Esmeralda. Me alegra que estés aquí —dijo con una media sonrisa en el rostro.

Con el corazón aporreando su pecho, Esmeralda hizo otra reverencia, a pesar de que ya había hecho una junto a sus hermanos. Por un instante se sintió boba, los nervios la estaban traicionando, pero el príncipe no parecía haber reparado en la reverencia duplicada, él solo sonreía de forma seductora.

Ámbar arrugó la frente al ver la manera en la que el príncipe le prestaba atención a su hermana pequeña, luego le dedicó una mirada interrogante a Jade, esperando obtener alguna clase de aclaración. Todo lo que obtuvo fue una mueca de desagrado.

Detrás de ellos se escucharon dos sonoras carcajadas. Se trataba de Danton, el hermano menor de los Mondragón y sus otras hermanas, las princesas Diana y Luna.

—¿Qué les parece si empezamos a servir el vino? —preguntó Danton en un grito desde lejos para escucharse sobre el ruido de las cascadas.

Varios sirvientes ya se encontraban montando la mesa con el almuerzo que se serviría a unos metros de las caídas de agua. Este sitio era muy popular entre la gente de Dranberg pues ofrecía una vista hermosa para pasar la tarde en la naturaleza. Sin embargo, tanto para Draco como para Esmeralda, el espectáculo visual era de poco interés, en sus mentes solo podían pensar en la manera de conseguir pasar un rato a solas sin escandalizar a sus respectivos hermanos.

El almuerzo transcurrió sin novedades, todo lo que uno podría prever que pasaría, pasó. Danton hizo bromas inapropiadas, las princesas charlaron cordialmente con las hermanas Terranova intentando desviar su atención lo más posible de Draco para que sus coqueteos no lo importunaran, mientras que Caleb se limitaba a asentir taciturno imaginándose de vuelta en casa.

Nadie reparaba en el maremoto de emociones que Esmeralda sentía por dentro. Este interés por un hombre era una ocurrencia completamente nueva en su joven vida y se encontraba agobiada por sus propios sentimientos. Analizaba obsesivamente los gestos, las palabras y los movimientos de Draco, y de cada uno sacaba nuevas conclusiones que oscilaban de pensar que estaba perdidamente enamorado de ella a creer que él no tenía ningún interés y que todo había sido producto de su imaginación. La incertidumbre era tortuosa y Esmeralda no podía comprender cómo un encuentro inofensivo estaba teniendo efectos tan devastadores en ella. Ahora veía que el amor era un asunto de cuidado, una vez que te atrapaba apretaba hasta sofocar y Esmeralda no estaba segura de qué hacer con el poco aire que le quedaba. Aturdida y algo fastidiada de la monótona conversación de las princesas, decidió ponerse de pie y caminar un rato para ver si lograba recuperar el dominio sobre sí misma.

Caleb le dedicó una rápida mirada a su hermana menor mientras se alejaba, antes de volver a enfrascarse en sus propios pensamientos. Había prometido cuidar de Esmeralda, pero no veía ningún problema en que ella fuera a dar una vuelta por ahí sin supervisión. El lugar estaba prácticamente desierto a no ser por ellos y la servidumbre que los atendía; a menos de que decidiera brincar a las cascadas, ningún peligro le sobrevendría a su hermanita. 

Las princesas no notaron la partida de Esmeralda y sus propias hermanas apenas y repararon en ello, al menos hasta que Draco se puso de pie y decidió seguirla. Entonces, tanto Ámbar como Jade se erizaron cual gatos. Para su desgracia, las princesas aún seguían charlando con ellas y no podían hacer la descortesía de interrumpirlas, ni siquiera podían girarse a ver qué estaba pasando entre Draco y Esmeralda, pues mirar hacia otro lado cuando un miembro de la familia real se está dirigiendo a uno era un terrible desaire.

Esmeralda caminó hasta un punto en donde podía admirar las cascadas sin que el agua salpicase su vestido color púrpura. Sobre el estruendo que hacía el agua al caer, escuchó el rugido de un dragón, algún jinete debía estar sobrevolando el área sobre sus cabezas. Alzó la vista y miró las nubes en el cielo, intentando vislumbrar alguna mancha oscura que confirmara sus sospechas, pero el viento movió las nubes descubriendo al sol, lo que la obligó a bajar la vista para no lastimar sus ojos.




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