La mujer del dragón

Capítulo 4

Dos semanas más tarde, llegó la tan esperada cena mensual con la familia real. Los Terranova siempre asistían con entusiasmo, entendiendo el gran honor que era poder frecuentar regularmente a la realeza, aunque en esta ocasión nadie se sentía más entusiasta que Esmeralda. Ni siquiera le molestaba la certeza de que, en caso de que el príncipe volviera a favorecerla con su atención, sus hermanas la atosigarían con preguntas acerca de su interacción con Draco o con recriminaciones por sentir que eran dejadas a un lado. La posibilidad de pasar unos momentos con Draco hacía que valieran la pena días de hostigamiento por parte de sus hermanas mayores, lo importante era poder volverlo a ver.

Al llegar, se hicieron las reverencias correspondientes, Esmeralda comprobó al alzar rápidamente los ojos durante el saludo que Draco la miraba solo a ella. La sensación de gozo la intoxicó. Él la notaba, esto no era mero producto de su imaginación, realmente era correspondida. La fiebre del enamoramiento no la aquejaba solamente a ella, era un fenómeno compartido entre ambos.

Las familias tomaron asiento, ya todos conocían su lugar después de tantos años de hacer esto mes tras mes. El rey Dimas se sentaba a la cabeza en el extremo norte de la mesa, su esposa la reina Selena hacía lo propio del lado opuesto. Francis Terranova tenía su lugar del lado izquierdo del rey; Draco ocupaba el lado derecho, el cual había estado vacío durante los últimos tres años; Amelia y Danton flanqueaban a la reina; para pena de Esmeralda, su lugar se encontraba junto al de su madre, lo que significaba que se encontraba prácticamente al otro extremo de Draco. La más satisfecha con el acomodo era Jade, quien se sentaba al lado de su padre, por lo que casi tenía a Draco enfrente y estaba decidida a aprovecharlo. Si la insulsa de Esmeralda podía arrebatarle varias sonrisillas al príncipe, ella podría eso y más.

—Es un verdadero placer tenerlo de vuelta en Roca Dragón, Alteza —dijo Amelia dirigiéndose directamente a Draco, sin importarle que estuviera al otro lado de la mesa y fuera necesario alzar la voz más de lo debido.

—Muchas gracias, yo también me alegro de estar aquí. Es bueno volver a verlos —respondió el aludido.

—Recorrer el reino para conocerlo a fondo fue una idea fantástica. Espero que haya sido una experiencia enriquecedora —dijo Francis antes de pedirle a un sirviente que llenara su copa.

—Lo fue, aprendí mucho, señor Terranova —aseguró Draco—. Aunque eché de menos estar en casa.

—A nosotros también nos hiciste falta —dijo la princesa Sofía con un gesto tierno.

—A mí no. Yo lo hubiera dejado de paseo un par de años más —bromeó Danton codeando ligeramente a Caleb sentado a su lado.

—¡Cierra la maldita boca! Nadie te está hablando.

El rey Dimas golpeó la mesa con tal vigor que Draco y Francis tuvieron que tomar sus copas para evitar que estas se voltearan. El rey ni siquiera reparó en ello, sus ojos estaban demasiado ocupados fulminando a su hijo menor con la mirada.

Todos los presentes se encogieron en su lugar. Los modos ásperos del rey no eran ninguna novedad, pero siempre incomodaban. Era bien sabido que Dimas Mondragón era un hombre sumamente estricto que trataba con mano dura a todos sus hijos. Aunque a ninguno con tanta rudeza como a su hijo más joven con quien mantenía una relación contenciosa.

—Padre, Danton solo estaba bromeando —susurró Draco, tratando de suavizar el momento.

—Cierra la boca tú también. Si vuelves a defender a ese mequetrefe te reventaré mi fuete en la espalda —le advirtió Dimas a su hijo mayor.

Draco agachó la cabeza, tragándose lo que fuera que estaba sintiendo ante el exabrupto del rey. Esmeralda creyó escucharlo musitar una disculpa en voz casi inaudible, pero no tenía forma de confirmarlo.

La mesa entera se sumió en silencio, los comensales incluso respiraban de forma más suave, como si temieran atraer la ira del rey hacía sí mismos. Nadie deseaba ser víctima de los enojos del temible Dimas Mondragón.

Como siempre hacía cuando se presentaban fricciones de este tipo, Esmeralda giró su atención hacia la reina Selena y, para no perder la costumbre, su estómago volvió a contraerse al ver su expresión impávida. Esmeralda no podía concebir que una madre no se indignara al ver a sus hijos siendo maltratados, aunque fuera por parte de su mismo padre, pero ella siempre se mostraba impasible ante ese tipo de confrontaciones. No importaban los insultos ni las vejaciones, para Selena Mondragón parecía no existir el menor problema de que su esposo abusara verbal o físicamente de su descendencia.

Un pensamiento perturbador pasó por su mente mientras juzgaba la escena en silencio. ¿Era la reina Selena una mujer fría sin amor natural por sus hijos o se comportaba así por obligación? ¿Era ese el modo en que se esperaba que actuara una reina? Tal vez Esmeralda se estaba adelantando demasiado, pero si la vida le sonreía y se le concedía la dicha de ser la mujer de Draco Mondragón, necesitaba saber si ser una arpía con sus propios vástagos era un requisito. Para ella sería inimaginable no defender a sus hijos, así se tratara de hombres adultos como lo eran Draco y Danton. Simplemente no podría quedarse indiferente y la idea de que no tuviera opción la inquietó más de lo que quería admitir hasta consigo misma.

Un sirviente entró cargando una vasta bandeja con carne de venado y comenzó a servir en los platos.




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