La Mujer Del Patrón

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 1

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Don Esteban de Arzuaga fue recibido por sus sirvientes aquella mañana. Trajo consigo apenas lo indispensable. No era persona de cargar cachivaches y ya se haría en el pueblo de lo que necesitara. Era un hombre práctico y bastante rudimentario. No le gustaba ostentar ropas ni joyas.

“Lo único que vale la pena exhibir en esta vida es una buena hembra…lo demás no importa” —repetía a cualquiera que le importunase con la pregunta.

Encontró el pueblo muy cambiado. La modernidad lo había transformado. No obstante, el pueblo de Las Lunas seguía conservando el encanto de la tierra que se siente como hogar. Allí vivieron sus ancestros y allí regresaba él para vivir el resto de su vida.

Se bajó de la camioneta que gustaba manejar él mismo y la que rara vez confiaba a otros. Se quitó el sombrero de ranchero y miró a su alrededor, complacido con lo que veía.

—¿Llegó solo, Don Esteban? —preguntó Eusebio sorprendido de no ver a nadie más.

—Sí, mi querido capataz —le respondió tras un estrechón de manos.

—Cuando menos hubiera buscado la compañía de un chofer…mire que las cosas en el pueblo han cambiado y es peligroso que un hombre tan importante como usted ande solo por ahí —lo apercibió preocupado.

Un buen chofer no es cualquiera, Eusebio. Cuando te subes a un vehículo que otro maneja, debes tener presente que le estas encargando tu vida. Pero ya encontraré uno digno de confianza en el pueblo…ya veremos.

Los sirvientes se apresuraron a ayudarlo con su pequeño equipaje haciendo muestras de simpatía como recibimiento. Siempre fue un buen patrón, nunca les faltó el trabajo ni un salario justo. Se venían buenos tiempos, pensaban. Ahora Don Esteban formaría una familia y con un poco de suerte la casa se llenaría de las risas de herederos.

“¡Bienvenido a su casa, patrón!” —se decía y se repetía por todos.

***

Era muy temprano cuando Sebastián Luque llegó a las caballerizas. Tan temprano que hasta los caballos y mulas parecían soñolientos. Ni siquiera Mauricio había llegado y era él quien acostumbraba a ser siempre el primero.

El amanecer era su hora preferida para comenzar la jornada, pero ese día cuando llegó se encontró que Sebastián se le había adelantado.

—Vaya…pero miren a quien tenemos aquí —saludó sonriente. Estaba consiente de los ánimos de su amigo, sabía que aquel sería un día difícil, pero prefirió mostrarse animado para ver si lo contagiaba y le sacaba al menos una sonrisa a aquel rostro amargado.

—No pude dormir en toda la noche…estoy ansioso por verla —le respondió mientras distribuía el forraje de heno en los recipientes y los animales se acercaban a comer.

—No comas ansias…ya llegaran —le expresa con un gesto de desaprobación —Pero recuerda no acercarte demasiado. Ya te dije que ahora ella es inalcanzable, es la mujer del patrón.

Sebastián zapatea el piso con rabia.

—¡Todavía no lo es! —expresó contrariado, despachando con enojo el agua para dar de beber a los caballos.

Mauricio inhala hondo y echa la cabeza hacia atrás como clamando al cielo. Luego camina hasta donde se encuentra Sebastián.

—Es cuestión de días, amigo. Ella llegará y se celebrará la boda. Entonces, se convertirá en la patrona. Y la patrona es mujer de lejos, mujer que no se mira y mucho menos se toca.

Sebastián no respondió. Volteó el rostro para no tener que enfrentarlo. En el fondo sabía que había verdad en las palabras de Mauricio. Pero… ¿Cómo aceptarlo si su corazón todavía la amaba?

Eran otros tiempos cuando Sebastián la conoció.

Bárbara era la joven más hermosa del pueblo. La recordaba con su figura estilizada, la cintura marcada y los pechos perfectos. Su cabello castaño era ondulado y le llegaba más abajo de los hombros. Cuando soplaba el viento, volaban sus ondas por los aires. Tenía la piel de nácar, suave al tacto. Su boca era una fruta lista para comerse. Y sus ojos, de cuya mirada nunca le hubiera gustado escaparse, eran oscuros. Bárbara era una mujer irresistible, capaz de enloquecer a cualquier hombre con su belleza. Incluso sus vestidos, hechos a la medida por su madre, le lucían mejor que a cualquier señora encumbrada de la alta sociedad. Su belleza y magnetismo no admitía sombras. Ella era como una estrella que brillaba con luz propia. No necesitaba soles. Él quedó deslumbrado desde el primer día que la vio.

Pero Bárbara era más que todo eso, mucho más que cualquier atavío o encanto físico. Era su personalidad la que terminaba por convencerlo que jamás encontraría una mujer igual. Ella irradiaba alegría, su sola sonrisa lo iluminaba todo. Su mirada – entre traviesa e inocente – lo hipnotizaba. El destino fue cruel con ellos. Ahora Bárbara Olmillo estaba de regreso y Sebastián Luque no podría tocarla.

A lo lejos el polvo comenzó a levantarse. El camino iba anunciando la llegada del patrón.

—¡Llegaron! ¡Llegaron! —anunció Sebastián al ver la camioneta a la distancia.

Mauricio dejó lo que estaba haciendo para asomarse. Se ajustó el sombrero y entornó los ojos para ver.

—¿Cómo sabes que son ellos? —preguntó sin fiarse demasiado de su visión.

—¿Quién más en este pueblo puede tener una camioneta como esa? ¡Solo el patrón! —respondió Sebastián confiado.

—No sé…estamos muy lejos como para confirmar…

El corazón de Sebastián le retumbaba en el pecho. La cercanía de Bárbara le cortaba la respiración.

—A ver…Mauricio… ¿Por qué no vas a la casa grande y echas un vistazo? Hazme ese favor…—Sebastián no era de pedir favores, pero éste ameritaba la súplica.

Mauricio no se mostró tan entusiasta con la idea.

—A ver… ¿Y por qué yo? —inquirió.

—Bien sabes que yo no puedo…

—¿Y con qué excusa un desharrapado como yo va a ir a la casa grande sin que lo llamen?




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