La Mujer Del Patrón

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 2

♥♥♥♥♥֎֍֍♥♥♥♥

Mauricio regresó pronto y con malas noticias.

—El patrón vino solo —informó un poco fatigado por la carrera. Se había asomado con discreción a la casa grande y no le tomó demasiado tiempo ver que la señorita Bárbara no estaba.

Sebastián lució desconcertado, no supo cómo tomar la noticia.

—¿Por qué? ¿No que venía a casarse? ¿Será que Barbara se arrepintió? —un destello de esperanza salpicaba sus palabras.

—No se ha arrepentido. Es solo que ella llegará más adelante, tal vez mañana.

—¿Seguro? Quizás dijo eso para ganar tiempo, pero al fin no viene…

Mauricio negó con la cabeza.

—Va a venir…ya están organizando la casa para el bodorrio. Si vieras, hay un tremendo alboroto de preparativos.

Le dolió tener que decírselo, pero era su deber hacerlo entrar en razón y no alimentarle esperanzas de cancelación. Puso su mano sobre el hombro de Sebastián.

—No te aferres a un imposible. Bárbara va a llegar y habrá boda. Tenlo por seguro.

Se zafó molesto, rabioso. Se volvió de espaldas a Mauricio, mirando a lo lejos la casa grande.

—Pues no lo creeré hasta que lo vea…

—No seas necio, Sebastián. Hace mucho tiempo que lo de ustedes terminó. Seguro te olvidó y volvió a enamorarse. Con la mala suerte que fue del patrón.

Sebastián no quiso entrar en disputas y tampoco soportaba escuchar nada más. Desató a Talismán para ensillarlo. Necesitaba despejarse, irse lejos, atender el ganado, lo que fuera y a donde fuera. Al final del mundo, si fuera necesario. A cualquier sitio donde nadie viera el dolor que le causaba el inminente casamiento de la mujer a la que todavía amaba.

Subió a Talismán y azuzó el animal.

—¿A dónde vas? —le gritó Mauricio.

—¡Al infierno!

El caballo salió desbocado. A Sebastián no le hubiera importado caerse y romperse el alma, que ya sentía rota. Cabalgó hasta llegar donde estaba el ganado, muy cerca del manantial que dividía Luna Creciente con la abandonada hacienda colindante.

En la orilla, apoyada sobre una piedra, se encontró con Rafaela, la sirvienta de la casa a quien conocía desde que era un niño.

—¿Qué haces aquí, Rafaela? Estás lejos de la casa…—saludó.

Rafaela trabajaba para los patrones desde que tenía memoria. Comenzó a servir en calidad de niñera cuando Don Esteban era un crio. Luego se quedó como doméstica y ahora ayudaba en lo sus años le permitían.

—Bien sabes que es más fácil amansar una bestia que quitar mañas...—respondió con su acostumbrado refranero.

La vieja Rafaela acostumbraba a llevar agua de manantial a la casa. Confiaba plenamente en sus beneficios y aunque buscarla era un trabajo extenuante para su edad, también era lo que la mantenía vigorosa.

Sebastián le profesaba cariño a la vieja sirvienta. Siempre lo había tratado con buenos modos y hasta le guardaba comida para que se llevara a la casa.

—Ya sé…el agua de manantial es mucho mejor que la del grifo y no te importa tener que llegar hasta acá para buscarla.

—Así es…

Sebastián sonrió un instante. Guardaba un recuerdo borroso de su madre, a quien perdió a los cinco años. Rafaela era en cierto modo ese afecto maternal que le faltaba. Su suspicacia, no obstante, nunca le fallaba.

—Algo le preocupa, joven…

Él no le respondió. Llegó hasta allí para no enfrentar la realidad, pero ésta se le atravesaba de todas formas.

—No…nada…

—Ajá

—Bueno…te quería preguntar…—se aventuró vacilante — ¿Es cierto que se casa Don Esteban?

—En unos días será la boda…—respondió segura.

Rafaela terminó de llenar los envases de agua. Se sacudió la falda que inevitablemente terminaba empapada y se puso de pie para marcharse. Era evidente que aunque los huesos le dolían, la cabeza la tenia clarísima.

—Pero el patrón llegó solo…—insistió Sebastián, obstinado.

—Ella llegará mañana. Ya en la casa tenemos el vestido de novia y hasta el velo…habrá boda, no lo dude. Toda la casa anda alborotada con los preparativos.

La seguridad de la respuesta no admitía dudas. Le dolía y era mejor no esculcar más la llaga.

—¿Te ayudo con eso? —señaló los recipientes —O si quieres te llevo a caballo.

Rafaela soltó una carcajada.

—¿A mis años? Solo eso me faltaba, que después de vieja me vieran a caballo con un buen mozo como usted…Váyase tranquilo que yo me sé defender…—acomodó todo en una suerte de sábana que anudó fuerte a su espalda y echó a caminar por la vereda de regreso.

—Bueno…si así lo quieres…

Ella lo miró con ojos preocupados.

—Olvídela, joven…olvídela…

Sebastián no supo que responder. Una ola de vergüenza le recorrió el cuerpo. ¿Es que todos saben que aún no superaba a Bárbara?

Se fue alejando en Talismán, dejando atrás la silueta de Rafaela hasta que se perdió entre la polvareda que se levantaba con el trote del animal.

Alejarse. Eso era lo que debería hacer. Pero ojalá y todo fuera tan fácil como irse y que desapareciera todo lo que lo abrumaba. Pero no se puede dejar atrás lo que se lleva por dentro.

El día pasó con la misma zozobra aplastante. Cada cosa que hacía, cada conversación sostenida y hasta el mínimo asunto le hacia pensar en ella. Pensaba que la había olvidado, que el tiempo había sanado la herida. Pero su próximo regreso le demostró lo contrario. Ni la distancia ni el tiempo pudieron apagar la llama. Incluso cuando pareció extinguirse, volvió a encenderse al saberla de regreso. ¿De que sirve el tiempo si no la borra de su mente? ¿De que sirvieron aquellas chicas, amores efímeros que no lograron sacarla del pensamiento?

—Ya de regreso…que bueno porque el patrón pasó por aquí y fue mejor que no te viera…

—¿Vino hasta acá? —preguntó sorprendido.

—Solo estuvo de pasada…se fue rápido…menos mal porque si me preguntaba por ti, hubiera tenido que decirle que estabas rumiando penas de amores con el ganado…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.