La Mujer Del Patrón

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3

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—¡Llegó tempranísimo! —le avisó Mauricio, con sentido de urgencia en la voz —Creo que llegó en la noche porque hoy madrugué bastante y ya estaba en la casa.

Sebastián quedó perplejo, tan aturdido que por un instante quedó mirando hacia los lados sin saber qué decir. Si todavía no había despertado bien, la noticia terminó por espabilarlo.

—¿Hablas en serio? —preguntó —No bromees con esto, Mau…dime… ¿la viste?

Mauricio se ufanó de la importancia que de repente adquirió ante su amigo. Gesticuló con las manos a modo de calmar la impaciencia de su amigo.

—¡Tranquilo! Ya te cuento…

—Por favor, dime la verdad…mira que no estoy para juegos…

Mauricio sonrió. Le gustaba gastarle bromas de vez en cuando, pero sabía que no debía hacerlo con este asunto.

—La vi…de lejos, pero la vi…ya está en la hacienda…—finalmente soltó.

Sebastián se acercó a él, necesitaba saberlo todo.

—Dime, ¿Cómo está? ¿Se ve feliz? ¿Se ve triste? —bombardeó con preguntas.

—¡Yo que voy a saber cuando una mujer está feliz! Ya sabes como son…a veces contentas y en cuestión de nada ya andan furiosas…—ripostó —Y si les preguntas siempre responden que no les pasa nada…

—Vamos, Mauricio…tú la conoces…tuviste que darte cuenta si estaba…no sé…sonriente…o enojada…o triste… ¡Dime algo! —su pedido se convertía casi en súplica.

—Ya te dije que la vi de lejos…lo que sí puedo decirte es que hasta a la distancia se puede ver lo bonita que sigue…

Sebastián sonríe al recordarla, la añoranza lo hace revivir.

—Bárbara era la más bonita del pueblo…seguro sigue siéndolo.

Mauricio hace un gesto de disgusto.

—¡Bah! ¡Ya te pusiste baboso! —tomó un balde para llenarlo de agua y comenzar la faena con los caballos…—mejor ponte a trabajar…

Sebastián suspiró. Si Bárbara estaba allí, a metros de él, debía buscar la ocasión para verla. Sería arriesgado, lo sabía. Pero un riesgo que bien valdría la pena.

A media mañana, después de haber pasado todo el tiempo ideando excusas para asomarse a la casa, decidió arriesgarse a verla. No aguantaba la inquietud que llevaba en el pecho. Necesitaba verla, le urgía que ella también lo viera. Solo en su mirada podría ver si todavía le quedaba algún rastro de amor. Los ojos de Bárbara siempre le habían parecido habladores. Diez años después de verla por ultima vez, necesitaba escuchar lo que sus ojos tuvieran que decirle.

Tomó a Talismán y emprendió la marcha.

—¿A dónde vas? —preguntó Mauricio entre sorprendido y aterrado.

Sebastián le dirigió una fugaz mirada, pero no respondió. Su amigo le hizo una pregunta de la cual conocía la respuesta.

Se agarró de las bridas y encaminó la bestia hacia la casa grande. Mientras cabalgaba, iba pensando en la excusa que daría en caso de ser cuestionado. Un peón cualquiera como él no se asomaba a la casa sin ser llamado, lo sabía. Pero… ¿Quién le explica eso al corazón?

La casa se divisaba como una mansión en el campo. La más grande de todo el pueblo Las Lunas. Era una estructura de madera, piedra y ladrillo con un diseño contemporáneo de grandes ventanales y techos altos. Los espacios eran amplios y las habitaciones generosas. Ya las había visto él cuando Rafaela lo dejaba entrar de pequeño.

Presionó las riendas para desacelerar el paso, Talismán supo que habían llegado y se detuvo. Se bajó y le aflojó la brida. El animal resopló como diciendo que tampoco estaba acostumbrado a ese camino.

La intención era entrar. Tal vez con un poco de suerte encontraría a Rafaela y cualquier excusa le serviría para que lo hiciera pasar. Caminó con discreción, haciendo como que había perdido algo. Tenia el pulso acelerado y el sudor le bajaba a chorros por la espalda. Nunca se había atrevido a tanto.

La suerte, sin embargo, no parecía estar de su lado.

Escuchó la voz del patrón y apretó la espalda contra la pared. Talismán relinchó y Sebastián cerró los ojos mientras hacia un vano intento porque el animal mantuviera silencio. Quizás fuera mejor dejarlo amarrado bajo algún árbol lejano.

—Vamos a llevarte a otra parte…—masculló entre dientes mientras se alejaba de allí.

En eso estaba cuando otra vez escuchó la voz del patrón.

—Buenos días, joven…—oyó decirle.

Se detuvo en seco y volteó lentamente a mirarlo. Allí estaba de frente el mismísimo Don Esteban de Arzuaga, su patrón, su rival.

—Buenos días, Don Esteban —se quitó el sombrero en señal de respeto. No se sentía intimidado, solo incómodo de verse descubierto —Bienvenido a su casa y a Luna Creciente.

Don Esteban lo observó concienzudo, examinando su completa apariencia, buscando ubicarlo en su memoria.

—¿Eres el hijo de Luque? —soltó finalmente.

Sebastián asintió.

—Para servirle, señor.

Sentir aquella mirada sobre él lo perturbaba. ¿Hasta dónde lo reconoció? ¿Hasta ser el hijo del viejo Luque? O quizás ¿Hasta ser el antiguo novio de su prometida? En los pueblos pequeños todo se sabe, con seguridad ya lo sabría él. Con todo, no se aventuró en ir más allá en explicaciones.

—¿Trabajas en las caballerizas? ¡Sí, sí! —se preguntó y se respondió él mismo —Con el otro joven… ¿Cómo se llama? Hmmmm ¿Mauricio? Sí, ese mismo…trabajas con Mauricio.

Sebastián volvió asentir. No quería entablar conversación con nadie y mucho menos con el patrón. Debía conseguir la manera de zafarse.

—Me disculpa, señor. Debo regresar a mi trabajo…—dijo haciendo ademán para irse. Se colocó nuevamente el sombrero y dio un par de pasos de regreso al árbol donde dejó amarrado a Talismán.

Don Esteban no respondió, sino que le permitió alejarse unos metros y lo volvió a llamar.

—¿Qué hacías por aquí? —soltó la pregunta con pesadez.

Sebastián se volteó nuevamente a mirarlo para responder.




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