La Mujer Del Patrón

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 4

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Un ruido de pisadas sobre hojarasca lo alertó de que no estaba solo. Mauricio se había despedido desde hacía un buen rato y, aunque dado a las bromas, ésta no parecía ser de las de su tipo. Sebastián miró alrededor y no vio a nadie. Sin embargo, tenía la sensación de que alguien lo vigilaba.

—¿Quién está ahí? —preguntó sobresaltado, empuñando con rapidez el cuchillo que guardaba para cortar sogas.

—¿Alguien por ahí? —repitió al tiempo que recorría los alrededores con la mirada.

Las pisadas volvieron a escucharse y Sebastián alcanzó a divisar algo que se movía entre las tablas. Afincó la mirada para ver de que se trataba. En ocasiones el ganado se las rifaba por las caballerizas y bien pudiera ser eso. Pero no obtener un bramido como respuesta le hacía dudar que se tratara de un animal.

—Es la última vez que pregunto…diga quien anda por ahí…salga y muestre la cara —logró afirmar contundente, dispuesto a enfrentarse a quien fuera.

Las pisadas se dirigieron entonces hasta un lugar visible a sus ojos.

Bajo el rústico marco de madera de la puerta y frente a sus ojos, apareció una hermosísima figura de mujer. Con el rostro delicado y terso que solo otorga la juventud, el cabello en suaves hondas castañas, un par de ojos como dos lámparas encendidas y la sonrisa con un toque de descaro. Vestía como chica de ciudad, aunque sus botas eran al estilo vaquero. Sebastián hubo de parpadear varias veces para asegurarse de no estar imaginando lo que veía.

La figura de aquella joven parecía sacada de un cuadro de museo y traspuesta a aquella burda y rudimentaria caballeriza. No pertenencia a aquel entorno. Fuera de lugar como aparición divina en el pecado.

—No te asustes…solo paseaba por el lugar —expresó con voz dulce, pero con cierto temor al verlo empuñar un cuchillo —quería ver los caballos y ….

Sebastián la miraba con recelo. Conocía bien la gente de Las Lunas y a esta chica no la había visto jamás. Demasiado delicada para ser chica de pueblo.

—¿Quién eres? …—preguntó sin darle tiempo a responder —Vamos…seas quien seas, no deberías aventurarte por estos lugares. Los animales se ponen nerviosos ante extraños y no queras escuchar cuando relinchan todos a la vez…—explicó cómo pudo, todavía impresionado por ella.

—No se preocupe…me iré pronto —Soy Luna De Arzuaga…—sonrió y le extendió la mano para saludarlo —y me siento más segura cuando el desconocido no carga un puñal…

Sebastián bajó la guardia, aliviado. Estrechó la mano que le ofreció y volvió a colocar el cuchillo de donde lo había tomado.

—Discúlpeme, señorita. No imaginaba que pasaría por acá, mucho menos a estas horas. Ya todos se han ido y yo mismo estoy a punto de hacerlo —explicó.

Se detuvo a mirarla. Sabía que el patrón tenía una hija a la que alguna vez llegó a ver correteando con largas trenzas por aquellas tierras. Pero su mente siempre la retuvo como niña – la niña Luna- no como la hermosa mujer que ahora tenía de frente. El tiempo voló, se llevó a una niña y devolvió una mujer. Una mujer sumamente hermosa.

—¿Eres la hija del patrón? —preguntó para seguido sentirse idiota por haber cuestionado lo obvio.

—Así es —respondió con un atisbo de orgullo —Y tú… ¿Quién eres?

Sebastián esbozó una medio sonrisa.

—Yo no soy nadie, un simple peón de esta hacienda, señorita.

Ella se rio. La oscuridad que se iba asomando quedó deslumbrada con su sonrisa.

—¡Bah! No hay nadie que sea nadie…—aseguró —Y no te pregunté tu puesto sino tu nombre…

—¡Oh, disculpe! He sido un tonto —se quita el sombrero en señal de respeto —Soy Sebastián Luque, para servirle a usted.

Ella soltó una carcajada. Su risa era contagiosa y Sebastián no resistió reír un poco también, aunque no estaba seguro del motivo de la risa.

—¡Uy! ¡Tanta formalidad! No te preocupes, que a mí los rangos no me impresionan. Además, somos demasiado jóvenes para hablarnos de usted. A ver… ¿Quién dije que soy?

—La señorita Luna de Arzuaga

—Pues no —corrigió —De ahora en adelante soy solo Luna… ¿De acuerdo?

Ambos sonrieron. Ella le pidió pasar a ver los caballos y él accedió un tanto renuente.

—Es un poco tarde. ¿Por qué mejor no viene mañana y los ve a plena luz?

Ella se quejó y sin seguir su consejo, caminó despacio por la estancia dividida en tablones observando cada uno de los ejemplares.

—Mañana no puedo…

—Entonces el siguiente día, o cuando pueda…

Luna se volteó a mirarlo con aquellos ojos de relámpago. Sebastián se sintió cohibido ante el escrutinio. ¿Qué tanto le veía?

—Mañana es la boda de mi papá. Vine para asistir y me quedaré pocos días. Debo volver a la universidad —explicó.

Sintió que el corazón le dio un vuelco al escucharla.

—¿Mañana es la boda? —preguntó conteniendo la conmoción que el anuncio le causaba.

—Así es. Será un día demasiado agitado como para venir acá…pero, bueno, ya encontraré la oportunidad de volver antes de irme…

—Creí que la boda sería más adelante…

Luna se cruzó de brazos ante él.

—¿Qué más da cuando sea? Entre más rápido, mejor. Así salimos de eso…y…por otra parte…le pregunto… ¿Sabe usted conducir?

La pregunta le tomó por sorpresa. Apenas pudo digerir la información de la boda y le interpuso un tema tan distinto.

—Sí…sí…—respondió sin comprender —¿Por qué pregunta?

—Mi padre necesita un chofer para que mañana lleve la novia a la iglesia. Estamos un poco tarde para conseguir uno. ¿No le importaría ejercer esa función? Mire que por un rato se le pagaría como si hubiera trabajado el día entero. A ver, ¿Qué me dice?

Sebastián se negó.

—No, señorita…no creo que esté apto para esa función. Ni siquiera tengo ropa adecuada. Disculpe, le agradezco, pero será mejor que le pregunte a otro. A Mauricio quizás…




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