CAPÍTULO 6
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Las novias que se casaban en Las Lunas eran siempre el centro de atención. La gente se aglomeraba por los alrededores para husmear a los desposados. Era común ver sus rostros asomarse curiosos por puertas o ventanas. Que se casara don Esteban de Arzuaga fue entonces, no solo la acostumbrada curiosidad, sino también el mayor evento que ocurría en el pueblo. En especial, porque adicional a la recepción privada para los allegados, también se llevaría a cabo una fiesta para todo el que quisiera ir. El pueblo entero estaba invitado a celebrar.
Ya en el auto, Sebastián sentía que las sienes le palpitaban. Acomodó el espejo retrovisor para poder verla y luego sujetó fuerte sus manos al volante. Bárbara se notaba inquieta, turnando la mirada entre el paisaje a través de la ventanilla y fugaces miradas al espejo que reflejaba el rostro de su inesperado chofer.
Sebastián esperó alejarse de la casa para hablarle y entonces rompió el hielo. La distancia por recorrer era corta y debía aprovechar cada minuto.
—Debo felicitarte, Bárbara. De los dos, fuiste quien primero alcanzó sus sueños…—soltó sin rodeos, con un tinte de ironía.
Ella no respondió de inmediato. Sus ojos habían perdido el brillo que antes reflejaban y se notaba incómoda. Colocó sobre su regazo el ramo de flores y apretó los labios como resistiéndose a hablar, aunque luego no pudo contenerse.
—Nunca fue mi sueño que me sirvieras de chofer el día de mi boda, pero…—exhaló profundo y cerró los ojos un instante —así fueron las cosas.
—Así fueron porque así lo quisiste…—musitó él.
Bárbara se acomodó inquieta en el asiento.
—¿Puedes subir la temperatura? Estoy sudando —le pidió. Estaba consciente que aquel súbito calor no se debía a otra cosa que no fuera el torbellino de emociones que sentía por dentro. Sebastián ajustó el termostato.
—¿Así esta bien? —le preguntó mirándola por el espejo que volvió a ajustar por quinta vez.
—Sí, gracias —respondió —Miró las nubes a través del cristal y tuvo miedo de que comenzara a llover. El cielo se teñía de colores oscuros y extraños, de esos que presagian aguaceros.
—¿Por qué no me esperaste? —espetó Sebastián sin más.
—Te pido que no hablemos de esto…no en un día como hoy. ¿Por qué mejor no aceleras la velocidad y llegamos de una vez? —respondió cortante.
Él negó con la cabeza. Le ofendía que ella le hablara con altivez, como si él no fuera nadie, casi como si no lo conociera. Hasta le pareció un descaro que tuviera prisa por llegar y no se dignara a expresar siquiera una disculpa, aunque fuera falsa al menos le mostraría algo de respeto al amor que algún día se tuvieron. La rabia se le encendió por dentro.
Un pensamiento le cruzó la mente como un relámpago. Aquella era una oportunidad que no iba a desperdiciar. Quizás ésta fuera la única oportunidad para estar a solas con ella.
No lo pensó demasiado y aumentó la velocidad de forma precipitada, tanto así que el ramo de flores cayó al suelo. Maniobró rápido el vehículo para desviarlo por un camino alterno y poco frecuentado. Fue un impulso que no pudo controlar. La arboleda enmarcaba un sendero que los alejaba de la calle principal.
—¿Qué demonios estas haciendo? —exigió saber Bárbara, aturdida por el imprevisto.
Él no le respondió, pero detuvo el auto bajo un sicomoro verde y frondoso, las ramas le servirían de refugio. Se bajó del auto y dio la vuelta para abrirle la portezuela. Bárbara no salía de su asombro.
—Pero…pero… ¿Qué significa esto, Sebastián? ¿Te has vuelto loco? —le reclamaba sin comprender.
La miró como hechizado. ¡Qué hermosa se veía vestida de novia bajo aquel árbol! Parecía un hada, parecía un sueño.
—Tú y yo necesitamos hablar, Bárbara. Y no me importa que hoy te cases con otro…—la tomó por el brazo para hacerla bajar siendo que ella no mostraba intenciones de hacerlo.
—¡Eres un bruto! —protestó —Tú y yo no somos nada. Lo nuestro fue cosa de chiquillos. Debiste darte cuenta cuando dejé de buscarte. Me fui, Sebastián, me fui y conocí otras cosas, otra gente, descubrí otro mundo —atajó con el rostro encendido de furia.
—Y te deslumbraste, ¿No? —se colgó de su brazo y la increpó sin pizca de vergüenza —Te pareció que yo no era nada comparado con lo que conociste, con la novedad. ¿Y que pasó con nuestro amor? A ver —la tomó con fuerza por el mentón y lo obligó a mirarlo —Mírame a la cara y dime que pasó con nuestro amor, con la promesa que me hiciste de amarme por siempre.
Ella no titubeó para responder.
—Hay promesas que luego no se pueden cumplir.
Aquellas palabras laceraron su corazón, ese que todavía latía por ella.
—Yo la cumplí. Aquí estoy como un idiota todavía cumpliéndola.
Bárbara se apartó de su lado, haciendo amague para regresar al auto. Sebastián la retuvo por el brazo y la hizo girar hasta volverse a él.
—No tienes que hacer esto…—el tono de su voz venía acompañado de un brillo suplicante en los ojos —Escápate conmigo, Bárbara...vámonos de aquí…ahora mismo.
—¡Estas loco! —exclamó asustada, dando un paso atrás.
—Escúchame, tengo dinero ahorrado. Podemos comenzar una vida juntos en cualquier lugar. Le arrancamos los lazos a este auto y tiras a la basura las flores y el velo. ¿Qué te parece? —la emoción lo hacia hablar sin pausas, exaltado hasta el delirio —luego nos cambiamos de auto y nos vamos juntos…
—¿A dónde? ¿Cómo?
—A donde sea, a donde tú quieras, al fin del mundo si fuera preciso.
Ella negaba enfática con la cabeza.
—¡Es una locura lo que me propones!
—Nunca he estado más cuerdo, mi amor…vámonos, te juro que te haré feliz y que no te faltará nada…te lo ruego, escápate conmigo…—la estrechó contra su pecho, al borde de la desesperación, aferrado a ella como quien se aferra al último hálito de vida.