CAPÍTULO 7
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Sebastián aguardaba ansioso. Una respuesta afirmativa podría cambiarlo todo y en un zas torcer el destino. ¿Acaso no tenemos manos para labrar el futuro? Aquellos minutos que tuvo a Bárbara entre sus brazos le confirmaba que eso era lo que deseaba para el resto de su vida. Y aunque tal vez se llamaba a engaño, le pareció que ella también lo deseaba.
Las ramas del sicomoro comenzaron a ventearse y el cielo dejó caer las primeras gotas de lo que prometía convertirse en un gran aguacero. Sentirlas frías sobre su piel los hizo despertar del breve trance.
Bárbara se fue separando de él, recomponiéndose del abrupto, había flaqueado brevemente pero su decisión era firme.
—Lo siento. No puede ser. Por favor, llévame…está comenzando a llover y nos están esperando…—dijo mientras se acomodaba el vestido.
—¿Segura? Puede que ésta sea la única oportunidad que tengamos de estar juntos.
Intentó tomarla por la cintura, pero ella lo rechazó dando pasos atrás para que no la tocara.
—No…no quiero. Sería un escándalo.
Él respiró hondo y luego soltó el aire de golpe. Levantó los brazos al aire con desespero.
—Un escándalo pasajero —se acercó —Sí…es cierto que al principio se armará un revuelo…pero no será el fin del mundo. Todo pasa. La gente volverá a sus vidas y se contentará cuanto les llegue el próximo chisme. Luego de un tiempo, ya nadie hablará…
Bárbara se mantuvo firme.
—De todas formas, no quiero hacerlo. Voy a casarme con Esteban y no hay vuelta atrás —afirmó contundente —y date prisa, parece que la lluvia será fuerte.
Sebastián tuvo que aceptar que no había caso. Era innegable que su rotunda negativa no admitía más intentos. Que insistir sería alargar la agonía. Si algo le quedó claro es que todo había terminado y que era inútil cualquier esfuerzo para convencerla.
—¡Está bien! ¡Estupendo! —exclamó con sarcasmo y visiblemente molesto —Será como la princesa quiere que sea su cuento de hadas —No se preocupe, que no volveré a molestarla. Que sea muy feliz.
A ella le tomó por sorpresa su repentina aceptación y no pasó por alto el tono burlón de sus palabras. Abrió la boca para decir algo, pero él la atajó.
—Shhh —le ordenó silencio —Suba al auto. Como bien dijo, va a llover fuerte y nos están esperando.
Subieron de nuevo al auto y reanudaron la marcha saliendo por el mismo sendero que habían llegado. Pronto se encontraron en la carretera principal y él no volvió a hablarle, no la miró ni volvió a ajustar el espejo para verla. Atrás quedó el solitario y verde paraje, quedó perdida la última esperanza, y tuvo el suspiro final el amor que él creyó inmortal. Las leves gotas de llovizna eran ahora una fuerte lluvia que arreciaba. El parabrisas empañado y los charcos en la calle no fueron disuasivo para bajar la velocidad. Asustada Bárbara se ajustó el cinturón, pero no se atrevió a abrir la boca para protestar.
Cuando llegaron frente a la iglesia, ya la lluvia había amainado. De todas formas, sacó una sombrilla y la ayudó salir. Se había formado un gentío frente a la entrada principal y Sebastián pudo darse cuenta de la expresión de alivio que sintieron al verlos llegar. Parecía que el pueblo entero se había desbordado para presenciar la ceremonia. La gente vestía sus mejores atuendos y el ambiente se percibía de fiesta. No todos los días se casaba un patrón.
La vio alejarse sin mirar atrás. Iba sonriente y feliz. No quería ser testigo de nada de lo que pasara desde ese momento en adelante por lo que se apartó de prisa de allí.
“Hasta nunca…”—masculló entre dientes cuando la vio perderse tras la puerta.
Dejó el auto aparcado con las llaves colocadas en la ignición.
***
La taberna del pueblo estaba vacía cuando Sebastián llegó. Apenas una mesa ocupada por una pareja con pinta de extranjeros y el dueño – un viejo panzón y bigotudo - que diligentemente atendía el negocio y no cerraba ni en días feriados.
Sebastián se acercó a la barra y pidió un trago. Al tendero le extrañó verlo. Sobre todo, con aquella indumentaria poco usual. Lo conocía de siempre y nunca lo había visto vestir otra cosa que estilo vaquero.
—¿No irá a la boda? Acá no hay casi nadie porque todos andan por allá —fue el saludo al tiempo que le servía la bebida.
—Estuve por allá pero no regreso. Que encuentren a otro que les sirva de chofer…
El tendero sospechó que el joven no pisaba tierra firme.
—No conozco sus motivos, pero no es bueno causarle un disgusto de ese tipo al patrón. Si usted no aparece, como poco lo despide —le advirtió.
Se encogió de hombros.
—¡Bah! Ya no trabajo para él —apresuró el trago de un trancazo y pidió otro.
—No sabía… ¿desde cuándo?
—Desde este mismo momento…—respondió —sírveme otro.
El próximo trago lo tomó más despacio. Dejó la mirada perdida en el fondo del vaso, como buscando allí las respuestas que no tenía.
—Mire, joven…tómelo con calma…que si lo que quiere es ahogar las penas, le aseguro que ellas saben nadar…
Sebastián no le respondió y el buen hombre tuvo suficiente entendimiento para no ahondar más en el asunto.
Al cabo de unos cuantos tragos ya no tenia deseos de nada. Se juró que desde ese día en adelante, se olvidaría de Bárbara para siempre.