CAPÍTULO 8
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Mauricio llegó agitado la taberna. Buscaba a su amigo y con el lugar medio vacío no tuvo dificultad en divisar a Sebastián sentado junto a la barra. Le dirigió una fugaz mirada al tendero quien le hizo un gesto de preocupación. El cliente ha bebido demasiado, leyó en su mirada.
—¿Qué haces aquí, amigo? —tomó un taburete y lo acercó para sentarse junto a él. Lo examinó con la mirada y pudo detectar el grado de ebriedad —Ya deja de tomar…te voy a llevar a tu casa.
Sebastián tenía la mirada turbia. En efecto, se había pasado de tragos. Su mente, sin embargo, tenía suficiente lucidez como para recordar.
—¿Cómo me vas a llevar si no sabes manejar y no tienes auto? —le increpó.
Mauricio sonrió.
—¡Claro que sé! Además, hace tiempo que saqué el permiso y ando con el auto de mi papá que al fin se animó a prestármelo…—sonrió, travieso —¿Cómo crees voy a manejar el tractor cuando sea capataz de tu hacienda?
—¿Por qué me dijiste que no? ¡Eres un mentiroso! —le reprocha mientras levanta el trago vacío y llama la atención del tendero para que le sirva otro.
Mauricio se opone tenaz.
—No vas a tomar nada más —señala al tendero que no le sirva —Escúchame, lo hice para que vieras con tus propios ojos lo que todos sabemos. Que ella te olvidó, que se casaba con otro y que debías olvidarla de una vez. Como no hacías caso, tuviste que pasar el camino más duro. Pero, ya está bien. Se acabó y ahora te llevo a la casa…y deja ver como le hago porque no quiero que tu padre te vea en estas condiciones.
—¡Bah! No me importa nada. Solo que la perdí para siempre. ¿Te das cuenta? Todo este tiempo he sido un imbécil.
—A decir la verdad, siempre supe que era de imbéciles esperar otra cosa. Pero bueno, luego dices que el tonto soy yo…
Sebastián asintió. Por mucho alcohol que hubiera consumido, se daba cuenta de su patética situación.
—Yo la amaba…—se le quebró la voz al decirle y sintió vergüenza por ello.
—Vaya, al menos lo dices en pasado. Eso quiere decir que ya no la amas. Me parece bien, no siempre gana el que llegó primero —enfatizó con una madurez no acostumbrada en él.
—¡Ya no! Desde hoy en adelante, Bárbara murió para mí…
Mauricio negó con la cabeza, estaba poco convencido de la afirmación de su amigo. Lo animó a que se fueran de allí, pero, aunque Sebastián consintió en no beber más, no quiso irse.
—Voy a esperar a que esto se me pase un poco y luego me llevas. No quiero que papá me vea en estas condiciones. Mañana mismo voy a pedirle algo muy importante y necesito que no esté enojado conmigo.
—Caramba, borracho pero juicioso…
Se quedaron hablando un rato. Mauricio le contó que no quiso ir a la celebración hecha para el pueblo porque prefería buscarlo. Estaba preocupado y sentía miedo que cometiera una locura.
Sebastián lo escuchaba sin interrumpir. Sentía inquietud por saber lo que pasó luego de marcharse.
—¿Sabes quien hizo de chofer cuando me largué?
—No me lo vas a creer. Es que…no te imaginas…—abrió grandes sus ojos. Aunque fue testigo, le costaba creerlo.
—Ni idea… ¿Quién?
—¡Ja! ¡La mismísima niña Luna! —soltó sin más.
Sebastián recibió las palabras con un respingo de sorpresa.
—¿Qué dijiste? ¿La hija del patrón? —no daba crédito a sus oídos.
Su amigo le contó que se armó un revuelo cuando acabada la ceremonia encontraron el auto todavía encendido, pero sin rastro del chofer. Relató que Don Esteban se había contrariado muchísimo pero que Luna intervino, salvándolo del caos.
—Le dijo que no era tu culpa, que ella te había pedido que le concedieras el placer de ser ella quien manejara el auto para sellar así la nueva familia y no sé qué otras cosas —gesticulaba dando a entender la magnitud de la mentira —Don Esteban no parecía creerle, pero esa joven es de un temperamento incendiario…insistió que eso era lo que había sucedido hasta que lo convenció.
—¿Hablas en serio? —resopló sin creerlo.
—Tal como lo oyes.
Sebastián se quedó un buen rato pensativo. Mordió su labio inferior como acostumbraba a hacer cada vez que algo le parecía difícil de creer. Intentaba darle sentido. Por un momento pensó…podría ser… que tal vez la niña Luna era una buena persona.
Pronto sacudió el pensamiento.
—¡Bah! Ella fue quien me metió en este lío…estuvo bien que asumiera alguna responsabilidad —contestó restándole importancia a la acción.
—Sí, puede ser…quizás le dio remordimiento habértelo impuesto. Pero…igual pudo quedarse callada y meterte en problemas. Hasta la pobre Rafaela se dio cuenta de lo que estaba pasando y ayudó en el cuento para que le creyeran.
—A la vieja Rafaela le agradezco, a la niña consentida de papá, no.
Sebastián resolvió que no tenía importancia. Mauricio lo miraba con cara de reproche.
—No trates de defenderla. Es una niñita rica, una hijita de papá que seguro está acostumbrada a que se haga su voluntad…no tengo nada que agradecerle. Al contrario…
Su amigo no quiso echar más leña en el fuego. Se abstuvo de comentarle que la joven Luna le había preguntado mil veces por él, que lo buscaba con la mirada, que recorrió los alrededores con la esperanza en los ojos de verlo llegar. ¿De que serviría decirle que no fue remordimiento lo que notó en su rostro sino decepción por no encontrarlo?
—Mañana mismo me pongo con la compra de la hacienda. Iré al banco y saldré de allí propietario —clavó los ojos en Mauricio —Nunca más seré el lacayo de nadie ¿Me entiendes?
Mauricio asintió. Conocía bien a su amigo. Aunque antes lo puso en duda, sabia de sobra que Sebastián era persistente y tenaz como pocos. Más que eso, esta decepción le serviría de combustible.
—Te creo… ¿Te llevo ahora a tu casa? —preguntó.
—Ahora sí… ¡Vámonos! Mañana comienza mi nueva vida.