CAPÍTULO 9
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Aquella mañana Sebastián salió de su casa con la esperanza prendida en el pecho. Su padre le había entregado el dinero prometido, obtenido con el esfuerzo de muchos años y con un propósito que hoy cumpliría.
—Gracias, padre —expresó con gratitud —Te aseguro que este dinero será bien invertido.
El viejo Luque asintió complacido.
Llevaba además su propio pecunio, también el producto de años de trabajo. Este día que hoy vivía, empezó a labrarse desde la temprana juventud, cuando era todavía un niño y prefería las faenas de la tierra a los juegos en la calle. En cuanto atravesó la puerta de la oficina del banco, tuvo la certeza de que saldría de allí propietario con todas las letras.
La hacienda colindante a Luna Creciente llevaba abandonada desde que él tenía memoria. Daba pena ver aquellas tierras sin cultivarse, convertidas en un monte descuidado y lleno de maleza. De vez en cuando, Sebastián se paseaba por los límites del latifundio y fantaseaba con la idea de convertir suyas aquellas tierras. Guardó el deseo en su corazón hasta que llegara el día. Hoy era ese día.
El papeleo se le hizo eterno. Contrato de compraventa, exenciones, firmas, todo un vendaval que bien valió la pena.
“Enhorabuena, señor Luque…—lo felicitó sonriente el gerente del banco, un señor de cabellos grises y aspecto bonachón —Aquí le entregamos su título de propiedad. Nos alegramos de que un joven emprendedor como usted sea el nuevo dueño.”
Salió de allí jubiloso, el corazón le saltaba dentro del pecho. De pronto, de un día para otro, todo se había transformado. Miró al cielo y se permitió soñar. Hasta el sol le pareció más radiante, el aire más puro y los sueños se volvían posibles. ¡Quien diría que tan solo ayer se sentía el ser más miserable del mundo!
<<Cuando el deseo se estrella con la realidad es cuando se despierta>> —se dijo a sí mismo, en voz alta para escucharse. Para nunca olvidar que la fuerza le llegó desde el dolor.
Se dirigió sin demora a su hacienda. Por primera vez, la vería desde el interior, desde un punto de vista distinto que tomó años alcanzar. La hacienda estaba delimitada con alambre de púas malamente sostenidas por estacas. Tenía un portón rústico amarrado con una cadena y un candado herrumbroso. Tuvo que empujar fuerte entre la maleza hasta lograr abrirlo. Cuando estuvo adentro, miró la extensión del terreno y le pareció que nunca había visto algo más hermoso.
Se abrió camino entre la maleza a fuerza de machete y calculó mentalmente donde ubicaría cada cosa. Aquí las reses, acá los caballos, allá la siembra. Al terminar el recorrido se limpió satisfecho el sudor de la frente.
Avisó a Mauricio y le dio las buenas nuevas. Se encontraron allí mismo en la tarde al concluir la jornada laboral
—¡Felicidades, hermanito! —lo celebró con auténtica alegría, el éxito de uno era también un triunfo para el otro.
Sebastián le iba describiendo los planes para echar la hacienda adelante. Caminaron por el único sendero que hasta entonces se había mantenido.
—¿Cuándo te vienes a trabajar conmigo? —le preguntó.
—Cuando quieras…aquello no es lo mismo sin ti…y acá voy a ser capataz, ya era hora de un ascenso —contestó divertido.
—Entonces, te espero mañana —pasó su brazo por el hombro de su amigo —aunque hay una cosa que quiero pedirte antes…
—Tú dirás…
—Quiero a Talismán…
Mauricio bufó como quien vislumbra un problema en el camino.
—Eso va a estar difícil porque el patrón se fue de viaje y no creo que te lo vaya a ceder así tan fácil.
Sebastián se mostró contrariado.
—No es caridad lo que pido. Simplemente, me deben mi último dinero y las prestaciones… si no alcanzara, el resto lo puedo pagar.
Mauricio se mostró vacilante.
—¿Cómo vamos a transar eso si el patrón anda de viaje de bodas? —quedó pensativo —Solo se me ocurre que vayas a hablar con la señorita Luna…
Sebastián rechinó los dientes del coraje. El sudor le cruzaba la frente y se detenía en el entrecejo que mostraba fruncido.
—¡No voy a hablar con esa chiquilla! —protestó vehemente.
—¡Pero es la única que tiene autoridad! El patrón va a tardarse en regresar y me imagino que no vas a querer esperar tanto. Necesitas un caballo para trabajar aquí. Aparte —voltea el rostro para mirarlo de frente —¿Qué tan malo hizo ella para que te niegues así?
Sebastián no respondió de inmediato, buscando en su mente razones para el enfado. Se entretuvo mirando hasta donde colindaba su hacienda con la de los De Arzuaga.
—Es que no quiero saber nada de esa gente…de ninguno de ellos —soltó tajante y Mauricio supo que era mejor no insistir.
Antes de despedirse, quedaron en comenzar a trabajar juntos a partir del próximo día. Los peones de Luna Creciente iban y venían con frecuencia, a nadie le molestaría que un día no regresara más. El asunto de no tener animales de trabajo resurgió una vez más antes de despedirse.
—Quizás puedas hablarlo con el capataz Eusebio, pero ya sabes que ese es un viejo fiel hasta la muerte que no se atreve a tomar decisiones y menos con algo que no le pertenece.
—Ya veré que hago…—suspiró hondo, no tenía la mínima idea de qué hacer. Todas las opciones lo obligaban a una conversación que no quería tener.
Se despidieron con un estrechón de manos. Mauricio iba saliendo, haciendo malabares para empujar el portón carcomido por el moho cuando se detuvo a hacer una pregunta.
—Otra cosa… ¿Ya pensaste como se llamará esta hacienda? ¿Qué nombre vas a ponerle?
Sebastián sonrió, complacido de que al menos ese asunto ya estaba resuelto.
—Luna Nueva…
Su amigo no pudo evitar que le pareciera jocosa su elección.
—¡Te persiguen las lunas!
—¡Eres un payaso! —ripostó y volvió a fruncir el entrecejo.