La Mujer Del Patrón

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 10

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Los primeros días fueron duros. Se dedicaron a despejar la maleza hasta dejarla a ras de tierra. Prepararon el terreno con maquinaria moderna y lo que no alcanzaron con máquinas lo hicieron blandiendo machetes. Sebastián, Mauricio y un pequeño ejército de hombres fuertes y dinámicos, trabajaron con ahínco cada día. Las estancias de animales se construyeron a fuerza de madera, clavos y zinc. El sol azotó sus espaldas, pero ninguno se rindió. Aunque los días laborales eran largos y difíciles, les reconfortaba que el salario lo recibían completo y puntual. Tampoco faltaron los alimentos para cobrar fuerzas ni el agua para saciarse.

Poco a poco Luna Nueva cobró forma. Ya no era la abandonada hacienda que se miraba a lo lejos. Al joven Luque le gustaba extasiarse en lo que se estaba logrando y una sensación de satisfacción le recorría las venas. Todo el esfuerzo, el tiempo dedicado y el sudor que le empapaba las camisas, habían valido mucho la pena.

Una tarde, cuando ya el sol se despedía y se asomaba el ocaso, Sebastián aprovechó que todos se habían marchado para desahogarse con su amigo.

El mismo pesar, la misma piedra en el zapato.

—Todavía no sé cómo recuperar a Talismán. Me hace falta ese animal, es lo único que necesita la hacienda para estar perfecta —le confesó a Mauricio.

—No lo tienes por orgulloso —le recriminó —¿Qué te cuesta hablar con la niña Luna y llegar a algún acuerdo?

Sebastián se mordió el labio inferior con rabia mientras recorría con su mirada toda la extensión de las tierras. No encontraba salida porque en el abanico de posibilidades no estaba ir a rogar.

—¿Humillarme ante un miembro De Arzuaga? ¡Jamás! Prefiero esperar a que algo se me ocurra…no sé qué, pero de alguna manera tengo que ingeniármelas.

—Es que eres muy terco, amigo. No es ir a rogar, es solo…negociar…—intentaba convencerlo, aunque fuera inútil.

—Olvídalo, no voy a hacerlo —se reafirmaba.

Mauricio suspiró con resignación.

Se sacudió el polvorín de las ropas y se despidió.

—Bueno, ya todos se fueron y yo también me iré a descansar. Será hasta mañana —se despidió cansado pero satisfecho por un día productivo de trabajo.

Sebastián quedó atrás todavía con el rostro ensombrecido por el dilema. Tenía clavadas en la mente las palabras de Mauricio: Negociar, no rogar. Nunca más le rogaria a nadie. Sobre todo, a ninguna mujer.

Se dio la vuelta para regresar a recoger sus cosas y también poder marcharse. El día había sido agotador y solo pensaba en llegar a la casa para ducharse y luego cenar. Con seguridad esa noche caería rendido de sueño.

El golpeteo de herraduras de caballo lo hicieron sobresaltarse. Se había inclinado para recoger unas herramientas que quedaron en el suelo cuando el sonido lo hizo detenerse en seco. Enderezó el cuerpo despacio y se puso en alerta. La impresión hizo que se le tensaran los músculos del cuello y por un instante se le cortó la respiración. Ese galope le era conocido. Hartamente conocido. Se asomó despacio -cuando el golpeteo hubo terminado- y allí lo vio.

¡Talismán! —exclamó, asustado y alegre al mismo tiempo.

Pasó contento su mano sobre la crin del caballo y el animal pareció reconocerlo, relinchando y moviendo sus orejas como reconocimiento de afecto.

Luna cabalgaba sobre él y sus miradas no tardaron en cruzarse.

—Señorita Luna…—atinó a decirle, con el hablar un tanto enredado por la impresión del encuentro.

—Quedamos en que solo me llamaría Luna…—le recordó —pero no importa…—hizo un intento por desmontar el animal —¿Me ayuda a bajarme?

—Por supuesto…

Sebastián se apresuró a extenderle la mano y la sujetó fuerte hasta que la supo segura con los pies en el suelo.

—Disculpe…estoy un poco atontado…por verla…quiero decir…por ver a Talismán… —trastabilló con las palabras. Se arregló el sombrero y no supo donde colocar las manos por lo que las usó para acariciar el animal y así evitar que ella notara que por alguna razón le habían comenzado a temblar.

Ella se veía tan bella como siempre. Traía puesta toda una indumentaria vaquera y el cabello le caía en cascada por debajo de los hombros. Su cintura se acentuaba por la posición a horcajas sobre el lomo del caballo. A él le pareció que para ser una chica de ciudad lucía como una verdadera amazona. Apartó la mirada de ella como si temiera que su belleza lo hechizara.

—No te preocupes. Me imagino que lo extrañabas, así como también pienso que él te extrañaba a ti. Por eso te lo traje —explicó.

Sebastián le agradeció el gesto y le confirmó lo mucho que lo echaba de menos.

—Ahora no lo extrañarás. Es tuyo…te lo traje para que te lo quedaras —soltó sin más.

Él frunció en entrecejo, alarmado.

—¿Qué dices? —preguntó, aunque había escuchado perfectamente —¿Me lo vas a dar a cambio del dinero que me adeudan o…?

Ella soltó una carcajada. Le quedaba bien la risa, develaba una perfecta dentadura detrás de la curvatura de los labios.

—No seas tonto. Como no pasaste a buscar tu dinero, vine a traértelo —saca un sobre del interior de su chaleco y se lo entrega.

Sebastián titubea para tomarlo. Está claramente confundido. Le cuesta entender como le han pagado lo adeudado y le han obsequiado el caballo.

—No sé… ¿De quién fue esta idea? Porque no creo que tu padre estará de acuerdo —inquirió preocupado.

—No seas tonto. El dinero es tuyo porque es el salario que te corresponde y Talismán es un obsequio de buena voluntad, como agradecimiento a tus años de servicio.

—Pero…

—¡No se aceptan devoluciones! ¿Entendido? —le dijo con la boca, pero sus ojos también le hablaban.

—No…no estoy muy seguro que sea correcto —titubeó.

Ella se colocó delante de él, con los brazos cruzados sobre el pecho —¿Me vas a rechazar el obsequio?




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