La Mujer Del Patrón

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 11

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La presencia de Talismán en la hacienda Luna Nueva no pasó desapercibida para Mauricio, quien llegaba de la revisión del lote de ganado y se sorprendió de encontrar allí el caballo.

—¿Qué tal con esto? —acarició el animal, un tanto asombrado —¿Tomaste mi consejo y fuiste a hablar con la niña Luna o como fue el asunto?

Sebastián le explicó lo sucedido mientras abastecía de agua limpia el bebedero. Estaba sereno, su voz no se levantó airada como solía pasar cada vez que hablaba cualquier cosa relacionada a los De Arzuaga. La mención de la hija de su antiguo patrón no le molestó y se refirió a ella sin el tono despectivo que antes mostraba.

—Sé que es difícil de creer, pero ella misma me trajo a Talismán y también el dinero que me adeudaban…

Mauricio sonrió.

—¡Caramba! —expresó complacido —La niña Luna tuvo atenciones contigo que nunca nadie tuvo. ¿No te parece curiosa tanta amabilidad?

Sebastián fingió no escucharlo. Terminó de llenar el bebedero y se movió a otras cosas. Mauricio, sin embargo, no paraba de hablar.

—Oye… ¿Cómo se regresó a la casa grande si te dejó el caballo? —inquirió, curioso.

Sebastián refunfuñó con impaciencia, no le gustaba el rumbo de la conversación.

—Yo mismo la llevé hasta su casa…la dejé un poco retirado del camino porque no quiero asomarme por allá y…—de súbito cambió a un tono de advertencia —antes de que sigas preguntando, te aclaro que no pasó nada más. La dejé allí y me fui a mi casa ¿Entendido?

—¡Caramba! No iba a preguntar eso…—respondió a la defensiva, aunque era justa la intención.

Sebastián no le creyó. Levantó las cejas, con los ojos bien abiertos y la cabeza ligeramente ladeada.

—¿Estas seguro? —le cuestionó.

—¡Bah! Me voy a revisar la cerca de los toros…no vaya a ser que se fajen —dijo y se marchó sendero abajo.

Sebastián sacudió ligeramente la cabeza. Conocía lo suficiente a su amigo como para saber que le interesaba averiguar lo que ocurrió después de que Luna y él se marcharon. Pero no iba a contarle nada porque nada había pasado salvo que volvió a agradecerle y ella se mostró amable. No le diría que un poco había cambiado su opinión de ella. Que rieron en el camino cuando se tropezaron con un animal salvaje cruzándoles veloz por el frente y que todo fue tan rápido que no pudieron ponerse de acuerdo en que animal sería.

“Fue un mapache…Aquí no hay mapaches…pues fue un zorro…tampoco hay… ¿un lobo? … ¡Eso es solo pasa en las películas!... entonces definitivamente fue un coyote… ¡Que ocurrencia! Ja, ja…pues transemos por un coyote y fin del cuento…me parece bien…a mí también…”

No se lo contaría porque el deslenguado de su amigo podría inventar toda una historia de eso. Mauricio era capaz de ver un castillo donde solo había piedras. Sebastián no estaba de ánimo para esas tonterías.

***

El verano en Las Lunas traía las fiestas de pueblo más esperadas. Con la cercanía de la fecha, era normal ver el pueblo transformado con luces, música y algarabía.

Cada junio se festejaba el solsticio de verano, una de las celebraciones más animadas. Gran cantidad de gente se movilizaba a disfrutar de las actividades que se ofrecían, en especial los niños quienes se divertían con las atracciones que de otra forma no podrían disfrutar.

Muchos años atrás, Sebastián era tan solo un niño más que esperaba las fiestas con ilusión. El viejo Luque, entonces un padre vigoroso y atento a su único hijo, lo llevaba a disfrutar de las amenidades. Pasado el tiempo, ya en sus años juveniles, Sebastián y Mauricio pasaban noches enteras junto a sus amigos celebrando hasta que todo terminaba. Allí los jóvenes probaron el alcohol por primera vez.

—¡Salud! —brindaban entre risas.

Allí también invitaron a bailar a las jóvenes más hermosas del pueblo.

—¿Me concedes esta pieza, preciosa? —era la invitación clásica que a Mauricio solía darle buenos resultados.

Sebastián, introvertido casi rayando en la timidez, se lo pensaba bastante antes de atreverse. Solo un par de tragos y una joven demasiado bella podían animarlo al baile. En una de esas fiestas conoció a Bárbara y desde aquel día jamás invitó a bailar a ninguna otra. Ella se convirtió en su mejor compañía y pronto formaron una de las parejas más hermosas del pueblo.

Aquellos tiempos fueron quedando atrás cuando su temperamento se volvió irascible tras la partida de Bárbara. Incluso, apenas se asomaba por las celebraciones.

Mauricio, muy al contrario, conservaba el espíritu festivo de siempre. Al acercarse el primer día de fiesta, lo animó a divertirse un rato.

—Vamos, que no todo puede ser trabajo…—lo instaba.

—No…ve tú y diviértete…—respondió sin quitarle la vista de encima a las reses que pastaban bajo la sombra y que de vez en cuando sacudían el rabo para espantar moscas.

—No es lo mismo ir solo…dime… ¿Quién se va a burlar de mí cuando una chica me rechace? ¡Solo tú!

Sebastián no pudo evitar sonreír.

—A veces, amigo, no sé cómo me soportas…—le dijo honesto, reconociendo no ser la mejor compañía —Pero sabes que no voy a esas fiestas desde hace mucho tiempo. Allí no hay nada que pueda interesarme y además, salgo muy cansado de aquí y solo quiero llegar a descansar a mi casa. Tampoco me gusta dejar solo al viejo…

Mauricio soltó el saco de alimento que cargaba en su espalda para hablarle. Lo arrimó a la pared y se colocó los brazos en jarra.

—Eso son puras excusas, amigo. Te has encerrado en ti mismo, llevas una vida de amargura y solo trabajas. Ya es hora de volver a vivir.

Sebastián no supo que responder y le esquivó la mirada para no tener que enfrentar la realidad. Por unos segundos quiso poder refutarlo, pero no encontró como hacerlo sin mentir.




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