La Mujer Del Patrón

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 15

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Sin moverse de su lugar, pero con la mirada puesta en Luna y en su inesperado acompañante, Sebastián pudo notar la insistencia del caballero y la negativa amable pero firme de Luna. El joven la invitaba a bailar mientras ella rechazaba repetidamente el ofrecimiento. Sin pensarlo y contrario a su propia voluntad, sin comprender muy bien por qué lo hacía, Sebastián se levantó para dirigirse a ellos.

Se acercó y se arriesgó con valentía.

—¡Mi amor! —tomó a Luna por la cintura y la besó en la mejilla —¿Llevas mucho tiempo esperándome? —le preguntó sin darle tiempo a reacción y ante la mirada perpleja del joven —Disculpa, tuve que aparcar lejos y caminar hasta acá…pero nada… ¿hace rato que me estabas esperando?

Lo repentino e imprevisto de la acción dejó pasmado al insistente galán y la tomó por sorpresa a ella, tanto así que sintió un calor subirle por el cuerpo y las mejillas le ardían. Pero el efecto duró muy poco. Luna rápido comprendió lo que estaba pasando y siguió el juego como si lo hubiesen planeado.

—No, mi amor…no te preocupes —colocó su mano sobre el pecho de él a modo de familiaridad—Llegué hace poco y acá el caballero me hacía compañía —respondió con una actuación envidiable.

El joven comprendió el mensaje. Lucía contrariado y por un momento parecía que iba a decirles algo, pero se mordió la lengua y se contuvo. Se limitó a mascullar una despedida y desearles que se divirtieran. Luego se alejó en silencio. Derrotado sí, pero conservando intacta su dignidad.

Cuando quedaron a solas, respiraron aliviados. Sebastián sacó su mano de la cintura de Luna y ella retiró la suya del pecho, casi por reflejo. Por un momento, quedaron en silencio con tan solo una sonrisa nerviosa y los ojos de uno clavados en los del otro. La fiesta seguía a su alrededor, pero el mundo pareció detenerse un instante mientras sostuvieron aquella mirada.

Al fin, Luna rompió el silencio.

—Vaya…gracias por esto…—dijo en clara alusión a lo que acababa de suceder.

—No es nada…una damisela en apuros a la que he podido devolverle un favor.

—No he hecho nada con intención de recompensa, pero igual te agradezco.

—Muy bien, ahora estamos a mano…—replicó él.

—Muy bien…—replicó ella.

A la distancia Mauricio observaba fascinado la escena. Con una sonrisa plasmada en la cara, se había dado cuenta de todo, pero aún no entendía como el bruto de su amigo se quedaba allí parado, sin invitarla a una cerveza, o todavía mejor, a bailar. Quizás la cerveza no era buena idea para una chica de sociedad, acostumbrada a vinos finos y champaña espumosa. Pero nadie se resistía a un buen baile.

Sebastián se percató de la persistente mirada de su amigo. No había nada peor que estar bajo el escrutinio de Mauricio. Lo veía como le imploraba con los ojos a que hiciera algo y como lo animaba gesticulando con las manos.

“Vamos, ¡invítala a bailar!” parecía leerle en los labios. Él negaba con la cabeza. Reacio y torpe, como siempre.

Mauricio no se daba por vencido, estaba dispuesto a insistir hasta convencerlo.

“No seas idiota… ¡invítala!” —repetía.

Sebastián respiró hondo. De pronto las manos le sudaban y las palabras parecían no querer salir de su garganta. Lo pensó mil veces. Luego de darle muchas vueltas, finalmente se animó.

—¿Te… gustaría…bailar? —preguntó, inseguro, casi con pavor.

Luna dio un brinco de alegría.

—¡Claro! ¡Me encantaría! —soltó sin pensárselo dos veces.

Él la tomó de la mano sintiendo un poco de vergüenza que sus manos callosas y curtidas por el trabajo tocaran las pequeñas y delicadas manos de ella. Pero Luna iba risueña. Llevaba una sonrisa en el rostro y otra en el corazón. Mauricio los miró a lo lejos y sonrió complacido haciendo un gesto de aplauso que Sebastián optó por ignorar por temor a ponerse más nervioso de lo que estaba.

Ya en la pista de baile no pudieron evitar ser el centro de atención. Conocían a Sebastián porque era el hijo del viejo Luque, a quien todos apreciaban, y lo habían visto crecer hasta convertirse en el nuevo hacendado. Por su parte, Luna no pasaba desapercibida siendo la hija del patrón De Arzuaga. Además, tenía ese aire de señorita de ciudad que la distinguía de las demás. Eran, sin duda, la pareja de baile más comentada.

—Me parece que nos miran…—le susurró en el oído.

—Imaginación tuya…—respondió Luna restándole importancia —aquí todos andan en lo suyo y a nosotros no se detiene a mirarnos ni un animal salvaje que nos cruce por el frente.

Sebastián soltó una carcajada recordando el incidente. Hacía mucho tiempo que no reía, pero aquella chiquilla lo había logrado. Luna no era complicada ni tenía ínfulas. Hasta parecía una chica de pueblo con el dominio que mostraba al cabalgar y lo poco que parecía intimidarle la vida vaquera. Cualquier otra no se asomaría a una fiesta de pueblo. Pero ella allí estaba, y se le veía muy feliz.

La sujetó contra él en una vuelta de baile. Se sentía liviano junto a ella. Como si de pronto desaparecieran los problemas, como si la vida todavía pudiera ser bonita.

Cuando terminó la pieza de baile, se regresaron a su esquina. El joven que antes fue rechazado todavía estaba allí, mirándolos.

—Parece que dejaste un corazón roto —le dijo Sebastián en abierta alusión al joven.

—Que se lo remiende…

Volvió a reír por el ingenio con el que ella respondía.

—Eres muy avispada ¿Siempre tienes una respuesta en la boca lista para decir? —le cuestionó con un gesto interrogante.

—No siempre. En ocasiones es preferible quedarse callado.

—¿Cuáles ocasiones?

—Cuando lo que se va a decir no es mejor que el silencio.

Sebastián asintió, un poco sorprendido con la respuesta.

—Interesante.

Se quedaron de pie observando el ir y venir de la gente. Sebastián buscó dos cervezas y se aliviaron la sed con ellas. Tuvieron una charla amena y bailaron otro par de números. Las horas fueron pasando. Poco a poco la gente fue retirándose y ellos quedándose. Ninguno hablaba de irse.




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