La muñequita

Capítulo 1

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Adrián regresó del campo luego de revisar el sembradío y ver que todo estuviera en orden. No faltaba mucho para que la cosecha estuviera a punto y se tuviera que recoger. Él realmente no se preocupaba por eso. De alguna manera que todavía ignoraba, los recolectores llegaban en el momento justo para cosechar. Suponía que tenían a alguien visitando los sembradíos de vez en cuando y, cuando notaban alguno a punto, se corrían la voz entre ellos. Así que una mañana cualquiera, llegarían a buscarlo para pedirle el trabajo y listo. Se preparó una taza de café y unos huevos revueltos. Le sirvió a perro sus croquetas y luego de terminar de desayunar, se dirigió al pequeño establo que había junto a su casa a ordeñar su vaca y a atender también a sus caballos. Por último, entró al corral a recoger los huevos que habían puesto las gallinas y regresó a su casa cargando el cubo lleno de leche.  Llenó una jarra con la misma y la metió al refrigerador. Luego salió al porche y colgó el cubo con el resto de la leche en un gancho que pendía de una viga.

— Ni se te ocurra saltar para tratar de beberla. — Le dijo al perro señalándolo con el dedo. — Quédate cuidando, regreso al rato.

Se subió a su todoterreno y enfiló al pueblo.

Cuando llegó se estacionó junto a la tienda que había en la calle principal. Ya era media mañana así que había bastante actividad. Devolvió los saludos con una inclinación de cabeza y entró a surtirse. Una vez que llenó su carrito de compras se acercó a la caja a hacer fila para pagar. Todos lo saludaron, él volvió a devolver los saludos con sólo una inclinación de cabeza. Le apenaba reconocerlo pero, a pesar de llevar ya un tiempo viviendo en el lugar, aún no se aprendía los nombres de la gente; así que evitaba hablar con ellos la mayoría del tiempo.

La cajera lo recibió muy sonriente y atenta cuando le tocó pagar. El permaneció serio, sin alentar la coquetería de la joven. Era cierto que necesitaba una mujer, pero no se quería meter en problemas, así que trataba de no involucrarse con las jóvenes de pueblo. Una vez que pagó, tomó sus bolsas y se dirigió a su auto.

Un hombre se le acercó cuando guardaba todo, un paso atrás de él estaba una joven delgada, con el cabello largo cubriéndole el rostro, ella permanecía cabizbaja y en silencio.

— ¿Usted es el que compró el ranchito de “Las Palomas”? — Preguntó el hombre arrastrando las palabras evidentemente alcoholizado.

Adrián a duras penas evitó una mueca de asco. El hombre apestaba a alcohol y a sudor rancio. Su ropa estaba sucia y arrugada. De reojo miró a la muchacha, ella portaba ropa con remiendos y muy gastada, pero limpia.

— Sí, soy yo. — Contestó sin añadir nada más.

— Le vendo a mi muchacha. — Dijo el hombre.

Adrián lo miró tremendamente sorprendido. ¿Ese tipo hablaba en serio?

Como no respondió nada, el hombre siguió hablando.

— Sé que usted está solo, que no tiene quien lo atienda. Mi hija sabe cocinar y le va a tener la casa limpia. Su mamá la enseñó bien.

Adrián se acercó a la joven quien permanecía callada con la mirada baja, notó que en sus manos llevaba un atado de ropa.

— ¿Está hablando en serio? — Le preguntó.

— Sí señor, sé cocinar, limpiar y lavar. — Respondió en voz baja.

— Me refiero a que si de verdad te está vendiendo.

Ella sólo asintió sin levantar el rostro.

— ¿Por qué?

— Porque me sale muy caro mantenerla. — Dijo el hombre. — Aquí no va a conseguir marido, y ya la muchachita está en edad de aportar algo. Si no se la lleva usted tengo a alguien más que ya me ofreció por ella.

— Por favor… — Susurró la joven.

Adrián frunció el ceño.

— ¿Cuánto pides?

— Cinco mil pesos.

El joven se impactó, pero mantuvo su rostro impasible. ¿Cinco mil pesos por una mujer? ¡Debería ser una burla! En primer lugar, nadie debería ser vendido, pero ¿Por esa cantidad tan miserable? ¿Cuál era el truco?

— ¿Qué te hace pensar que tengo ese dinero? — Preguntó.

— Pues si no lo tiene, ya tengo otro comprador.

— Por favor… — Volvió a susurrar la joven levantando la vista por primera vez.  Su mirada estaba llena de angustia.

Adrián la miró un momento meditando. No era fea, al contrario, era bastante bonita, y joven.

— Sube a mi carro. — Le dijo a la joven, y luego se dirigió al hombre. — Y tú, alcánzame en el banco y espérame afuera.

— Donde se la lleve sin pagarme… — Intentó amenazar el hombre.

— Dije que me alcances afuera del banco. — Dijo Adrián subiéndose al auto y arrancando inmediatamente. Luego se dirigió a la joven.

— ¿Por qué te está vendiendo?

Ella se encogió de hombros.

— Aquí así se acostumbra. — Dijo conteniendo las lágrimas.

— ¿Y tu mamá qué opina de esto?

— Nada. Ella ya está muerta, no puede opinar.




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