La muñequita

Capítulo 4

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Adrián demoró un buen rato besando a Galilea, saboreando sus labios sin ningún apuro, y acariciando su pierna y sus caderas, poco a poco fue subiendo la mano hacia el trasero de la joven y lo sintió redondo y firme. Soltó un gemido mientras la acercaba más a él apretándola contra su cuerpo. Estaba excitado, tenía mucho tiempo de no estar con una mujer, y menos con alguien tan hermosa como ella. Subió sus manos por lado de su torso y llegó al contorno de sus senos. Tenía el tamaño perfecto para él. Su cuerpo se amoldaba perfectamente al suyo, profundizó el beso y volvió a bajar sus manos al trasero de la joven, apretándola contra él, cuando sintió las lágrimas de la joven recorrer sus mejillas. Frustrado, dejó de besarla y aflojó el abrazo, pero sin soltarla.

— Me gustas Galilea. — Dijo apoyando su frente sobre la de ella. — Mucho. Pero te hice una promesa y te la voy a cumplir. No tienes por qué llorar, no voy a forzarte a nada.

La joven seguía temblando levemente, con la mirada baja y su rostro totalmente ruborizado.

— Sssshhhh, tranquila. — Dijo él acercándola a su pecho. — No soy un violador, te lo prometo. Me gustó besarte ¡Por Dios que tu boca es puro pecado! Me gustó tocarte. Tu piel es tan suave…

Colocó un dedo sobre la barbilla de la joven para hacerla levantar el rostro.

— Te voy a seguir besando y acariciando. Me gustas muchísimo Galilea. — Dijo dándole un breve beso. — Voy a tocarte cada que te tenga cerca. ¿Me oyes? Eres mucha tentación… Pero. No voy a tomarte. No contra tu voluntad. ¿Lo entiendes?

Ella lo miró a través de las lágrimas tratando de leer su mirada. Se sentía confundida. Por un lado, estaba muerta de miedo. Pero por otro, estaba asombrada de cómo los besos de ese hombre la habían hecho sentir. Nunca antes la habían besado, jamás la habían tocado, lo poco que había escuchado de eso, eran los chismes entre mujeres, hablando de lo mal que les iba a las chicas en la cantina. O lo rudos que eran los hombres con sus propias esposas. ¿Por qué había sentido esos estremecimientos mientras la besaba Adrián? ¿Por qué sentía una especie de revolución en la boca del estómago y las piernas como gelatina?

— ¿Estas bien? — Preguntó Adrián preocupado ante su silencio.

Ella parpadeó un par de veces y asintió sin decir nada.

— ¿Segura? — Insistió él acariciando su rostro húmedo.

— Si… — Musitó Galilea.

— Bien. — Sonrió él. — Entonces dame un par de besos más antes de ponerme a terminar de atender los caballos.

Ella lo miró dudosa. Luego, llena de timidez, le dio dos castos, pequeños y rápidos besos en los labios haciendo que Adrián soltara una pequeña carcajada.

— Esos apenas se podrían llamar besos. — Dijo sonriendo. — Inténtalo de nuevo.

Ella, sonrojada y tímida, lo volvió a besar, con los labios cerrados, demorando cada beso unos segundos más.

Adrián soltó un suspiro satisfecho.

— Tendremos que trabajar en ello. — Dijo bajando su mano hacia el trasero de la joven y dándole un leve apretón haciéndola saltar. — Ve a casa a descansar, ya has trabajado demasiado por hoy. Yo voy a terminar con esto.

La soltó y se dio la vuelta a recoger el rastrillo. Galilea no dudó un momento y salió corriendo hacia la casa. Él giró la cabeza para verla alejarse y luego negó, lanzando un suspiro de frustración, poniéndose a trabajar de nuevo.

La joven era la tentación y el reto más grande que la vida le había presentado. Adrián no era un cavernícola sin principios ni valores, al contrario. Si había aceptado comprar a la joven fue para rescatarla de un destino terrible y encontrar la manera de ayudarla. Pero su determinación a respetarla se estaba desmoronando, Galilea era hermosa, dulce, tentadora y provocativa en la manera más inocente. Sus labios eran intoxicantes, su piel suave, sus curvas tentadoras. Un sentimiento de posesividad se estaba desarrollando profundamente en él. La quería para sí, quería quedársela y saciar con ella sus necesidades en todas las formas habidas y por haber, se la imaginaba en todas las posturas posibles y, sin embargo, al mismo tiempo había un instinto de protección y sentimientos de ternura que la joven le despertaba que lo tenía sorprendido y profundamente desconcertado.

Terminó de limpiar el establo y regresó a la casa, Galilea no se veía por ningún lado y todo estaba en silencio. Intrigado, se acercó a la habitación de la joven y entró sin llamar a la puerta. Ella se sobresaltó al verlo. Estaba sentada en el suelo en un rincón, abrazándose las rodillas.

— Hey ¿Qué pasa? — Preguntó él acercándose y sentándose en el suelo junto a ella. La joven sólo bajó la mirada y se enrojeció.

— Gali… — Dijo Adrián acariciando su mejilla. — ¿Qué pasa?

— Estoy asustada. — Dijo ella en un hilo de voz.

— ¿De mí? — Preguntó él sorprendido.

Galilea sólo asintió.

Adrián se giró un poco y la tomó de la cintura levantándola para sentarla en su regazo, provocando un gritito en la joven.

— No soy un santo Gali. — Dijo él abrazando a la aterrada joven. — Y tengo necesidades. Eres preciosa y te deseo, eso no te lo voy a negar. Pero tampoco soy un hijo de puta que va a violarte. Ya te lo he dicho y tienes que creerme. Vas a estar en mi cama tarde o temprano, vete haciendo a la idea. Pero va a ser por tu voluntad, y cuando eso pase, voy a hacer que tú también lo disfrutes.




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