NARRA ABHA
No sé qué hora es. Solo sé que es de noche, que mi cuarto huele a pañuelos usados y que el silencio pesa más que nunca. Estoy tirada en la cama, con el celular sobre el pecho, viendo TikTok como si fuera mi única compañía. Lloro sin pudor, sin pausa, sin filtro. Me arde la cara, me duelen los ojos, pero sigo deslizando el dedo hacia arriba como si el algoritmo supiera que estoy en modo “corazón partido”.
Canciones de desamor. Chicas contando cómo las dejaron. Frases que duelen más que el silencio de Esteban. Y entonces… aparece ella. Una chica en París. Cuidando niños, tomando café en una terraza, con el pelo alborotado por el viento y una sonrisa que grita “yo sí me reconstruí”. El texto dice: “Ser au pair cambió mi vida. Gracias AuPairWorld.”
Me quedo quieta. El llanto se detiene por un segundo. ¿AuPairWorld? ¿Eso existe? ¿Es legal huir con estilo?
Sin afán de dormir (porque dormir es para gente emocionalmente estable), abro el enlace. Hipeando, me limpio las lágrimas con la manga del pijama y leo todo. Alemania, Francia, Canadá, Francia… países que no tienen su recuerdo en cada esquina. Países donde nadie me va a preguntar “¿y Esteban?”
Semanas después
Estoy frente a la computadora con café frío, el corazón hecho trizas y una playlist que alterna entre Shakira despechada y Taylor Swift vengativa. Entro a AuPairWorld. Leo: “Trabaja como au pair en el extranjero. Vive con una familia, cuida niños, aprende idiomas.”
Me registro. Nombre, edad, país. Me piden que describa mi personalidad. ¿Qué pongo? ¿Qué lloro viendo TikTok? ¿Qué me rompieron el corazón y quiero desaparecer como truco de magia emocional?
Escribo: “Soy responsable, creativa, me gusta leer cuentos a los niños y cocinar cosas sencillas. Tengo experiencia como educadora infantil, especialista en desarrollo emocional y trauma infantil. Me adapto con facilidad. Idiomas: español nativo, inglés avanzado, francés intermedio, alemán avanzado, mandarín avanzado. Guatemalteca. Salud excelente. Entrenamiento básico en primeros auxilios.”
Subo una foto. Sonrío. Aunque parezco una mezcla entre “quiero cuidar niños” y “acabo de llorar viendo un video de perritos abandonados”.
Me aparece una opción: “Perfil destacado – visibilidad internacional.” Cuesta más. Lo pago. Quiero que me vean. Que alguna familia diga: “Ella parece estable emocionalmente. Vamos a contratarla.”
Busco mi pasaporte en el cajón de los recuerdos que no quiero ver. Está ahí, junto con las cartas que Esteban me escribía en mis cumpleaños. Vuelvo a llorar. Pero me trago el llanto como si fuera sopa instantánea y sigo el trámite.
Escribo la carta de motivación. No digo que estoy rota. Digo que quiero crecer, aprender, cuidar, aportar. Que los niños me enseñan a mirar el mundo con ternura. Que sé hacer arroz sin quemarlo (a veces).
Envío todo. La pantalla dice: “Tu perfil está activo. Las familias pueden contactarte.”
Respiro. No sé si esto es una huida o un salto. Pero por primera vez en semanas, siento que algo se mueve. Y no es mi ansiedad.
Dos semanas después
Sigo despertando gritando el nombre de Esteban. Como una buena migajera, le he escrito todos los días. Me bloqueó. En todas las redes. Incluso en LinkedIn. Hice un TikTok despechada con el hashtag #Canadá #No_me_abandones. Nada. Ni un visto. Ni una reacción. Ni una indirecta pasiva—agresiva.
Soy una vergüenza para las mujeres. Pero una vergüenza con iniciativa.
En la mesa está el sobre que llegó hace dos días. Un programa internacional de niñeras. Francia. Paris. Frío. Distancia. Anonimato. Lo abrí. Lo leí. Lo guardé. Lo volví a abrir. Lo volví a leer. Y ahora lo tengo entre las manos como si fuera un pasaporte emocional.
“Buscamos mujeres con experiencia en educación infantil, capaces de adaptarse a contextos multiculturales. Se ofrece alojamiento, salario digno y acompañamiento psicológico.”
Psicológico. Qué palabra tan absurda. Como si alguien pudiera acompañar lo que no se dice. Pero igual… acepto.
Abro Facebook. Publico fotos de la casa de mi madre. “Casa en venta.” Agrego todos los datos. Le pico al botón de publicar. “Me voy, para no regresar. Aquí dejo a Esteban, y en mi corazón llevo a mi bebé, mi pequeño Esteban.”
Un mes después
Estoy en el aeropuerto. Mi maleta es pequeña. Llevo ropa térmica, libros infantiles, y una caja con fotos que no mostraré. Nadie vino a despedirse. Solo doña Rosa, la vecina, me dio una bendición y me compró la casa.
—Que Dios la acompañe, mija —me dice, con voz de abuelita que sabe que uno no vuelve igual.
—Gracias, doña Rosa.
Respiro profundo. Agarro mi maleta y camino hacia un nuevo destino.
En el control de seguridad, intento sacar mi pasaporte con elegancia. Pero mi bolso decide rebelarse. Se cae. Se abre. Y se desparrama todo: toallas íntimas, una crema de manos con olor a mango, un peluche de koala que me regaló una niña de la ONG, y… una carta de Esteban que dice “Siempre tuyo”.
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padre soltero y millonario, niñera x jefe, comedia romántica contemporánea
Editado: 07.10.2025