NARRA ABHA
El despacho es una sinfonía de madera oscura, cuero y silencio. La chimenea encendida no calienta el aire. Solo lo ilumina con sombras. Él no se mueve. Su presencia llena el espacio como si fuera parte de la arquitectura.
—Arkadiy Gaulle —dice finalmente. —Soy el jefe de esta casa. Y desde hoy, usted será responsable de lo más importante que tengo: mis hijos.
Trago saliva. Él no me mira como jefe. Me mira como juez. Como si estuviera evaluando si soy capaz de sobrevivir a su descendencia.
—Aquí no se juega a ser niñera. Aquí se es. —Se inclina hacia mí, sus ojos azul eléctrico me atraviesan—. Su función será cuidar, educar, observar y reportar. No solo rutinas. Emociones. Cambios. Riesgos. Usted será la primera línea de defensa emocional. Y la última barrera de contención.
¿Soy niñera o agente encubierta del MI6?
—Lev tiene siete años. Es incontrolable. Timofey, doce. Rebelde. Vasilisa, diecisiete. Complicada. Usted no es su amiga. Es su próxima víctima.
Perfecto. Ya me veo en TikTok: “Sobreviví a tres niños rusos y a su padre que parece espía. Parte 1.”
Me pasa un contrato. Largo. Preciso. En ruso y español.
—Confidencialidad absoluta. Si se rompe, la compensación será de veinte millones de euros.
—Esto no estaba en el contrato inicial que me enviaron —digo, con voz firme, aunque por dentro estoy gritando “¡¿Veinte millones?!”
Él se reclina en su silla, sin perder la tensión.
—Si no le gusta, la puerta está abierta.
Lo dice sin emoción. Como si mi existencia fuera una nota al pie.
Firmo. No por miedo. Por mi constante necesidad de olvidar y huir. Por mí. Por la versión de Abha que aún cree que puede sanar.
Me pasa otra carpeta. Negra. Sellada.
La tomo. La abro. Y justo antes de que me diga algo más, suena un grito desde el pasillo.
—¡Papá! ¡Lev se encerró en el congelador otra vez!
La voz viene desde el pasillo. Aguda. Urgente. Casi cómica. Arkadiy no se inmuta. Suspira como quien ya ha vivido esto antes… probablemente más veces de las que admite.
—¿Otra vez? —murmura, y se pone de pie con la elegancia de un emperador cansado.
—Bienvenida al caos.
Y yo, que pensaba que el drama había quedado en Guatemala, sonrío por primera vez en semanas. Lo sigo. No por valentía. Por instinto de supervivencia.
El pasillo parece una galería de arte con presupuesto ilimitado. Al fondo, una puerta abierta revela la cocina. Y dentro de la cocina… caos.
Un niño de siete años está metido en el congelador industrial. Literalmente. Solo se le ven los pies. Otro niño, de doce, graba todo con un celular, narrando como si fuera un documental de National Geographic.
—Y aquí tenemos al pequeño Lev, especie rusa en peligro de extinción, que ha decidido hibernar en su hábitat natural —dice con acento británico falso.
—¡Timofey! ¡Baja ese teléfono! —gruñe Arkadiy.
—No subo nada, papá. Solo grabo. Me gusta grabar. Es terapéutico.
Arkadiy me mira. Yo levanto las cejas. Él aclara:
—No se preocupe. Timofey no publica nada. Por seguridad. Solo graba. Disfruta de hacer videos. Pero no tiene redes sociales.
Ajá. Claro. Porque grabar sin subir es como cocinar sin comer. Pero bueno, cada familia con sus traumas.
Lev, el del congelador, empieza a cantar una canción en ruso que no entiendo, pero suena como un hechizo. Arkadiy se acerca, abre la puerta y lo saca como quien saca un pavo congelado. El niño ríe. Está envuelto en una manta térmica que claramente robó de algún laboratorio secreto.
—¡Eres una bruja! —me grita al verme, señalándome con dramatismo.
—Gracias. Es lo más dulce que me han dicho hoy.
Y entonces aparece ella. Vasilisa. Diecisiete años. Alta, seria, con cara de “odio todo esto, pero no tengo opción”. Lleva auriculares, un libro de filosofía y una mirada que podría congelar el Volga.
—¿Otra vez el show? —dice sin emoción.
—Tu hermano estaba en el congelador —responde Arkadiy.
—Normal. —Y se va.
Yo me quedo ahí. Con pintura mental de caos familiar y una pregunta existencial: ¿qué hago aquí?
Volvemos al despacho. Arkadiy me entrega una carpeta negra, sellada como si contuviera secretos nucleares.
—Aquí están los perfiles de todos los miembros de esta casa. Nombres, gustos, rutinas, alergias, fobias. Tiene un día para estudiarlos. No puede compartir esta información. Ni siquiera con usted misma.
Lo dice como si pudiera leer pensamientos. Como si supiera que yo ya estaba planeando escribir un diario secreto con emojis y apodos.
—Hoy puede descansar. Dasha la llevará a su habitación.
Dasha aparece como un fantasma bien entrenado. Camina delante de mí como si flotara. La mansión es un laberinto de mármol, cristal y vigilancia. Cámaras ocultas, sensores en las puertas, guardias que no parpadean. Yo camino detrás, intentando no parecer impresionada. Spoiler: estoy impresionada.
#23 en Novela contemporánea
#11 en Otros
#8 en Humor
padre soltero y millonario, niñera x jefe, comedia romántica contemporánea
Editado: 07.10.2025