NARRA LEV
Las niñeras son como los mosquitos en verano: aparecen, hacen ruido, creen que pueden controlarnos… y luego desaparecen. Esta es la número diecisiete. Abha Ximelú. Tiene nombre de diosa, pero no nos engaña. Nadie sobrevive aquí. Ni con acento latino. Ni con sonrisa de “yo sí puedo con ustedes”.
—¿Estás seguro que la pintura roja no se va a endurecer? —pregunta Timofey, mientras mezcla el líquido en el baño de servicio con la precisión de un químico loco.
—¡Obvio! Es pintura lavable. Lo dice la etiqueta. —respondo, aunque no estoy tan seguro. La etiqueta está en alemán. Y yo solo sé decir “kartoffel”.
Vasilisa está en la puerta, con los brazos cruzados y cara de “esto es una mala idea, pero igual voy a mirar porque soy parte del drama”.
—Papá nos va a matar si se entera —murmura.
—Solo si Abha grita —le digo, guiñándole un ojo como si esto fuera una misión secreta y no una travesura con potencial penal.
Timofey ríe. Vasilisa suspira. Pero al final, todos colaboramos. Porque si hay algo que nos une como hermanos, además del ADN y el trauma compartido, es el odio profundo a las niñeras. Todas han sido iguales: dulces, falsas, lloronas. Y todas han huido antes del mes. Esta no será diferente. O eso creemos.
La pintura está lista. El sistema de agua del baño fue manipulado por Timofey (no preguntes cómo, solo acepta que tiene habilidades que deberían preocupar a la Interpol). Abha entra a la trampa tal como fue planeado. Escuchamos el grifo.
—Esperen… esperen… —digo aguantando la respiración como si estuviéramos en una película de espías. Y luego…
—¡¿QUÉ DEMONIOS ES ESTO?! ¡¿QUÉ ES ESTO?!
El grito atraviesa la mansión como una alarma nuclear. Timofey se tapa la boca. Vasilisa se queda congelada. Yo… yo río. No puedo evitarlo. Es perfecto. Es arte.
—¡Gritas como una bruja! —le grito desde el pasillo, entre carcajadas que me hacen doblarme.
Nos preparamos para huir de la escena del crimen, pero… aparece él.
Papá.
El hombre que puede hacer temblar a un ministro con una ceja levantada. El que tiene más poder en su silencio que un ejército en marcha. Nos mira. No dice nada. Solo camina hacia nosotros con esa calma que da más miedo que los gritos.
—¿Qué hicieron? —pregunta. Su voz es baja. Letal. Como si estuviera narrando nuestra sentencia.
—Fue una broma —dice Vasilisa, bajando la mirada como si el suelo fuera más seguro que sus ojos.
—Una broma —repite papá, como si la palabra fuera veneno.
—Hablamos sobre esto —. Regaña —. Vasilisa, eres la mayor. No deberías permitir estos comportamientos.
Nos regaña. En voz baja. Con frases que no se pueden traducir sin que te tiemblen las piernas. Es como si cada palabra fuera una daga envuelta en terciopelo.
—Si la señorita Ximelú renuncia, los enviaré a un internado en Suiza. Usarán uniforme. Y ahí no hay Wi—Fi.
—Seguiremos juntos —refuto, con la valentía de quien aún no ha procesado la amenaza.
—No. Sus edades son distintas. Estarán separados por los siglos de los siglos —sentencia, y yo aguanto la respiración como si eso pudiera detener el apocalipsis.
Un internado en Suiza. Con uniforme. Y sin Wi—Fi… lejos de mis hermanos. Es una pesadilla. Es el fin.
—¿Entendido? —dice, mirándome directamente.
—Sí, papá —. Agacho la cabeza. Me convierto en estatua. En niño arrepentido. En meme de “cuando te cachan”.
Y entonces… Abha aparece.
Sale del ala este como una tormenta tropical con acento centroamericano. La bata enrollada, el cabello mojado, la cara roja de furia. Está manchada de pintura. Parece salida de una película de terror. Pero lo que más impacta no es cómo se ve. Es cómo habla.
—¡¿Quién demonios pensó que era gracioso bañarme en pintura?! ¡¿Qué clase de psicópatas crían aquí?! ¡¿Y usted?! —le grita a papá— ¡¿Usted es el jefe de esta mansión y permite que sus hijos hagan esto?!
Nos quedamos mudos.
Nadie le habla así a papá.
Nadie.
Papá la observa. No dice nada. Abha sigue. Y cada palabra es una patada emocional.
—¡No vine desde Guatemala para que tres mocosos me conviertan en su experimento de TikTok! ¡Conmigo no van a poder! ¡Sé perfectamente que van a intentar deshacerse de mí, pero les advierto algo: no soy como las otras! ¡No lloro! ¡No corro! ¡Y no me rindo!
Nos mira. A los tres. Con esos ojos cafés profundos que parecen ver más allá de nuestras travesuras. Su piel brilla como caramelo bajo la luz del pasillo. Es alta. Hermosa. Pero lo que más impacta es su voz. Su acento. Su fuerza.
—¡Y si vuelven a hacer algo así, les juro que les voy a enseñar el verdadero significado de disciplina emocional!
Silencio absoluto.
Timofey traga saliva. Vasilisa baja la mirada. Yo… estoy temblando. Papá se aclara la garganta.
—Mis disculpas, señorita Ximelú.
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padre soltero y millonario, niñera x jefe, comedia romántica contemporánea
Editado: 07.10.2025