NARRA ABHA
El agua caliente no sirve de nada. Froto, enjuago, repito. Pero las manchas rojas siguen ahí, como si la pintura tuviera pacto con el diablo. En mi cuello, entre el cabello, detrás de la oreja. Parezco una obra de arte maldita. Tipo “La Niñera del Apocalipsis”, edición Paris.
—¡Malditos mocosos! —murmuro frente al espejo de mármol, que me juzga con elegancia y cero compasión.
La habitación es más lujosa que cualquier hotel cinco estrellas que haya visto en mi vida. Cortinas de terciopelo, alfombra persa, tocador con luces doradas. Todo grita “aquí se llora con estilo”. Pero yo estoy furiosa. Y no me rendiré. Hoy es el primer desayuno. Y si creen que me van a destruir con bromas, están muy equivocados. Hoy no vengo a agradar. Vengo a resistir.
Me recojo el cabello en una trenza alta. Me pongo un suéter beige, pantalones negros y botas. Nada de vestidos ni perfumes. Hoy soy la versión centroamericana de Lara Croft, pero con trauma emocional y chancla lista.
El comedor parece sacado de una película de espías millonarios. Mesa de doce plazas, candelabros de cristal, vajilla de porcelana con bordes dorados. Todo funciona como un reloj suizo. Los sirvientes entran y salen con precisión quirúrgica. Y ahí están ellos: los tres hijos Gaulle, sentados como si fueran parte de una dinastía imperial.
Y él.
Arkadiy Gaulle.
En la punta opuesta de la mesa. Impecable. Traje gris oscuro, cabello perfectamente peinado, mirada de hielo. Me observa sin expresión. Como si estuviera evaluando si soy digna de respirar el mismo aire.
—¡Llegas tarde! —dice Lev, con una sonrisa burlona que me dan ganas de enmarcar y luego quemar.
—Aquí valoramos la puntualidad. —añade Arkadiy, sin levantar la voz. Ni una ceja. Ni un músculo. ¿Será humano?
Me siento en la punta contraria. Lo miro. Sonrío con sarcasmo nivel “me importa cero”.
—Mis disculpas. Me demoré quitándome la pintura que sus hijos me echaron encima. Todavía llevo rastros en la cabeza. Si desea, puedo mostrarle. —Y hago el gesto de levantarme la trenza.
Lev se atraganta con el jugo. Timofey ríe. Vasilisa rueda los ojos con la gracia de una reina exiliada. Arkadiy no se inmuta. Creo que ni parpadea.
—Notaré su esfuerzo —dice, simplemente. Como si me estuviera calificando en una olimpiada de sarcasmo.
—Ese asiento era de mi madre —dice Vasilisa, con tono venenoso y mirada de “te voy a convertir en estatua”.
—Vasilisa, no es momento para eso —responde Arkadiy, con voz de dictador elegante.
—Está bien —intervengo, con voz firme—. Si ese lugar tiene un significado emocional, lo respeto. No vine a ocupar espacios sagrados. Vine a cuidar a sus hermanos.
Me levanto. Camino hacia el asiento contiguo. Me siento. Vasilisa me observa. No dice nada. Pero algo en su mirada cambia. No es aceptación. Es curiosidad. Como si dijera:
“Hmm… esta no llora fácil”.
Lo que no saben es que al que madruga, Dios lo ayuda… y también lo protege de trampas con harina.
Timofey había colocado un pequeño dispositivo debajo de mi silla. Una trampa de aire comprimido conectada a una bolsa de harina escondida en el respaldo. Al sentarme, el sistema debía activarse y lanzar una nube blanca sobre mi cabeza. Una explosión de polvo que me haría parecer una abuela fantasma.
Pero estuve en la cocina en la madrugada revisando las posibles trampas, justo después de que Timofey la colocara. trampas, justo después de que Timofey la colocara. Porque si algo aprendí en la ONG, es que los niños siempre tienen un plan. Y yo tengo el don de arruinarlo.
—Han escuchado el dicho que dice: “más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
Los tres intentan disimular su frustración porque no ocurrió nada. Cambié de silla. Sin que nadie lo notara. Pero modifiqué la trampa para que no explotara de inmediato sino después de cierto tiempo. Y la papa caliente es de…
¡BOOM!
El sonido sorprende a todos y Arkadiy gruñe.
—¿Qué demonios…? —dice, justo cuando una nube de harina explota sobre su cabeza.
El silencio es absoluto. Vasilisa se cubre la boca. Yo estallo en carcajadas.
—¡Ay no, no, no! ¡Esto sí que no lo vi venir! —digo entre risas, mientras veo al señor Gaulle cubierto de harina, con cara de estatua griega en carnaval —. Qué indisciplinados, jugarle bromas así a su padre. ¡Tks, tks, tks!
Los tres se ponen pálidos. Lev se desliza debajo de la mesa. Timofey lo sigue como soldado derrotado.
Arkadiy se queda quieto. Luego se sacude lentamente. Me mira. Y por primera vez… sonríe. Apenas. Pero lo hace. Y el mundo se detiene.
—Interesante estrategia de evasión. Señorita Ximelú 1 — Gaulle 1.
—Gracias. Tengo años de experiencia esquivando trampas infantiles. Y harina —. Bufo, apenada. Lo sé, un poco tarde para sentir vergüenza.
—Tienen dos segundos para salir —. Ordena él.
Los niños salen con la cabeza agachada. Me miran de reojo. El odio en sus ojos es una obra de arte. Pero también hay respeto. Y miedo. Y un poquito de admiración.
#23 en Novela contemporánea
#11 en Otros
#8 en Humor
padre soltero y millonario, niñera x jefe, comedia romántica contemporánea
Editado: 07.10.2025