La Nana

CAPITULO 6

NARRA ABHA

—Señorita Ximelú, acompáñeme a mi despacho —dice Arkadiy con esa voz grave que podría hacer temblar a un piano de cola.

Yo asiento. Trago saliva. No retiro el castigo. No me atrevo. Me giro hacia los niños, que siguen pegados a la pared como estampas vivientes.

—Si se mueven, aumento dos horas más —les advierto con tono de villana de telenovela.

—¡Eso es abuso infantil! —grita Timofey.

—¡Le diremos a papá! —añade Lev.

—¡Haganlo! —respondo, mientras camino detrás del mismísimo padre en cuestión, sintiendo que cada paso me acerca a mi funeral laboral.

Internamente quiero enterrarme viva. Que me trague la tierra y me escupa en otro continente. Preferiblemente uno sin niños, sin slime, y sin jefes con ojos azul eléctrico que te desarman con una mirada.

El despacho se cierra detrás de mí con un sonido que parece el de una sentencia judicial. Arkadiy camina hacia su escritorio. Yo me quedo de pie, como una estatua culpable.

—Yo… mire… señor Gaulle… yo no quería… o sea, sí quería, pero no así… el slime fue un accidente… bueno, no fue un accidente, fue un proyectil… pero no planeaba dañar a nadie… solo un poquito de agotamiento físico… leve… leve como una clase de yoga… sin estiramientos… ni paz interior…

Él me observa. Serio. Silencioso. Letal. A mi me tiembla todo el esqueleto. Seguramente ya estoy muy despedida. Deportada. Y con cargos por abuso infantil.

—Y si lo piensa bien, el castigo fue pedagógico. Nada traumático —. Mi voz quebrada y tartamuda —. Solo un poco de incomodidad muscular. Y tal vez hormigueo. Pero eso estimula la circulación. Lo leí en una revista. Bueno, en un meme. Pero igual cuenta…

—¡Ya cállese! —me interrumpe de pronto, con una sonrisa que se transforma en carcajada.

¿Perdón?

—Parece una hurraca parlanchina —dice, riéndose a carcajadas, agarrándose el estómago como si le hubiera contado el mejor chiste del Kremlin.

Yo me quedo en shock. ¿Esto es real? ¿No estoy despedida? ¿No me van a deportar?

—¿Cómo se le ocurrió semejante castigo tan eficaz? —pregunta entre risas—. Yo nunca habría pensado en eso. Manos arriba y cabeza pegada… brillante. Nunca los vi tan quietos recibiendo un castigo.

—¿No está enojado? —pregunto, tartamudeando.

—No. —Recupera la compostura, aunque aún sonríe—. Pero… tiene slime en el cabello. Está cayendo por su cara. Parece moco verde. Si no se lo quita me dolerá el estomago de tanto reír.

Me pongo roja como tomate. Me limpio como puedo, sintiendo que el slime se ha convertido en mi nueva identidad.

—Aparenta haber recibido el estornudo de un dinosaurio con gripe.

—¡es asqueroso! —. Gruño con moco… slime en las manos.

Termino de limpiarme lo mejor que puedo y todo se pone en un tono serio.

—Siempre que mis hijos no sean lastimados ni heridos emocionalmente, puede imponer castigos. Pero tenga cuidado. Si cruza la línea, habrá consecuencias legales.

Eso me pone fría. Pero no me achico.

—Descuide. Todo está fríamente calculado.

Y entonces lo recuerdo.

—¡Los niños! ¡Los dejé como estatuas humanas!

Salgo corriendo.

Los encuentro en la misma posición. Manos arriba. Cabeza contra la pared. Pobrecitos. Parecen soldados castigados por el zar.

—¡Castigo levantado! —grito.

Ellos bajan los brazos. Y gritan.

—¡AAAAAAAHHHHHHHHHH!

Los niños gritan como si les estuvieran exorcizando los brazos. Corren por la sala, sacudiendo las manos, saltando, chillando. El hormigueo los tiene al borde del colapso nervioso. Yo intento no reírme. Lo intento. Pero Vasilisa ya está doblada de la risa en el sofá, y Arkadiy… está sonriendo. Remachando los dientes y viendo el techo para no estallar en una carcajada.

“Se ve… guapo”

—Espero que hayan aprendido la lección —dice él, con tono firme pero divertido.

Los niños se detienen. Lev lo mira con cara de “¿esto es real?”. Timofey se rasca el cuello como si tuviera hormigas. Arkadiy se cruza de brazos.

—Abha tiene autorización total para imponer castigos. —Me lanza un guiño.

Mi corazón se acelera como si me hubieran conectado a una batería de coche. ¿Eso fue coqueteo mafioso? ¿Un gesto de respeto? ¿Un error muscular?

—¡Papá! No puedes… es una nasi…

—Caso cerrado —. Interrumpe a Timofey.

—Cada día vamos de mal en peor en esta casa —. Murmura Vasilisa.

—Si nos encuentras ahogados en la alberca será tu culpa —. Amenaza Lev.

—No soy tan cruel, pero eso es una buena idea, puedo ayudarlos a entrenar los pulmones —. Bufo.

Y ellos comienzan a gritar. No sé que tanto gritan en francés los tres. Caminan de un lado a otro haciendo ademanes, gritando y relinchando.




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