NARRA ABHA
Con el ánimo de “trágame tierra”. Levanto la cabeza y con dignidad espero mi sentencia de muerte.
—¿Cómo te atreves? —dice Elvira, con tono de escándalo.
—Me atrevo porque, aunque llevo poco tiempo aquí, ya me encariñé con ellos —. Digo firme en mi decisión —. Nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a llamarlos salvajes. Son niños. No soldados.
Galina frunce el ceño.
—Eres insolente.
—Soy honesta. Y si no les gusta, pueden marcharse. Esta casa necesita menos veneno y más chocolate.
Arkadiy me observa. No dice nada. Pero su mirada… su mirada me quema.
—Evitemos un conflicto —. Interviene Arkadiy —. Por favor.
Las tías se marchan con la dignidad de dos emperatrices ofendidas. Sus tacones suenan como juicios, sus abrigos de piel se agitan como banderas de guerra, y sus perfumes dejan una estela que podría intoxicar a un caballo. Yo me quedo en el salón, aún con el corazón latiendo como si hubiera corrido una maratón emocional.
Arkadiy se acerca. Su expresión es serena, pero sus ojos tienen ese brillo que aparece cuando algo se remueve por dentro. Cuando la puerta se cierra, yo me desplomo en el sofá.
—¿Estoy despedida? —pregunto, sin mirar a Arkadiy.
—No. —Su voz es baja, firme—. Estoy impresionado.
Lo miro. Él me mira. Y por primera vez, no hay hielo. Solo fuego.
—Disculpe a mis hermanas —dice, con voz grave—. Ellas son así.
—¿Así cómo? ¿Así de venenosas? ¿Así de despectivas? ¿Así de... medievales? —respondo, cruzándome de brazos.
Él suspira. Se sienta en uno de los sillones, como si el peso de la historia familiar le cayera encima.
—Cuando mi esposa falleció, ellas fueron las únicas que estuvieron para mí. No entendían mi dolor, pero estaban. Me ayudaron con los niños. Me sostuvieron cuando yo no podía ni hablar.
Me quedo en silencio. Porque eso… eso no se responde con sarcasmo.
—Entiendo —digo, suavizando el tono—. Pero eso no significa que tengan derecho a humillar a sus nietos. Ni a usted. Ni a mí.
Él asiente. No discute. Y eso me sorprende.
—A veces uno aguanta por gratitud. Aunque duela.
Y justo cuando el momento se vuelve íntimo, reflexivo, casi cinematográfico… se escuchan gritos.
—¡¿Papá?! ¡¿Papá?! ¡¿Estás vivo?! —chilla una voz que reconozco como Elvira.
—¡¿Dónde está el testamento?! —añade Galina, como si estuviera en una telenovela de las tres de la tarde.
Arkadiy se pone de pie. Yo lo sigo. Corremos por el pasillo como dos protagonistas de comedia romántica en modo “emergencia familiar”.
Llegamos al ala oeste de la mansión. Y ahí está la escena.
El abuelo. Fyodor Gaulle.
En su silla de ruedas, con una manta sobre las piernas, una escoba en la mano, y una furia que podría alimentar una central eléctrica.
—¡¿Qué hacen aquí, brujas del Cáucaso?! —grita, agitando la escoba como si fuera una espada medieval.
—¡Papá! ¡Pensamos que habías muerto! ¡No contestabas el teléfono! —dice Elvira, esquivando el escobazo.
—¡Queríamos saber si ya podíamos revisar tus papeles! —añade Galina, escondiéndose detrás de una estatua.
—¡¿Mis papeles?! ¡¿Mis papeles?! ¡Lo único que van a recibir de mí es esta escoba en la frente!
—¡Papá, por favor! ¡Estamos preocupadas!
—¡Preocupadas mis calcetines! ¡Ustedes solo aparecen cuando huelen herencia!
Arkadiy se queda paralizado. Yo… yo estoy llorando de risa.
—¡Papá, cálmate! —dice Arkadiy, acercándose.
—¡No me calmo nada! ¡Estas dos hienas vinieron a ver si ya estiré la pata! ¡Y yo apenas estoy empezando a vivir!
—¡Papá, tienes noventa y tres años!
—¡Y qué! ¡Todavía puedo enamorarme! ¡Y bailar! Bueno… no bailar, pero puedo mover los hombros con ritmo.
—¡Papá, estás en silla de ruedas!
—¡Y tú estás en negación! ¡Ahora salgan de mi cuarto antes que les lance la escoba con efecto boomerang!
Las tías huyen. Literalmente. Elvira tropieza con una alfombra. Galina se lleva un escobazo en el abrigo. Fyodor ríe como un villano adorable.
Yo me acerco.
—¿Está bien, señor Gaulle?
—¿Quién eres tú? ¿Una nueva enfermera?
—Soy la niñera.
—¿Niñera? ¿De qué? ¿De los mocosos que me roban el whisky?
—Exactamente esos.
Fyodor me observa. Me escanea. Y sonríe.
—Tienes cara de buena gente. Pero cuidado. Esta familia es como el vodka: fuerte, impredecible y a veces te deja sin memoria.
—Lo tendré en cuenta.
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padre soltero y millonario, niñera x jefe, comedia romántica contemporánea
Editado: 07.10.2025