La Nana

CAPITULO 8

NARRA ABHA

Es sábado. No hay colegio. No hay horarios. No hay Arkadiy. Y eso, en lenguaje Gaulle, significa:

Caos garantizado.

Estoy en la cocina, preparando chocolate caliente con malvaviscos porque los niños me convencieron de que “el sábado sin azúcar es ilegal en Francia”. Mientras revuelvo, escucho risas sospechosas desde el salón. Risas de hermanos que están tramando algo.

—¡No, no, no! ¡Lev, Timofey, eso no! —grita Vasilisa.

Corro. Y lo que veo me deja helada.

Los chicos han proyectado en la pantalla gigante del salón un video editado con efectos dramáticos, música de suspenso y zooms innecesarios… de Vasilisa estornudando frente a Mikhail, su crush del colegio, con una bomba de moco saliendo triunfalmente de su nariz.

—¡La explosión nasal del siglo! —grita Timofey, doblado de la risa.

—¡Moco misil! —añade Lev, haciendo efectos de sonido.

Vasilisa está paralizada. Luego corre. Y llora.

—¡Los dos! —. Los señalo —. Van a sufrir esto, mocosos.

Me sacan la lengua y los ignoro. Corro atrás de Vasilisa. La encuentro en su habitación, hecha un ovillo. No dice nada. Solo tiembla.

Me siento a su lado. No digo “no fue para tanto”. No digo “ellos no lo hicieron con mala intención”. No digo nada que minimice su dolor.

—No me reí —le digo, suave—. No me voy a reír. Porque sé lo que se siente que tu peor momento se vuelva comedia para otros.

Ella me mira. Sus ojos están rojos. Su voz es apenas un susurro.

—Fue el fin. Ese día. Él me vio. Me vio así. Y nunca más me habló.

Hijo de su ching… que no lo veo porque le sacare mocos por donde no sabe ni siquiera que pueden salir.

—¿Y tú crees que eso define quién eres? —. Mi tono suave pero no de lastima.

—No. Pero me duele que lo haya hecho para él. Seguramente Timofey ya lo envió.

—¿Cómo?

—Timofey juega free fire en línea con él —. Solloza —. Es un idiota.

Le acaricio el cabello. Le paso un pañuelo. Voy por el chocolate caliente y se lo doy.

—Los mocos pasan. El amor verdadero no se asusta por un estornudo. Y si se asusta… no hay amor. Y eso ya lo sabíamos. ¿Qué puede ser peor? No es como que te hayas declarado. Hasta ahora solo fue “una compañera de clase estornudando” no “la chica que se me declaro estornudando”

Se pone a llorar cubriéndose la cara. Por un segundo presiento que ya la regué.

—Nunca voy a poder ser la chica que se le declaro —. Solloza.

—Eres hermosa. Cuando llegues a la universidad traerás a todos los hombres cacheteando las banquetas.

—Eso no es cierto.

—¡ja! ¿Cómo que no? Si lo sabre yo. Te apuesto que entre ellos estará Mikhail.

Ella sonríe. Apenas. Pero se acerca. Me apoya la cabeza en el hombro. Y eso, en lenguaje adolescente, es un abrazo.

—Ahora iré a impartir justicia —. Bufo poniéndome de pie —. ¿quieres ver? —. Le guiño un ojo y ella sonríe de oreja a oreja.

—¡Lev! ¡Timofey! ¡A la sala, YA! —grito como si fuera directora de colegio militar.

Ellos llegan. Con cara de “¿nos van a dar galletas?”

—Nuevo castigo. —Cruzo los brazos—. Van a escribir cien veces: “No me burlaré de los mocos ajenos porque algún día los míos serán virales.”

—¡¿Cien veces?! —grita Lev.

—¡Eso es tortura! —añade Timofey.

—Y lo harán con pluma de gel rosa. Con brillantina. ¡ah! Con colitas en el cabello.

Le guiño a Vasilisa y ella le pone un ganchito con un moñito rosa a cada uno. Les entrega la pluma rosa, el cuaderno rosa. Incados frente a la pequeña mesa del centro de la sala. Y Vasilisa inicia a grabarlos.

—Voy a disfrutar esto. “mis pequeñas hermanitas” ¿Cómo se vera en Free Fire?

Timofey se pone verde, amarillo y morado todo al mismo tiempo. Vasilisa suelta una carcajada. Yo también.

Puede parecer ilógico, cruel. Pero un castigo no tiene que ser físico. Los niños necesitan identificar el sentimiento de vergüenza que le hicieron sentir a su hermana. A su edad explicarles con palabras es igual a poner agua en un balde con agujeros. Pasa de largo. De este modo. Ellos absorberán el conocimiento y entenderán la lección.

Pasan los minutos en los que ellos escriben. Cada vez más frustrados. Pero aparece un viento cortante gritando:

—¡Mis amores! ¡Mis bebés! ¡Mi sol y mi luna! —grita una voz dulce desde la entrada.

Es Mila Gaulle. Lo sé por las fotografías que me entregaron al principio. Tía de los niños. Vestido largo, sonrisa cálida, perfume a lavanda y voz de abrazo.

Los niños corren hacia ella como si fuera Papá Noel con voz de soprano.

—¡Tía Mila! ¡Tía Mila!

Ella los besa, los acaricia, les da dulces.




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