NARRA ARKADIY
Entro al salón y lo primero que veo es a Abha… imitándome.
Camina con la espalda recta como si tuviera una escoba metida en la columna, frunce el ceño como si estuviera oliendo algo desagradable, y dice con voz de oso con sinusitis:
—“Señorita Ximelú… acompáñeme al despacho. Y traiga su sentido común. Lo olvidó en el desayuno.”
Me detengo. Me cruzo de brazos. Me indigno.
—¿Qué está pasando aquí? —. Me hago notar.
—Ensayo teatral. Para… reforzar la empatía —. Dice Rolan.
Lo fulmino con la mirada. Abha está pálida. Mila se aguanta la risa.
—¡Yo no hablo así! —digo, con tono grave.
Bueno… más grave que el de ella. Porque mi voz no suena como un oso con sinusitis. Es más como… un lobo con diplomado en liderazgo.
Abha se congela. Tartamudea. Se pone roja como si le hubieran encendido el modo tomate.
—Yo… no era en serio… o sea sí, pero no… era una broma… educativa… cultural… ¡experimental!
—¿Experimental? —. Repito más indignado.
¿soy un experimento?
Mila se ríe. Rolan se carcajea como si estuviera en un show de comedia. Yo lucho por no reírme. Lo intento. Lo juro. Pero esa cara de Abha, entre culpa y pánico, es demasiado.
—Necesito hablar con Rolan —digo, recuperando la compostura.
Abha se gira para irse, pero antes de salir, me lanza la pregunta que todos temen:
—¿Me va a despedir?
¡Sí! ¡claro que la voy a despedir! Pero no puedo decir eso. Así que digo lo más obvio.
—No —respondo—. Pero si me sigue mirando de esa manera, lo haré.
—¿Qué manera?
—Como cachorro suplicando por comida… cuando está bien gordito.
Mila se la lleva antes de que explote. Rolan me sigue al despacho, aun riéndose.
—¡Ay, por favor! ¡La química entre ustedes es más obvia que mi iluminador! —dice Rolan, apenas cerramos la puerta.
—Estás imaginando cosas.
—¡No! Estoy viendo cosas. ¡Y sintiendo cosas! ¡Y oliendo tensión romántica en el aire!
Me siento. Me masajeo las sienes. Rolan se sienta frente a mí, con las piernas cruzadas y cara de “no me vas a engañar”.
—En la oficina dicen que estas raro y me preocupe. Y encontré la razón.
—No sé de qué hablar —. Miro el techo para huir de su mirada llena de glitter.
—Ahora lo sé. Desde que llegó, estás más… humano. Más divertido. Más… ¿cómo decirlo? Menos estatua de mármol.
—No exageres.
—¿Y qué fue lo de hoy? ¿La sonrisa? ¿El guiño? ¿El comentario del cachorro gordito? ¡Eso fue flirteo con sabor a sarcasmo!
Suspiro. Me rindo. Cierro los ojos antes de cavar mi propia tumba.
—Es que… no sé. Abha es… diferente.
—Ajá. Aquí viene la confesión. ¡Dale! ¡Suéltalo! —. El menos emocionado…
—Desde el primer día, cuando la vi cubierta de pintura roja y gritó como si la estuvieran exorcizando… supe que no era como las demás. Luego se cayó sobre mí. Me manchó. Me gritó. Me hizo reír. Y eso… eso no pasa.
—¿Y el desayuno con harina?
Frunzo la frente y lo fulmino con la mirada.
—¿revisaste mis cámaras de seguridad? —. Gruño.
—El chisme me alimenta. Y lo hice por seguridad —. Se cruza de brazos y sube una pierna sobre la otra —. Mejor cuéntame que sucedió. Olvide descargar el sonido.
Estoy por dejarlo con la duda por castigo, pero, que sería mi vida, sin mi dramático amigo.
—Me explotó una trampa que era para ella. Me convertí en un croissant humano. Y ella se rió. Pero no con burla. Con ternura.
Rolan se pone serio. Me mira como si estuviera viendo algo que no quiere ver.
—¿Estás escuchando lo que estás diciendo? ¿hablas de ternura? Tú que durante los últimos cinco años has usado insecticida para mujeres, y les huelles como si fueran catástrofes nucleares.
—Sí. Lo estoy escuchando. Esa niñera es peligrosa.
—¿Por qué? Elabora.
—Porque es hermosa. No solo físicamente. Aunque sí… tiene esos ojos cafés que parecen ver más allá. Esa piel morena que brilla como caramelo. Esa voz que no pide permiso, pero tampoco atropella. Y esa forma de mirar a mis hijos… como si fueran suyos. No los conoce —. Me llevo las manos a la frente y miro el techo —. Hubieras visto como los defendió de Elvira y Galina.
Rolan se queda en silencio. Luego suelta:
—¿Ella lleva una semana trabajando o diez años?
—Una semana —. Rechino.
—Eso es ligeramente sospechoso.
—Lo sé —. Suspiro —. Su comodidad y apego me pareció sospechoso. La he vigilado y…
Me río. Me tumbo en la silla. Me tapo la cara.
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padre soltero y millonario, niñera x jefe, comedia romántica contemporánea
Editado: 30.10.2025