Capítulo 11. Anna

Mis piernas se entumecen por el pánico. Corro hacia allí, pero no puedo hacer nada. Tania es más hábil en esto, ella llama a seguridad de inmediato. Los invitados se reúnen ante el alboroto. Oigo murmullos burlones. Nos convertimos en el hazmerreír. El esmoquin de lujo de Antón está rasgado, su ceja cortada. Andrew se ve aún peor. Tiene un moretón hinchándose bajo el ojo, sangre en la boca. Creo que le han roto un diente.

— ¡Déjenme ir! ¡Ya basta! — Antón se zafa de los guardias y yo, que estaba demasiado cerca por alguna razón, recibo un golpe directo en el ojo. No duele tanto como me ofende. Entiendo que estas personas no son mis amigos, pero ante él soy una prometida inútil. Es evidente para todos que Antón ama a Tania y por ella peleó con Andrew. Y yo, además, recibo un golpe de su parte.

— ¿Te has vuelto completamente loco? ¡Estás loco! — grita Ksiusha a su hermano y corre hacia mí. Me abraza tiernamente de inmediato, comprobando si estoy bien. De repente, toda la atención se centra en mí. En los ojos de estas personas veo compasión, malicia, burla. Están listos para crucificarme como buitres, para disfrutar de mi derrota, para chismorrear sobre la nueva víctima. Y yo no estoy preparada para esto.

— Ani, perdóname, por favor. No quería — dice Antón, pero ya no puedo soportarlo más. Me libero de los brazos de Ksenia y me alejo rápidamente. Los invitados se apartan, dejándome pasar. Oigo que Antón corre detrás de mí. Intenta alcanzarme, pero ahora ni siquiera los perros podrían hacerlo. Empiezo a correr. Me mancho el rostro con el maquillaje y las lágrimas. Aquí está, mi verdadero cuento de hadas. No soy Cenicienta. No soy la protagonista. Ni siquiera la madrastra malvada. Soy una de las princesas sin rostro que llegaron al baile. Solo un extra.

— ¡Ani! ¡Ani, espera! ¡Para! — grita Antón. Me alcanza ya en la calle. Me agarra del brazo.

— ¡Déjame ir! — le pido. Realmente me duele mirarlo a los ojos. No, el ojo no duele. Pero el corazón, sí. ¡Qué tonta, qué tonta soy, Ani! Todo va según el plan, conocías tu papel, ¿por qué aceptaste si no estabas lista para interpretarlo? No te engañó. Tú misma firmaste todo. ¿Por qué duele ahora? Lo odio. Se ha deshonrado. Debería alegrarme. Pero siento como si me hubieran arrojado al fango. ¿Sintió algo así Dasha por su culpa? Cuando huía llorando del hotel, como yo ahora del restaurante...

— Está bien. Te dejo ir. Sube al coche — su voz suena tranquilizadora.

— Iré en taxi — digo con firmeza.

— Nos están mirando. Sube y todo esto terminará. Te llevaré a casa o a donde quieras — noto que desde las ventanas del restaurante siguen observándonos. Así que no me queda más remedio que aceptar y meterme en el coche, donde los cristales tintados me ocultarán de las miradas ajenas. Antón inmediatamente pone el coche en marcha y nos vamos.

— Necesito recoger mis cosas de tu casa — digo, secándome las lágrimas.

— Por supuesto. Pero primero iremos al hospital — dice él.

— Por eso debería haber tomado un taxi, y tú podrías haber ido tranquilamente a que te cosieran la ceja — murmuro.

— ¿La ceja? ¿Qué? — se sorprende, luego se mira en el retrovisor y hasta toca su frente cortada, como si no se lo creyera. — Vaya, ni siquiera lo noté. Pero eso es una tontería. Vamos al hospital para que te examinen.

— ¿Y a mí por qué? — ahora me toca a mí sorprenderme.

— Te golpeé — exhala ruidosamente. — Perdóname, si puedes, Ani. Lamento mucho que haya pasado esto. No te vi.

— No es de extrañar. Estabas mirando a Tania y a su nuevo novio — resoplo, con un tono ofendido. — Y yo te dije que no fuéramos hacia ellos. Que era una mala idea.

— Tenías razón. Y aún así, volviendo al incidente contigo. Fue una terrible casualidad y haré todo lo posible para compensártelo. Solo dime, ¿qué quieres?

— ¡Que termine este estúpido juego! No te convengo, ¡encuentra a otra prometida! — siento que vuelvo a llorar. Antón detiene el coche en el arcén. Me mira fijamente. Quiere tocarme, pero no se lo permito.