La nueva niñera de Anya

Capítulo 26: Lucas

Capítulo 26

Lucas

Addison es hermosa, sobre todo con ese aspecto de vaquera que está adoptando últimamente. Usa mucho sus botas y pantalones cortos vaqueros o faldas, solo le falta el sombrero y estaría feliz de darle uno de los míos.

La imagen de ella con mi sombrero me corta la respiración y despierta mis más profundos deseos.

Tengo que aclararme la garganta y hacer mi vista a un lado para controlarme. Es difícil, pero lo consigo.

—¿Vas a decir algo o vamos a hacer como que nada ocurrió?

Contengo la risa por poco. La chica es impaciente, sobre todo cuando está nerviosa. Me agrada no ser el único afectado en esta situación, aunque sigo siendo el culpable de todo, por supuesto.

Tomo aire y me giro hacia ella, abriendo la boca para empezar a explicarle lo que pasó. Pero una pareja de ancianos toma ese momento para venir a comprar un postre.

—Oh, es la chica de Margot —comenta la mujer al ver a Addison—. ¿Ahora trabajas para la cafetería?

Addison sonríe con amabilidad mientras niega.

—No, estoy ayudando a Danielle esta noche.

La mirada de la mujer se enternece y a la vez parece aliviada.

—Creí que habías dejado de cuidar a la niña de este muchacho y que él había venido a rogarte volvieras.

Bueno, eso es muy específico. Espero que no se haya corrido la voz de que “estoy” buscando a una niñera, porque es totalmente falso.

—No dejaría ir a Addison ni aunque ella me ruegue —intervengo, mirándola a los ojos en todo momento.

Es mejor que lo sepa desde ahora aunque no tenga idea de lo que ocurrió de verdad.

Ella me mira durante un par de segundos antes de dirigirse a la mujer nuevamente.

—¿Qué puede servirle?

Tragando, me vuelvo hacia la mujer con intención de darle un espacio a Addison, pero ella ya me está mirando de regreso con los ojos entrecerrados.

Oh, no. Lo que me falta es que esta señora malinterprete lo que estoy diciendo y cree un chisme. No quiero que se corra la voz de que estoy muy emocionado con la niñera, aunque sea cierto, porque me gustaría mantener eso en secreto hasta que pueda hacerlo público a mi hija.

Endurezco la mirada, adoptando la figura de cabrón a la que todos están acostumbrados y ella se gira de nuevo hacia Addison, no sin antes lanzarme una mala mirada.

—Tres galletas de canela, dos muffins de red velvet, un trozo de pie de manzana y el pastel libre de calorías de Danielle. —Alza la barbilla con orgullo—. Estoy iniciando mi rutina saludable y el pastel libre de calorías de Danielle es perfecto.

No sé yo si se le puede creer eso de que quiere comer más saludable.

Su esposo la mira con el ceño fruncido.

—Yo no puedo comer el resto, Angie —le dice con dulzura y las mejillas de la mujer se tiñen de un rojo profundo.

—Es para los chicos, Bran —masculla y se vuelve hacia Addison con una sonrisa compungida, tendiéndole un billete—. Quédate con cambio, cariño.

Addison le tiende dos bolsas de papel llenas de todo lo que pidió la mujer y toma el dinero para depositarlo en el bote de recaudación.

—Gracias por su colaboración —los despide con una sonrisa, pero ellos ya están lejos, la mujer reclamándole al hombre por haberla dejado en evidencia.

Suelto una carcajada cuando están lo suficientemente lejos. Eso ha sido lo más divertido que he visto a lo largo del día, y eso que vivo con una niña traviesa que me saca más risas de las que puedo admitir. Addison también está riendo, tapando su boca para ocultarlo, aunque los espasmos en su estómago la delaten.

—No te rías, haces más difícil contenerme —me reclama, provocando que ría más fuerte.

Ella también lo hace.

Ambos reímos a carcajadas durante los siguientes tres minutos hasta que al fin nos detenemos. Respiro profundo para recuperar el aliento al tiempo que Addison se limpia una lagrimilla del ojo.

—Eso fue divertido —digo, rodeando el puesto para ponerme detrás con ella y tener un poco más de intimidad.

Espero que nadie nos interrumpa ahora.

—Lo fue —concuerda, dándome una sonrisa tímida—. Sin embargo, me gustaría terminar esta conversación.

A mí también y ella no sabe cuánto. Haber tenido que aguantar un día entero para poder venir y contarle la verdad de lo que ocurrió ha sido muy duro. No soporto saber que ella me odia por un malentendido.

Lentamente, cierro el espacio que nos separa y sostengo su mano sin apartar mis ojos de los suyos. Se le corta la respiración por un par de segundos y luego su pecho empieza a subir y bajar de forma agitada. Me hace recordar esa noche hace unos días cuando la besé, también estaba agitada y me alegra saber que ambas ocasiones ella responde de esa forma a mi cercanía.

—Addie, todo fue un… —empiezo a decir, pero la voz de la última persona que estaba esperando ver u oír nos interrumpe.

—Vaya, así que ya están juntos —escupe ella con desdén—. No perdiste tiempo, niñera de quinta.




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