La ObsesiÓn De Los Soberbios

Capítulo 1: Víctimas del sistema.

Cuando Skyler se dio cuenta de la atrocidad que estaba a punto de cometer, se detuvo. Su oscuro uniforme se empapó de sudor frio y poco a poco empezó a temblar. No podía asesinarlas, esos dos pares de ojos que derrochaban pavor la dejaron inmóvil.

«¡Ya paren, por favor! Yo no tengo la culpa, ¡yo solo sigo órdenes!», pensó, agobiada por la situación. Por un momento esas palabras intentaron escapar de su mente. Y aunque no le convenía, todo su ser necesitó gritar para expulsar sus pensamientos de una vez por todas.

Las ganas de taparse los oídos incrementaron, no soportaba el bullicio a su alrededor. El cansancio iba en aumento, su alma ya no aguantaba más. Deseaba poder dejar de matar, exigía que ya no le dieran más órdenes y anhelaba librarse de todo el dolor que los siniestros ecos del pasado le causaban. ¡Ah! ¡Cómo le dolía! Sus malos recuerdos siempre se transformaban en flechas envenenadas que le atravesaban el cerebro una y otra vez. La muerte pudo ser un magnifico remedio para su sufrimiento, pues pensaba que, si le cortaran la cabeza, se hubiera sentido mejor.

¿Cuántas personas asesinó? ¿Cuánta sangre inocente derramó?, hace muchísimo que había perdido la cuenta. Definitivamente, esos gritos y miradas portadoras del terror y odio absoluto transformaron su vida en un tormento perpetuo.

«¡No me miren así! Cállense, no me supliquen, no digan nada, ¡solo cállense!»

Las rebeldes, sentadas en el suelo abrasador, no tenían salvación. Pobre madre, pobre hija, llorar y rezar fue su única solución. Ya era demasiado tarde para ellas, su fe debía ser suficiente para librarlas de ese mal, o eso pensaban. Lástima que los dioses ya no respondían a las plegarias de nadie. En realidad, no había salvación para ninguna de esas personas que no compartían las creencias del Imperio. Después del regreso de Hazel y del fin de la Gran rebelión, el Imperio empezó a aniquilar a todos los detractores: Niñas y niños que ni siquiera sabían qué eran los bandos políticos, hombres y mujeres que solo querían vivir bien. O estabas contra los dioses o morías de la peor forma posible.

Skyler mantuvo la vista fija en el empedrado. Para ella pasó una eternidad desde que su capitán le dio la orden, no obstante, apenas llevaba cinco minutos petrificada. Estaba demasiado rígida, le dolían los dientes y en sus hombros sentía el peso de las miradas de todos los ciudadanos que rodeaban la plaza. De seguro pensaban en lo patética que se veía, pues ningún guerrero mágico debía titubear ante esa situación, sin embargo, ahí estaba: ahogándose en su propia incertidumbre bajo la potente luz del sol que sonreía con alegría maliciosa.

Se rindió después de escuchar las voces impacientes de los ciudadanos. E, incapaz de usar la magia para acabar la misión, chasqueó los dedos y la silueta del reloj luminoso en el cielo se disipó. El ambiente que en ese instante olía a sed de sangre cambió mientras los espectadores se preguntaban por qué la muchacha no terminaba con la ejecución.

—No puedo hacerlo —susurró despacio. Le temblaron los labios y esas palabras que tanto miedo le causaban salieron entrecortadas.

—¿Qué es lo que acabas de decir? —preguntó el capitán David.

Skyler limpió una lágrima que se le escapó, alzó la mirada y con más seguridad expresó:

—No puedo matarlas, señor. —Hizo una pausa para poder pensar. Tenía que tener cuidado con las palabras que saldrían de su boca, las cámaras la estaban grabando y cualquier cosa que dijese podría ser usada en su contra—. Pienso que su razón no es válida para hacerlo.

—Vaya, sí que tienes agallas para desafiar los criterios de tu superior. ¿Quieres que te recuerde que la Ley dice que todo aquel que intente escapar del juicio, tiene que morir inmediatamente?

—Ninguna de las dos intentó escapar, señor, la niña solo corrió para abrazar a su madre. Con todo respeto, pienso que no teníamos derecho a separarlas en la anterior parada.

La gente comenzó a abuchearla y a reírse de su comentario. Querían ver una ejecución, no escuchar una opinión sin importancia. El capitán se quedó mirándola con ese aire de superioridad que medía más que su metro sesenta de estatura. Esa fue la sexta vez que su peor alumna desobedecía una orden en lo que iba del mes. Skyler tenía en cuenta las consecuencias, mas no estaba dispuesta a matar a las dos personas enfrente de ella.

—Eres una asesina desde los siete ¿y ahora tienes moral? —dijo el capitán con voz cargada de ironía. Intentó suprimir sus ganas de reír, pero falló y explotó, uniéndose al recital de carcajadas que se oía allí. Cuando recobró la compostura, caminó a pasos cortos hasta llegar donde se encontraban la mujer y su hija: sucias, encadenadas, pidiendo la ayuda de algún dios—. ¿Qué dicen? ¿Merecen o no merecen morir? —le preguntó al público, mas no esperó respuesta y mientras movía las manos agregó—: Ellos creen que el Imperio los oprime, que nosotros no les damos la oportunidad de ser libres pensadores y que le robamos su libertad de expresión. ¿Acaso es eso cierto? —el público respondió con un rotundo «¡No!»—. ¡Claro que no es verdad! Siempre tienen la opción de seguir sus ideales, pero, si sus ideales chocan con los del Imperio, ¡tienen que morir!

Los gritos de apoyo y admiración no se hicieron esperar. El bullicio hizo que Skyler se sintiera dentro de un coliseo justo cuando todos alzaron sus brazos al cielo y mostraron el pulgar abajo. El capitán sonrió al ver la sentencia de la multitud ensordecedora.

—Magia de creación de piedra —dijo David para activar el hechizo de su grimorio—: Encantamientos de áspid. —El libro mágico se abrió antes de elevarse en el aire. Tres serpientes rocosas emergieron del suelo, dirigiéndose hacia sus presas que lloraban, temblaban y maldecían sin cesar. Las creaciones del capitán no tardaron en llegar a su objetivo, rodear a sus víctimas para luego estrujarlas y exprimirlas como si fueran un par de tomates.



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En el texto hay: dioses, muerte, guerra

Editado: 17.05.2021

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