Rased caminaba detrás de su mejor amiga sin decir nada al respecto, él era el tipo de persona que creía que el gobierno garantizaba la estabilidad necesaria para que la vida y el Imperio siguiera su curso.
Las calles de la capital de Fakhar estaban vivas, enérgicas, repletas de luces decorativas que intentaban competir contra los rayos del sol. Se notaba que las festividades se acercaban, pues transitaba mucha más gente de lo habitual, tanta que algunos transeúntes se sentían tan apretados que pensaron que estaban adentro de una lata de atún. Cualquiera que viera la ciudad en ese instante, no sería capaz de creer que, años atrás, Contempt Island fue un matadero donde se aniquiló a media población.
Los aromas que emanaban de los restaurantes y puestos de comida rápida se mezclaban en el aire, opacando el ambiente primaveral que a veces se podía palpar. Lamentablemente, la Gran rebelión trajo cambios hasta en la arquitectura: lo que antes fue un distrito que resplandecía por su naturaleza, se transformó en un lugar lleno de construcciones con líneas elípticas, hechas por hormigón armado, cristal, y todo lo que pudiera reemplazar los materiales tradicionales.
Acercándose cada vez más al portal que les permitiría llegar a su destino en un abrir y cerrar de ojos, Skyler se dio cuenta de que Rased todavía no había dicho nada. El rostro del joven, adornado por algunas pecas, seguía marcado por el aburrimiento. No llevaba su bastón y caminaba encorvado, arrastrando los pies como si la pereza lo dominara. A pesar de casi cumplir los ciento treinta inviernos, su notable despreocupación por todo solo iba en aumento. Siempre que le preguntaban por el bastón, respondía: «No todos los ciegos necesitan usar bastón, además, me basta y me sobra con la percepción del maná»
Gracias a cierta persona, el pelirrojo obtuvo esa peculiaridad, para muchos, un don, para otros, una maldición, pues solo podía ver el maná que la mayor parte de las cosas poseían. Lo malo era que usar esa habilidad consumía demasiada energía.
Al llegar al portal, ambos se posicionaron en la fila para poder esperar su turno. Cuando el Imperio empezó a instalar esos portales, todos se volvieron locos y muy pocas veces volvieron a usar las escobas para poder viajar.
—¿Qué te iba a decir? —Rased bostezó por decima vez en lo que iba del día—, ah, sí, ¿qué piensas hacer ahora?
—No lo sé —respondió Skyler. Era una pregunta que ni siquiera se había planteado, pero estaba segura de que necesitaba paz, por eso no volvería a enlistarse. En dos días se acabarían sus años de servicio, o tal vez lo ampliaran un par de meses por los malos resultados que tenía en su informe. Muchos pensaban que ella era la decepción de la familia Halleck, la hija bastarda que no podía controlar su poder—. He estado lejos de mi hogar por más de diez años, por ahora me tomaré uno o dos años de descanso, después, puede que me una al equipo de exploración.
—Pero si tú odias a tu familia —bromeó Rased entre risas.
—No a todos —contradijo mientras pensaba en su abuela. Solo odiaba a su madrastra y a todo aquel que portara el apellido Asvant. Esas personas solo vivían para descargar su enojo y desprecio sobre ella, la trataban como si fuera la culpable de que su padre le fuera infiel a su esposa.
Skyler nunca conoció a su difunta madre, es más, ni en fotos la había visto. En casa tampoco decían mucho sobre ella, querían guardar todo en secreto, sin embargo, luchar contra la curiosidad de una niña no era sencillo. Cuando Skyler preguntaba por cómo era su mamá, decían que Lirio fue la viva imagen suya.
¿Dato curioso?: Lirio nunca fue el nombre real de esa mujer.
—Pobre de ti, tomarás el trabajo más aburrido —comentó Rased—. ¿Por qué no te unes al servicio secreto?
Skyler asqueó el rostro al imaginarse en medio de ese grupo de psicópatas, violadores y mercenarios que estaban ahí porque obtenían mayor libertad ante La ley y podían hacer lo que quisieran. Sin duda, de todos los escuadrones, el servicio secreto era el peor.
—¿Y aumentar mi contador de asesinatos?, no gracias, paso.
—Todo es por un bien común. El fin justifica lo que hacemos.
Skyler prefirió no seguir con ese tema, las conversaciones anteriores eran la prueba de que cuando debatían nunca llegaban a buen puerto. Esos eran los momentos en los que se preguntaba si su amigo pensaba así por la educación que le dieron sus padres, o porque al matar se excitaba al ver cómo se extinguía el maná de sus víctimas. A veces creía que la respuesta estaba entre las dos opciones.
Cuando les tocó usar el portal, Rased la invitó a almorzar con su familia, ella no dudó y rechazó la oferta, pues había jurado no volver a pisar la casa de los Galahad desde que ciertas personas le dijeron racista y la acusaron por discriminación. Los abuelos de Rased crearon esas falsas acusaciones el día que supieron que Skyler hirió los sentimientos de su nieto preferido. Por suerte, los padres de Rased arreglaron el malentendido, si no lo hubieran hecho, ella no se salvaría del castigo.
Al acabar la conversación cada uno se fue por su camino: Rased al distrito de Krenari y Skyler al hospital público de Contempt Island.
Cuando llegó al hospital, preguntó por el numero de la habitación de la abuela Rose, luego subió al quinto piso, entró al cuarto y para su sorpresa, se encontró con la tía Freya. La suave brisa marina que entraba por la ventana movía los rizos de su oscura cabellera. Era alta como su padre, de hermosa figura y tan bella como lo fue Rose, y aunque muchos lo negaban porque se quedaba fuera de los estándares, su difunto esposo la comparaba con una diosa pagana. Estaba sentada al lado de la cama de su madre y llevaba uno de esos vestidos elegantes y coloridos que tanto le encantaban.
En el mismo instante en que la joven dejó su pesada mochila cerca de la puerta, Freya se percató de la presencia de su sobrina, su cara se iluminó y su sonrisa hizo que Skyler sonriera como si no hubiera un mañana.