La Obsesion Del Jefe

Capítulo 4

Capítulo 4

 

—Debo reconocer que tienes un pequeño paraíso privado. Se ve hermoso…—me dijo y luego de observar un rato se apartó de la ventana.

Yo me quedé observando el paisaje a través de la ventana pero sentía su mirada sobre mí. Era como si me estuviera descubriendo por primera vez, ahora a través de un crisol distinto. La claridad del día iluminaba mi rostro y mi cabello tiende a verse todavía más rojizo bajo los rayos del sol. ¿Por qué siento que me mira distinto? No…debo habérmelo imaginado. Para él, yo soy tan solo la eficiente y confiable Marisse, la que nunca le falla, la que le organiza la vida. Pierre jamás tendría un arrebato conmigo, no le inspiro las pasiones que le inspiran otras. Seguro me siento vulnerable estando aquí solos los dos.  Me estoy imaginando ese fulgor distinto que veo en sus ojos y este nerviosismo que me provoca su cercanía. Debo estar alucinando.

— ¿Te parece bien? ¿Crees que estarás cómodo aquí?

—Aquí estaré perfectamente.

— ¿Necesitas algo más?

—En realidad no. Voy a entretenerme con el televisor ya que no tengo celular para al menos mirar cómo va la bolsa de valores.

—Lo siento, aquí no tengo televisor —me apresuré a informarle.

— ¿Hablas en serio? — Que contrariedad… ¿Cómo se supone entonces que me entretenga? —.

Le señalé la mesita de noche. Allí tenía varios libros de distintos temas.

—Ponte a leer…aquí hay muchos libros interesantes.

— ¿Leer, dices? ¿No leo desde la universidad! No tengo tiempo para eso…

—Pues aquí tendrás tiempo se sobra. Y ya está bueno de tantas quejas. Dime, ¿necesitas algo más?

No respondió de inmediato parecía estar meditando su respuesta.

—Solo quiero bañarme…a menos que…quieras ayudarme a quitarme la ropa…—dijo sonriendo con picardía.

Pierre sabe jugar con las emociones de las mujeres. Espero que no se haya dado cuenta de la turbación que me provocan sus comentarios y como me altera su presencia en mi casa. Pero no le seguí el juego ni perdí la compostura.

—Que pases buenas noches, Pierre…

Salí del dormitorio y caminé con rapidez hasta la cocina, como huyendo de mi misma. El corazón me latía con fuerza y la mente me hacía trampas creando imágenes de Pierre bajo la ducha. Lo imaginé completamente desnudo con las gotas de agua relucientes sobre su piel. Tenía que alejar esos pensamientos. Pasaríamos allí juntos una semana y aquello apenas comenzaba. No podía permitirme fantasear. Además, debo tener mucho cuidado. Pierre no es ningún ingenuo, al contrario, era todo un maestro experto. Si me descuidaba, podría darse cuenta que su presencia me estaba alterando y sería demasiado vergonzoso para mí. Decidí que lo mejor sería mantenerme siempre ocupada. Atendiendo la casa y todo el trabajo que me enviaran de la oficina. Necesitaba concentrarme en trabajar. La mente ociosa es taller del diablo, bien que lo sabía.

Al siguiente día por la mañana me desperté muy temprano. Nuestros dormitorios están divididos por tan solo una pared y la noche se me hizo eterna. Quería cerrar los ojos y no abrirlos hasta la siguiente mañana para apagar todos los pensamientos que me acompañaron durante la noche. Pensamientos lujuriosos sobre Pierre a los que temía como si con su proximidad fuera adivinarlos y dejarme en evidencia.

Me dispuse a preparar el desayuno. Me encantaba cocinar y no tenía ningún reparo en hacerlo para ambos. Sé que mis obligaciones como su asistente no incluyen cocinarle, pero yo quería hacer su estadía lo más llevadera posible. Creo que nadie está de malhumor cuando le consienten el paladar. Pierre no era la excepción.

El olor debió llegarle hasta el dormitorio y esperaba que se asomara en cualquier momento. Pero no fue así por lo que decidí ir a ver si todo estaba bien. Ya eran casi las nueve de la mañana y me consta que Pierre ha sido siempre muy madrugador.

Toqué suavemente a su puerta y llame su nombre varias veces sin obtener respuesta. Luego de varios intentos me aventuré a entrar. Allí lo encontré en la más sublime de las estampas. Las sábanas apenas le cubrían lo indispensable y su hermosa cabellera reposaba como un querubín en la almohada. Sobre su torso al descubierto tenía un libro abierto. Por más que intenté ser cuidadosa, lo desperté con el ruido.

—Disculpa, entré porque son casi las nueve y es muy extraño que duermas hasta estas horas…—expliqué.

Lanzó un gran bostezo y se estiró de piernas y brazos. Temí que el movimiento fuera a causar un desliz y dejara expuesto lo que no se supone que viera. Él pareció darse cuenta y se cubrió esbozando la perenne sonrisa que le surge cada vez que sucede algo parecido.

—Buenos días, Marisse. He dormido como un angelito. Llevaba mucho tiempo que no dormía tan bien. ¿Qué es ese olor? ¿Tienes hecho el desayuno? —.

—Sí. Justamente por eso vine a buscarte. Levántate, holgazán. Te espero en la cocina.

Me regresé a la cocina y terminé de preparar el desayuno. Solo tengo una pequeña mesa y dos sillas. Separé las sillas y estaba midiendo la distancia hasta la pared para asegurarme que tuviera el espacio para acomodar sus piernas. En eso estaba cuando llegó hambriento, según me dijo.

—Espero que quepas bien en ese espacio, es evidente que mi casa no estaba preparada para recibirte.

Pierre sonrió.

—No te preocupes, tengo tanta hambre que comería hasta sentado en el piso…—dijo por primera vez ajustándose a las circunstancias sin gruñir.

El timbre del teléfono resonó como estruendo causándole un sobresalto que me hizo reír.

— ¡Por todos los cielos! ¿Qué demonios es eso? —preguntó asustado.

— ¿No te has fijado? Tengo un teléfono convencional en la sala. Está conectado en la pared…—le expliqué.

—Vaya, aquí sí que hemos retrocedido en el tiempo… hace mucho tiempo que no oía uno de esos aparatos de la prehistoria…—.




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