La Obsesion Del Jefe

Capítulo 5

Capítulo 5

 

Aquella sería nuestra última noche en la casa. Pierre había mejorado bastante, se veía más relajado y menos tenso. Por mi parte, pude manejar todos los asuntos de la oficina a través del teléfono y el ordenador. El plan era regresar temprano al día siguiente, pero antes me aguardaba una gran sorpresa.

— ¿Sabes una cosa? —escuché la voz de Pierre preguntarme mientras yo me encontraba comenzando a empacar las pocas cosas que habíamos traído. Estaba de espaldas a él, no me había fijado que se había quitado la camisa y solo llevaba puesto un bóxer revelador.

—Dime…—respondí sin apartar la vista de la ropa que acomodaba en la maleta sobre su cama.

No respondió.

Cuando me volteé para ver a que se debía su silencio, sin advertencia previa me enredó entre sus brazos sujetándome con fuerza.  En un rápido movimiento caímos sobre la cama mientras la maleta cayó al piso con estrépito.

—Marisse…

Intenté decir algo pero él calló mi boca con un beso. Fue inesperado. Sabía que debía detenerlo, pero no pude. Pierre puede ser la peor persona posible para tener una aventura pero el cuerpo me ardía. Lo deseaba, aunque llevara años negándome a mí misma que así fuera. Quería entregarme a él con pasión y fervor.  Nos besamos hasta casi quedarnos sin aliento, hasta que resultó demasiado evidente que nos deseábamos, quizás desde hacía quien sabe cuánto tiempo.

Acomodó mi cabeza y mi cabello debió parecerle como llamas de fuego sobre el blanco de la almohada.

— ¿Estas bien? —preguntó mientras me besaba el cuello.

— ¿Vas a seducirme?

Emitió un corto jadeo.

— ¿Crees que te tengo así porque quiero hablarte de mi agenda para la próxima semana?

Un pensamiento llegó de pronto a mi cabeza y tuve que decírselo. No era momento para mostrarme tímida.

—No tengo preservativos…

Escuchar aquello fue suficiente para que quedara completamente inmóvil y se apartara de mí. Lo retuve por el brazo.

—Pero estoy tomando la píldora…—confesé.

— ¿Es en serio?

Me cubrí con una almohada aunque ni siquiera estaba desnuda. Fue una acción reflejo, de protección.

—Bueno…muchas mujeres la toman. No sé lo que estés pensando, quizás te parezca que una mujer que se ocupa de tomar contraceptivos es una mujer fácil…

Se soltó de mi brazo y se sentó sobre el borde de la cama, ya no me miraba. Sus ojos se quedaron clavados en un punto indefinido de la pared.

—Tienes que admitir que implica cierta accesibilidad.

—En mi caso, no es así. Yo jamás he estado antes con un hombre…—confesé y me costó admitirlo.

— ¿Qué dices? Pero… ¿Qué edad tienes? ¿Todavía eres virgen? —su mirada ahora se volteó hacia mí en total incredulidad.

Asentí en señal de afirmación.

—Me la recetaron para regular mis periodos, eso es todo. Nunca he tenido otra razón para tomarla —respondí con total franqueza volviendo a buscarlo, pasando mis brazos alrededor de su cuello.

—Bésame otra vez…—le dije.

Se apartó brusco de mí, poniéndose de pie.

— ¡No! ¡No lo haré! ¡No voy a hacer eso!

Me sorprendió su súbito cambio de humor.

— ¿Qué es lo que no vas a hacer?

—Robarte tu pureza.

—No es robada ¡Te la estoy ofreciendo!

Dio varios pasos por la habitación, como león enjaulado. De pronto se voltea hacia mí y me toma el rostro entre sus manos.

— ¿Es que no te das cuenta? Soy la peor persona para eso. La pureza de una mujer es su mayor regalo, es algo que jamás podrás recuperar. Por eso, debes guardarlo para quien ames, para el hombre que te pueda dar lo que yo nunca podría. No desperdicies tu regalo en alguien como yo.

No supe cómo reaccionar a aquellas palabras. Como decirle que es un regalo que guardaba para él porque es el hombre que amo y que para mí jamás representara un desperdicio. Me sentía rechazada y me aparté para evitar tenerlo cerca. Me sentía terriblemente arrepentida de haberle demostrado tanta debilidad. Había cometido un gran error al permitir que él supiera lo dispuesta que estaba a perder mi virginidad con él.

Luego un pensamiento comenzó a rondar por mi cabeza. Quizás lo más importante para él no era que yo fuera virgen sino que temió que al cruzar esa brecha fuera a perderme como su asistente. Pensar aquello me dio rabia. Pierre intentó tomarme por la barbilla pero aparté el rostro con brusquedad. No quería que siguiera tocándome. Me miró con cara de arrepentimiento y yo permanecí con una profunda sensación de rechazo.

— ¡Apártate! —casi le grité.

Hizo lo que le pedí y me acomodé con rabia la ropa que me había estrujado. Él me miraba estupefacto. Debe estar acostumbrado a ver mujeres cambiar de humor pero no creo que hayan sido muchas las que ha rechazado por vírgenes. No sé qué pasaría por su mente pero se volteó de espaldas a mí, como si no resistiera mirarme un segundo más. Fue en ese momento que me percaté del tremendo error que había cometido. Permití que él supiera que no me era indiferente. Que mi manera ruda y directa de tratarlo era solo una coraza en la que escondía mi deseo. Un deseo que tenía oculto incluso a mí misma.

Lo que además me causó temor era la posibilidad de perder mi empleo sin la compensación de haberlo conocido como amante ¡Que mal negocio hubiera sido! Pero me quedaba el orgullo y a eso me aferraba.

— ¿Quieres que renuncie? —me apresuré a preguntar antes de tener que pasar por la vergüenza de que me lo pidiera.

— ¿Es que no comprendes? Es exactamente lo que no quiero. Porque no quiero perderte es que me he contenido. Te valoro demasiado.

Dijo esto mientras se dirigía a la puerta para salir. Creo que pensaba que si no salía pronto, se olvidaría de todo y me poseería en aquel mismo momento. Me fui tras él y le pregunté:

— ¿Es eso cierto? En todos los años que llevo trabajando contigo jamás te he escuchado decir nada ni remotamente parecido.

Entonces la expresión de su rostro cambió y hasta me pareció verle una sonrisa.




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