Capítulo 9
Cuando agarró mi mano de aquel modo casi desfallezco. Temblé ante el pensamiento de lo que pudiera suceder. ¿Por qué le gusta jugar este juego tan peligroso? Me estremeció recordar que Pierre era la clase de hombre que mandaba y se imponía. Por un fugaz momento, pensé que aquella noche me dominaría la pasión. Pero no era de aquella manera que deseaba perder mi virginidad. ¿Acaso no me dijo él mismo que no se la entregara y que se la diera a alguien que la mereciera? Pues bien. Ese alguien no era él. Mucho menos en aquellas condiciones donde quizás al siguiente día ni siquiera recordaría lo que hubiera pasado. No iba a permitir que añadiera mi nombre a su larga lista de conquistas y que luego tuviera que pasar la pena de ver su consecuente indiferencia, como lo había visto tantas veces con otras. Enfrentarlo luego cada día en la oficina y hasta gestionarle citas casuales con sus mujeres, sería más de lo que estaría dispuesta a soportar. El hombre que tenía a escasa distancia de mí, con el que me encontraba a solas en su lujoso departamento, era mi mayor tentación. Debía, por lo tanto, evitar que se convirtiera en mi segura perdición. Sabía que si no actuaba con premura, podía ceder.
— ¡Suéltame! —le ordené zafándome de su agarre.
Lo próximo que siguió fue demasiado rápido. De golpe se incorporó y con un movimiento brusco y deslizándose como serpiente, volvió a agarrarme. La cama rechinó sobre sus muelles y me logró maniobrar de tal forma que quedé con los brazos sujetos y con él sobre mí.
De pronto no quedó asomo de su borrachera, y aunque prevalecía su aliento a alcohol, sus movimientos eran rápidos y certeros. Fijó sus ojos en los míos y yo sentía su respiración agitada sobre mi rostro.
—Quédate esta noche conmigo…te juro que no intentaré tocarte, solo quiero sentir tu calor, tu presencia. No quiero quedarme solo esta noche. No quiero, Marisse…no quiero… —su tono era suplicante y las últimas palabras las emitió como un suspiro.
Era un pedido inusual porque yo sabía que tenía de donde escoger. Bastaba que levantara el teléfono y marcara un número y ya no estaría solo. Jamás pasó por mi mente que su soledad fuera tan intolerable que tuviera casi que forzar mi compañía. Tuve que hacer un esfuerzo para comprender porque me resultaba difícil creer lo que el gran Pierre me proponía. Dormir con él en el sentido más estricto de la palabra, como un niñito que no quiere ir a la cama sin su peluche favorito.
Sentía el peso de su cuerpo sobre el mío, me embriaga su perfume mezclado con su aliento. Tuve que contenerme para no decirle que si me quedaba lo quería todo, que si me iba a arriesgar que fuera por algo inolvidable. Pero de pronto aflojó la presión que hacía para inmovilizarme. Soltó mis brazos y me ubicaba a su lado mientras me decía: “ven aquí…cerquita de mí…”con la voz más dulce que podía imaginar.
Me deshice de los zapatos tirándolos al piso y me acomodé en el hueco de su cuerpo. Pasó su brazo alrededor de mi cintura ciñendo su cuerpo contra el mío. Sentía su respiración en mi cuello y también sentía deseos de voltearme y pedirle que me hiciera el amor.
Lo deseaba.
Más que eso, lo necesitaba.
El roce de su cuerpo contra el mío era excitante, como un rio salvaje y desbordado. Pero la tensión fue disminuyendo, su cuerpo se fue relajando y solo sus labios seguían repitiendo las palabras “cerca de mi…” bajando cada vez la intensidad hasta que al fin se quedó profundamente dormido.
No tengo idea de cuánto tiempo pasó. Estuve inmóvil en la misma posición y en cada intento por cambiarme, él se daba cuenta y volvía a apretarme contra él. Lo que sentía era muy contradictorio. Por un lado estaba feliz de tener aquel tipo de intimidad tan distinta a todo y por el otro frustración por ver como Pierre siempre lograba doblegarme y obtener de mi lo que quería. Sin embargo, y a pesar de todo, lo de aquella noche me hizo sentir especial.
Logré finalmente escurrirme de su lado. Tomé los zapatos del piso y caminé de puntillas hacia la puerta haciendo el menor ruido posible. Al bajar, me pareció ver el flashazo de una cámara y una figura que pronto se perdió en la oscuridad. ¿Quién estaba allí? ¿Habían esperado hasta que saliera del apartamento de Pierre? ¿Con que propósito? Quise pensar que lo imaginé solo para no tener que lidiar con aquella posibilidad.
Eran las cinco de la mañana cuando al fin llegué a mi casa. Apagué todos mis aparatos para desconectarme del mundo y dormí todo lo que pude, tanto que me pareció que no desperté hasta el próximo lunes.
Llegué a la hora acostumbrada. Verifiqué los correos electrónicos y revisé la agenda del día. Pierre tenía una cita de negocios al otro lado de la ciudad por lo que llegaría tarde, si es que llegaba. Eso me daría el tiempo y espacio que deseaba para retrasar lo inevitable. El día discurría tranquilo sino hubiera sido por la inesperada llegada de la señorita Collins.
Nunca antes la había visto. Nuestra poca interacción se limitaba al teléfono aunque no me sorprendió que cuando se presentara a la oficina lo que tendría de frente fuera una rubia joven y atractiva cuya dignidad brillaba por su ausencia.
—Así que me quedé vestida porque usted nunca envió al chofer a pasar por mí y tampoco dejó la dirección para poder llegar —espetó a quemarropa sin siquiera dar los buenos días.
La miré de arriba abajo. Ya había tenido que manejar a muchas como ella pero ésta se presentaba con una osadía singular. Le expliqué que yo hice la gestión el mismo día pero fue el señor Lefevre-Bonnet quien decidió dar la noche libre a su chofer. De nada sirvió, no escuchaba razones y lanzaba alaridos que seguro se oían en el siguiente piso.
— ¿No sabía usted que el señor es cínico de nacimiento? Seguro se arrepintió de la invitación y en lugar de disculparse, prefirió dejarla plantada…